| domingo, 24 de agosto de 2003 | [Reportaje] Caparrós: "Contar la verdad de una vida es un delirio absoluto" El escritor y periodista reconstruye en su ultimo libro la trágica vida de Soledad Rosas, la anarquista suicidada en Italia Paola Irurtia / La Capital "Mucha más gente va a creer que sabe quién es Soledad Rosas a partir de lo que pude escribir de su vida que por su vida misma. Eso es una paradoja y una injusticia central. El papel de biógrafo -con perdón-, es muy curioso". Martín Caparrós se interesó en la vida de esa joven argentina que se suicidó en Italia en 1998 después de haber sido falsamente acusada de ecoterrorismo y la aborda en "Amor y anarquía, la vida urgente de Soledad Rosas", que publica editorial Planeta.
El relato recorre la vida de Soledad desde sus compañeras de escuela, sus familiares, amigos y las personas que la acompañaron en Turín, donde en una casa tomada dice encontrar su lugar, su amor, su muerte, y un sentido que buscó con pasión durante toda su vida. Pero también cuenta cómo el Estado italiano, con el apoyo de la prensa, encontró la forma de resolver algunas decenas de atentados acusando a tres jóvenes ocupas de formar parte de una banda de ecoterroristas que terminó criminalizando el movimiento squatter con una acusación infundada y ocasionó, de algún modo, la muerte de dos de los tres detenidos: Soledad Rosas, de 23 años, y su pareja, Edoardo Massari.
Caparrós aborda en su trabajo otras temáticas, que dispararon las preguntas que contestó un mediodía, por teléfono, desde su casa sobre avenida Las Heras, en Buenos Aires, a cuadras de la plaza donde Soledad trabajó como paseadora de perros.
-¿Cómo trabajás la relación con "la verdad", que en varias partes del libro planteás como una construcción?
-En todos los casos y más claramente en el caso de una biografía el relato resultante es finalmente un azar. Trato de chequear todo lo posible lo que cuento, pero hay algunas cosas que las cuento de una manera determinada porque me encontré con fulano y no con mengana, o porque conseguí enterarme de tal cosa y no de tal otra. Entonces, lo que finalmente termina armando el relato es una sucesión de azares que uno trata de controlar con investigación, con decencia, con buena leche. Y por eso me parece bien dejar claro que es imposible contar la verdad. Uno puede contar una visión lo más honesta posible y lo mejor trabajada posible sobre cosas que pasaron, un relato. Y en el caso éste, biografía. Me resultaba curioso pensar una especie de injusticia central, que es que mucha más gente va a creer que sabe quién es Soledad Rosas a partir de lo que yo pude escribir que porque la conoció. Eso es una paradoja y una injusticia.
-El tema de la verdad está muy presente.
-Está muy presente en todo lo que hago. Eso de "por favor no me crean, no sean tontos, cómo me van a creer". Creo que no es bueno creer, que hay que escuchar, tratar de entender y tener una mirada crítica. No sobre algunas cosas o personas. A mí lo que me gusta es tratar de ejercer esa mirada crítica sobre todo, sabiendo que unos son más honestos que otros, pero que la verdad es incontable en la medida de que siempre hay puntos de vista, omisiones, énfasis y demás.
-¿De todos los relatos que recogiste sobre Soledad hay alguno que te haya dejado la sensación de estar desdibujado en la historia?
-Me quedé con cosas de las que hubiera querido saber más, que son esos agujeros de la biografía. El principio del romance de Soledad y Edoardo es por alguna razón algo que casi nadie pudo contar. Y siendo algo tan central, en el libro no está. Y hubo cosas en las que tampoco me parecía bien meterme, porque me pareció impropio. Cosas que me daban curiosidad y me parecía que también se las daría a los lectores, pero que no se las pregunto ni siquiera a mis amigos... Contar una vida me parece imposible, es un delirio absoluto. Más aún cuando es una persona que no se conoce, no se conoció, ni se conocerá.
-¿Cómo viste la experiencia de los chicos - squatters, punk, anarquistas, libertarios- que estaban con Soledad en Turín?
-Se diferencian de los militantes clásicos del siglo XX en esto de que la militancia se entendió siempre como un sacrificio para conseguir algo futuro, eso de "vivo mal ahora para que todos vivan bien más adelante". Lo que ellos postulan es que si queremos que la vida sea de tal y cual manera más adelante, intentemos vivir ahora de la forma mas parecida posible a eso. Por eso ocupan casas, tratan de vivir juntos en una relación no mediatizada por el dinero, el trabajo o el poder. Lo intentan sabiendo que están en medio de una sociedad totalmente adversa.
-Además de esa idea del aquí y ahora, de que "al futuro no hay que esperarlo", que plantea otro concepto de poder, encuentran un lugar bastante especial para el humor en sus acciones.
-Lo de la utilización del humor se relaciona con la crítica de la militancia tradicional y de ese aspecto sacrificial y trágico. Ellos proponen ese estilo irónico y provocador, un poco dadaísta, de objetos disruptivos que producen situaciones inimaginadas, como una ceremonia que mostraba el santo sudario y donde aparecía un tipo en bolas haciendo como de Cristo a la salida de la iglesia. El comisario dice que nunca lo hubiera podido evitar porque jamás se le hubiera ocurrido que hicieran eso. Tratar de hacer esas cosas que la autoridad nunca habría imaginado y que de alguna manera la ponen frente a su tontería. Es un gesto interesante.
-¿Qué pasó con la muerte de Edoardo (que apareció colgado en su celda)?
-Curiosamente nadie sospechó de su muerte. Es raro, pero ni sus compañeros más flamígeros. Lo que ellos decían era que había sido como suicidado por la sociedad. Incluso había esa cosa patética de los padres que dicen que no trataron de averiguar porque si averiguaban, entonces ¿qué iban a hacer? De todas maneras decían que esas cosas no pasaban en Italia, aun cuando su hijo había muerto en prisión por una acusación falsa, injusta. Era increíble como el saber común estaba hablando por esos dos señores que mantenían la idea de que ese tipo de cosas no pasaban en su país, habiéndole pasado a su hijo a 50 kilómetros de donde ellos estaban. Era muy impresionante esa adecuación entre el discurso y la realidad.
-¿Y en el caso de Soledad?
-La madre no cree que se haya matado. El padre no está tan seguro, le parece bastante posible. Tampoco hay ningún dato definitivo. Tengo la sospecha de que se mató, pero no lo puedo afirmar tampoco. Lo más que puedo decir es eso, que creo que sí.
-Queda abierta una inquietud sobre la posibilidad de que se hubiera generado en Argentina una experiencia con rasgos similares, que parecía imposible en los 90...
-En los ‘90 lo que había desaparecido en buena parte de la Argentina era la posibilidad de encontrar otra gente con la cual imaginar futuros posibles en la esfera pública. Eso parecía casi cerrado en los 90. No digo que no los hubiera, pero muchos podían no encontrar ese espacio porque no tenían mucha circulación. Esa sensación volvió de alguna manera a partir de 2000 o 2001. Hoy leí sobre grupo que se dicen libertarios, formado en gran parte por anarquistas que eran parte de una vieja cooperativa en los alrededores de La Plata. Parte del trabajo que tenía empezaron a perderlo en los ‘90 y comenzaron a hacer piquetes. Ahora mezclan piquetes con producciones cooperativas y otros intentos de formas de producción, de organización. Obviamente esas características son distintas a las de Europa, porque Argentina está en una situación distinta, pero bueno, hay maneras que parecían menos visibles hace 8 o 10 años.
-¿Por qué, como se lee en el libro, es anacrónico que alguien muera por una idea o una pasión?
-Hubo épocas en la historia argentina, y no sólo en Argentina, en que era menos extraño ver gente dispuesta a jugarse la vida por lo que pensaba. Eso tiene aspectos que me gustan y otros que me aterran. Pero es una constatación. Hubo épocas en que eso no estaba tan fuera de cuadro, pero en el año 97 o 98 parecía totalmente fuera de lugar. Con respecto a matarse por una pasión... se ve muy poco. Se veía más en Verona en el siglo XVI que en Rosario siglo XXI...
-También está la muerte como disparadora del interés sobre la vida.
-Me parece una injusticia que uno piense una vida, los veintitantos años de una vida en este caso, a partir de los 20 minutos de su muerte. Una injusticia y en un punto un error, pero sería un mentiroso si pretendiera que no fue así en primera instancia, y eso es lo que cuento. Lo que hice después fue interesarme bastante más por esa vida. Siempre me pareció muy raro cómo hay muertes que resignifican fuertemente la vida que dieron por terminada.
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