| domingo, 24 de agosto de 2003 | Rosario desconocida: dispersos restos de afecto José Mario Bonacci (*) La realidad física de la ciudad, su cuerpo, guarda en sus pliegues y rincones algo del sentir de su gente. Una construcción se convierte en archivo de la memoria a la manera de una pantalla reflectora de sentimientos y emociones puestas en una calle, edificio, o en un ensamble de partes pensadas por alguien, para que otros le den usos abarcantes de infinitas apetencias e imaginaciones de la mente humana. Los estados de ánimo pueden sumar universos cambiantes de relación con un territorio como resultado de la sorprendente idealización o del afecto que por alguna razón une a la gente y a la piedra, y en esa interpretación viven eternos mensajes que alimentan la vida, aun cuando piedra y gente, puedan desaparecer alguna vez. Entonces el aire, algún eco impreciso, una vibración, instalará en la conciencia esa falta, ese alejamiento, ese ya no más.
Un momento único, la cita en un café, la ausencia, la falta definitiva de quien ya no estará con nosotros. La historia cuenta a cada instante que esto ocurre en cualquier lugar del planeta, dicho en relación con los hilos que unen la carne vulnerable con la piedra que atestigua. Si esto es verdad, si esa piedra guarda en su interior algo de la vida humana, el camino inverso dice que con el cuerpo urbano pasa algo similar.
Lo que integró una parte de ciudad y cae vulnerado, desencadenará una vibración en quien estuvo de alguna manera unido sensitivamente para bien o para mal. Pensemos en nuestros castigados tribunales viejos, ejemplo reciente de impunidad y dolor colectivo. De continuo, la ciudad clama y recuerda, busca y anhela la justicia de la restauración histórica, el recuerdo que integre lo que ya no será al universo de la memoria que restaure la presencia. Exactamente como ocurre con los cuerpos de carne, abatidos, dispersos, perdidos para siempre y deseados a nuestro lado.
San Martín 700/712 fue sede de Echesortu y Casas, devenida bancos BIR y de La Ribera, sin autores conocidos. Contenía entre sus dos calles límites, doce aberturas de corte clásico con bellos rostros ancianos en el centro de los dinteles curvos. Sus aproximados 60 centímetros de altura mostraban facciones de mirada triste cumpliendo su función de ornato. Un día se aflojó uno de ellos y buscada la solución, se optó por lo irracional: fueron retirados en su totalidad. Un acto sensible impulsó la compra de dos y se asilaron en la fachada de la galería de arte de San Martín 631. Desmembrados, asisten al trajín callejero desde lo alto. Su nostalgia se revela al cesar el día y es más profunda al caer las sombras que cubren su desarraigo. ¿Dónde están los otros desaparecidos?
Mirador Chiesa La firma Chiesa Hermanos instala su sede comercial en San Lorenzo 1068/74 completando una historia, según la elogiable investigación de Zulema Raquel Alvarez (Revista de Historia Nº 32, año 1980). Contaba con una torre que primeramente ofició como base de señales para descarga de mercaderías llegadas a los muelles cercanos. Al cambiar los tiempos, devino mirador con sus 30 metros de alto que hechaban sombra, lentamente cercado por edificios que fueron ahogando "su aire" y mataron su función primera, relegándolo a un anonimato cercado por medianeras insulsas.
Una demolición vecina lo puso en evidencia en 1974 y su vista originó una historia de matices fantasiosos y errados. La polémica precipitó la intervención del Centro de Arquitectos aconsejando su preservación, lo que aceleró su muerte definitiva en tiempos en que sólo pocos abonaban la defensa del patrimonio y el afán especulativo hacía estragos. Como nadie atinaba a encontrar la solución, nuevamente se apeló a la sin razón: se liquidó al culpable que pretendía alterar el "status quo", y cuentan quienes lo presenciaron que la víctima resignó sus últimos metros en un suplicio similar al de Tupac Amaru, atado con cadenas y tironeado por camiones. Hoy ocupa su lugar una aburrida y desierta playa de estacionamiento.
En la misma calle San Lorenzo, vereda sur y más al oeste, estaba la antigua Bolsa de Comercio, obra de Felipe Censi, con salida por Santa Fe. En los 70 se decide su demolición y el cuerpo escultórico con el dios Mercurio capitaneando la monumental fachada en el centro de un gran arco hueco, fue desalojado. Reinstalado gracias a gestión de los Amigos del Planetario sobre el nivel del Parque Urquiza, cercano al anfiteatro, sobrevivió algunos años disminuidas sus proporciones pensadas para ser vistas desde abajo. Finalmente fue mudado a media altura en las barrancas de barrio Martin para ser divisado desde la avenida Costanera, y en su aislamiento soporta la soledad lejos de su hábitat primero.
Estos ejemplos hablan sobre el desprecio en el cuidado de la ciudad. Concepciones de carácter que armaban rincones urbanos, fueron birladas por cientos en épocas de la "plata dulce". Se perdieron dejando llagas en el patrimonio y ya no están. Tampoco tenemos la plata ni dulce ni salada. Nuestro rincón de trabajo atesora dos cabecitas zoomorfas del mirador de Chiesa encontrados en un corralón, una marca de bronce decó que reza "De Lorenzi Otaola y Roca" (padres del Palacio Minetti) salvada de un contenedor de basura, una chapa enlozada que dice "Pichincha" víctima de una demolición, y algunas mayólicas art noveau. Poca cosa, y resulta inútil. Aun en el afecto, ya no son lo que eran. Cayeron vulneradas, desperdigadas. Son sólo restos dispersos, pedazos sin relación con nada que les dé respaldo, un piadoso refugio. Algo similar a lo que ocurre con los seres humanos cuando con voluntad o sin ella les ha llegado la hora de ausentarse.
(*) Arquitecto
[email protected] enviar nota por e-mail | | Fotos | | San Lorenzo al 1.000, Antigua Bolsa de Comercio. | | |