| sábado, 30 de agosto de 2003 | Charlas en el Café del Bajo -"Un exitoso trasplante de corazón recibió ayer Gastón Stéfanis, el niño cordobés de 13 años que estuvo durante más de diez meses en emergencia nacional, indicaron las autoridades de la Fundación Favaloro de Buenos Aires. El donante fue un chico que murió accidentalmente en la provincia de Santa Fe". Así comienza la buena noticia que ayer publica el diario La Capital y desde luego todos los medios del país. ¿Cuál es en realidad el espíritu de esta buena noticia, Inocencio?
-La buena noticia es que Gastón tiene la posibilidad de vivir y el espíritu de esa noticia es el "amor" de la familia de Carlos, el chico donante de la localidad santafesina de Humboldt.
-Ciertamente Inocencio, el "amor" es ese gran espíritu que uno puede desentrañar de la noticia. Ayer comenzábamos esta columna recordando una frase del poeta Amado Nervo al hablar de los dislates en los que incurren ciertos funcionarios. Y voy a recordar la frase para desarrollar nuestra reflexión a partir de ella: "Hay algo tan necesario como el pan de cada día, y es la paz de cada día; la paz sin la cual el mismo pan es amargo". Cotidianamente quienes conducen los destinos del hombre aportan de lo suyo para hacernos el pan amargo (no quiero referirme al papelón de la discusión entre el presidente Kirchner y su ministro de Defensa, ni a la grotesca mentira enviada al Fondo calificada por ese organismo como "lamentable", ni a tantas malas noticias que apenan nuestras vidas), pero amigo mío, afortunadamente también hay noticias que nos ponen una inyección de esperanza, que elevan la dosis de fe que nos muestran la otra realidad. Realidad palpable y sublime: el amor. Ese amor que casi siempre, amigos, proviene del hombre común, ese que observamos a diario y que con mucha frecuencia vemos como "una cosa más de esta vida cotidiana" ¡Qué tremenda falta Inocencio! ¡Qué tremenda falta no reparar que detrás de una mirada, de un gesto, de un ser humano hay todo un mundo. Un mundo donde suceden cosas maravillosas como la de dar un corazón y recibir un corazón. Dar amor y recibir amor!
-La buena noticia y su sublime espíritu traen cierta paz, cierto sosiego a tantos corazones atribulados. Y además, reconforta a aquellos que andan como Quijotes sembrando por el mundo la semilla de la caridad ante las sonrisas burlonas de los pérfidos y las miradas tibias de los escépticos. El amor existe, el amor es posible, el amor hace al pan de cada día más dulce, a pesar de todo lo otro.
-A propósito de eso, leía ayer una carta que Van Gogh le envía a su hermano Theo y que me pareció fantástica: "Le tomé gusto a la vida y soy feliz de amar -dice-. Mi vida y mi amor no son sino uno". Y como el hermano le responde que a veces el amor tropieza con obstáculos como el de la respuesta que le da una mujer a Van Gogh, diciéndole: "Nunca, no, nunca", él le expresa a Theo: "Provisoriamente considero ese "nunca, no, nunca", como un témpano que debo apretar contra mi corazón para hacerlo fundir" ¡Maravilloso! ¡Genial!
-¿Hay un "nunca", hay un "no"? Pues entonces debe haber corazones fundiendo esos témpanos ¡Eso, y sólo eso es lo que salvará al hombre!
-Y es precisamente el mensaje que nos deja la buena noticia de ayer. Ante el "no" en la vida de Gastón, ante la tenebrosa posibilidad del "nunca" se levanta el corazón no sólo de Carlos, sino de sus padres. Se yergue poderoso el amor. La noticia nos invita a donar órganos y el espíritu de la información nos mueve a dar amor sin pedir nada a cambio. Y sin pedir nada porque debe comprenderse que la recompensa es el mismo sentimiento que, aplicado, hará una sociedad mejor. Parece utópico, pero no hay otra salida, no la hay. Y esto deberían entenderlo los poderosos, los gobernantes y nosotros mismos. Recordar lo que dice el proverbio alemán: "Una vez terminada la partida, el rey y el peón vuelven a la misma caja" ¿Por qué pues no dar paz aquí y ahora?
-Nos despedimos hasta mañana con una exhortación: sabemos que hay gente que nos sigue y que pertenece a diferentes credos. Que oren por Gastón, pero también por el alma de Carlos, el chico donante y sus papás.
Candi II
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