| domingo, 24 de agosto de 2003 | Interiores: El retorno del presente Por Jorge Besso Nada más difícil para el humano occidental que su relación con el tiempo. Por lo general en el tiempo de una existencia no nos damos tiempo para el tiempo. Quien más quien menos, en algún momento de su vida, a la vuelta de alguna esquina, a la salida de alguna crisis o después de la compleja digestión de ciertos disgustos, se hace un espacio para pensar qué hace en determinado lugar o en los distintos lugares que ocupa. Semejante autoseminario está notoriamente dirigido a llegar a una conclusión que, en realidad, ya estaba en el comienzo de la revisión de las cosas: tengo que tener un espacio para mí.
En la búsqueda del espacio propio puede consumirse y enredarse una existencia, y aunque se piense que en los límites de un espacio el tiempo está implícito, las cosas no se aclaran demasiado, pues tiempo y espacio nunca encajan demasiado bien, y muchas veces encajan demasiado mal. Más que nada porque es posible imaginar un tiempo sin espacio, algo así como un tiempo infinito, del mismo modo que se puede concebir un espacio sin tiempo, del cual es un ejemplo estridente la subjetividad humana que puede vivir cotidianamente sabiendo fecha y hora, y sin embargo perfectamente fuera del tiempo, hasta que un buen día, más bien un mal día, escucha que le dicen: "Usted señora" o "Usted señor". Un golpe del tiempo, siempre traicionero, pero que, de todas maneras, muy pronto se olvida. Esto sin olvidar que también se puede circular sin saber la fecha, total o parcialmente, puesto que muchas veces uno pregunta o es preguntado: "Qué día es hoy".
La sociedad, al igual que el individuo, tampoco se lleva demasiado bien con el tiempo, ya que es más que difícil consensuar sobre un tiempo común, más allá de los que objetivamente compartimos, verano o invierno, por caso. Lo que para nada impide que unos varios, por ejemplo, puedan tener un verano frío o un invierno caliente, ya sea por azar, o porque pudieron y supieron ir más allá de las circunstancias.
En estos días nuestra sociedad se encuentra nuevamente metida en un debate respecto del pasado y de la memoria. Por lo general en dicho debate, más temprano que tarde, aparece una opción que termina ordenando sintomáticamente los argumentos, los ejemplos históricos que se citan, los países con los que se compara y demás elementos que la polémica pone en juego: ¿revisar, o no revisar, el pasado?
Es este un dilema más o menos universal que las sociedades resuelven de un modo u otro. Entre nosotros, forman parte del debate social. Nuevamente dos leyes que ya son historia en nuestro país y, con toda probabilidad, en el mundo. Estas son las leyes conocidas como de obediencia de vida y de punto final. Como se sabe, ambas merecen y reciben de la polémica consideraciones políticas e ideológicas de diferente signo. Pero el progreso de la polémica requiere, en primer lugar, no rehusar el debate, y en segundo término, de ser posible, renovarlo.
En el caso de la primera ley habría que suprimir el eufemismo del nombre, ya que se trata de una obediencia de muerte, lo que ordenaría mejor los derechos humanos. No sólo los que no se protegieron, sino los que se violaron.
La segunda ley tiene una pretensión imposible que empieza con el nombre. Para la mayoría de las cosas y de los casos es más o menos imposible legislar para detener. Acá hubo una ley del 1x1, que terminó en 1x3. Si es que terminó en 3. Lo que sí es seguro que algunos, lo que se conoce como la mayoría, ganan 1 y otros ganan 3. Nuestro parlamento legisló una vez para detener algo indetenible. Los desaparecidos comenzaron por ser secuestrados, y en tanto desaparecidos, el secuestro sigue vigente, con lo que también sigue vigente el delito, en tanto el secuestro es un delito de acción permanente hasta que alguien aparece vivo o muerto. De no ser así, al delito no se le puede poner fecha, como sucede por ejemplo con un asesinato común que sí tiene fecha cierta. Al punto que a los presuntos implicados en el crimen, en base a esa fecha cierta, se les pregunta qué hacía ese día y a esa hora. Esto para examinar la legitimidad de las coartadas.
Con los desaparecidos no hay coartadas posibles, en tanto el delito se sigue cometiendo todos los días, ya que los familiares no tienen dónde, ni a quién llevarle flores. Por eso los carteles de los desaparecidos tienen la fecha del comienzo del delito, es decir la del día del secuestro, que de ninguna manera se la puede asimilar a la fecha de una muerte.
¿Retorno del pasado o retorno del presente? Los militares del proceso dejaron para la sociedad argentina un presente crónico, inelaborable e intramitable. Ni siquiera se trata aquí de recordar para no repetir, pues no se puede recordar lo que no se puede olvidar. De los desaparecidos volveremos a hablar, y se seguirá hablando, todo al mismo tiempo, pues en este caso no hay frontera visible, ni invisible entre pasado y presente.
En realidad, las fronteras entre pasado, presente y futuro, nunca son claras, y el humano se debate como puede en su batalla con el tiempo. Pero los militares del proceso lograron una proeza trágica e impensable: que un hecho, el del genocidio, no prescriba. Los genocidios no deben prescribir. El genocidio argentino no puede prescribir y los desaparecidos son inmortales y por lo tanto también son inmortales las denuncias de una injusticia que tampoco prescribe. enviar nota por e-mail | | |