| domingo, 14 de septiembre de 2003 | Teatro / Crítica "El perro que los parió": La sorpresa inagotable de un creador activo Favio Posca mostró "El perro que los parió" en el teatro Auditorio Fundación Astengo, en una única función. En la hora y media que dura el espectáculo el actor no recurre a demasiadas sutilezas del lenguaje, pero sí a una inagotable energía y a su versatilidad interpretativa para descargar una serie de criaturas, como trompadas certeras en medio de la cara.
Sin embargo las descargas no duelen. Sus personajes son arquetipos que producen un placer distorsionado, desenfocado, aún para el espectador más desprevenido, ese que vio a Posca en TV, en horarios centrales, en programas como "Gasoleros" o "El sodero de mi vida".
Un televidente atento que no conociese el trabajo teatral de Posca podría haber advertido en aquellos programas que no es un muchacho fácil. La mirada inquisitiva, la sonrisa insinuada, el tono extrañado de algunas cosas que dice, sugieren que Posca puede dar más de una sorpresa y que de él no hay que esperar nada a priori. Sin embargo su trabajo en teatro no es agresivo porque lo que dice es verdad, y lo dice con humor, aunque en ocasiones castigue duro.
Algunos de sus personajes son remanentes de la sociedad, otros excreciones, algunos sólo impresentables, otros monstruosos, pero todos conocidos, que es posible encontrar en ámbitos bien domésticos y en su totalidad compuestos con una admirable precisión.
No es necesario transitar los círculos del infierno para escuchar las confesiones de Pitito, un adolescente pasado de medicación, o El Perro, un tipo que vivió todo, lo mejor o lo peor; ni a Miryam, un travesti que no reniega de su condición de hombre, pero que hace una declaración de principios sobre el desagrado que le produce el sexo opuesto; o Pamela, una adolescente burguesa, que abrazada a un falo enorme demuestra que el sexo puede transformarse en la salvadora alternativa a la nada absoluta.
En todos los casos Posca recurre a una sorprendete economía de lo gestual que le permite prescindir de elementos técnicos secundarios para transformarse y ocupar plenamente el escenario, aún tratándose del amplio espacio de la Fundación Astengo y no el más acotado del teatro teatro La Plaza donde El Perro asomó al mundo hace diez años.
El caso más ilustrativo es una madre cocodrilo, como la que menciona Lacan, una filicida reprimida que sublima su frustración con la alternancia de desbordes de odio y amor, e ironías contradictorias dirigidas a su hijo del tipo "te merecés un mundo mejor, hijo... ¿por qué no te suicidás?". En esa escena, sin más recursos que la voz, de espaldas a la platea, inmóvil, Posca logra uno de los mejores momentos de su show. enviar nota por e-mail | | Fotos | | Favio Posca realiza un sólido trabajo actoral. | | |