| domingo, 24 de agosto de 2003 | [Lecturas] Aproximación a una obra imprescindible en la historia Irma Peirano, el misterio de una vida desconocida Familiares, escritores y pintores de Rosario recuperan los dias y los trabajos de una poeta tan importante como poco valorada Delia Crochet (*) Irma María Tersilia Peirano nace en Chiávari, norte de Italia, el 7 de marzo de 1917. Era hija de Evaristo Juan Peirano, emigrado a la Argentina en 1899, y de Sofía Victoriana Corti.
"Mi padre era genovés. Vino a la Argentina a los 13 años. A Rosario, a casa de los tíos de apellido Campodónico, que tenían almacenes", contaba Sara Peirano, la hermana mayor, poco antes de morir. El otro hermano, Enrique Juan, había fallecido en 1987.
Sofía Corti, la madre, "nació en San Pedro, provincia de Buenos Aires. Ella y una de sus hermanas vivían con una tía en Rosario, en la calle Paraguay, en el centro. Eran cinco hermanos que quedaron solos y fueron a parar a distintos parientes. Mi madre era casi una sirvienta de la tía. Una vez fue al almacén de Salta y Corrientes. Allí se conocieron. Mi padre se enamoró de ella a primera vista".
Algunos años más tarde, en 1916, Sofía Corti, ya casada con Evaristo Peirano, viaja a Italia en un barco mercante con sus dos hijos mayores, Sara y Enrique. Estaba embarazada. "Mi madre fue a Italia por motivos de salud. Allí podría estar acompañada y tomar baños de mar. Tenía una salud quebradiza por penurias anteriores. Irma nació en Chiávari y no quería que nadie lo supiera".
El viaje había sido penoso. En el barco iban hombres llamados al frente de guerra. "Había submarinos que nos seguían. Se veían los periscopios. Los hombres que iban a cumplir con el servicio militar se escondían. A veces sonaban las alarmas y había que estar cerca de los botes. Otras veces me acuerdo que apagaban las luces y los motores".
Los padres de Evaristo Peirano vivían en las colinas de Chiávari. La costa ligur dibuja un arco accidentado sobre el mar, con playas de grava y guijarros. Las montañas definen el aspecto rocoso de una costa con promontorios, ensenadas y algunas playas lineales. En las colinas abundan los olivos, hay viñedos y castaños.
"La guerra se respiraba", según los recuerdos de Sara Peirano. "Vivíamos con la sensación del peligro. Un día cayó una bomba en el lugar donde había estado jugando Enrique. Lo salvó una tía. A mí los árboles me impresionaban. A veces los acompañaba al bosque a recoger frutos. Después de las lluvias iban a buscar hongos. Mi abuelo cuidaba la viña. Vi hacer el aceite. Había una cuba y algo que giraba. Tomábamos mucha sopa. Cocinaban en unas ollas que colgaban sin tocar el fuego. Era una casa de piedra, de dos pisos. Arriba estaban los dormitorios. Los animales estaban cerca de la cocina. Tenían cabras. Las mujeres bordaban en los ratos libres. El hermano más chico de mi papá estaba en el frente. A veces venía a visitarnos. Se descalzaba y se sacaba las vendas que le cubrían los pies junto al fuego. Vueltas y vueltas de vendas. A veces íbamos a la playa. A mi madre le gustaba meterse en el agua. La veíamos aparecer y desaparecer. A pesar de la guerra recibíamos cartas de la Argentina".
El relato de Sara revela el sustrato mítico familiar, con sus desarraigos y separaciones. Es el relato de una espera. En Chiávari nació Irma y mientras crecía, experimentaba el descubrimiento de un elemento sustancial: el mar.
Sofía debió esperar a que terminara la guerra para regresar. Susana Peirano, hija de Enrique y sobrina de Irma, reflexiona sobre aquel viaje: "Mi abuela se refugiaba en el juego con los hijos. A veces huían a la playa, de noche. Tiraban calabazas al mar, caladas y con velas prendidas, y se quedaban mirándolas". Un certificado del Cemla (Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos) declara que "Irma Peirano, de nacionalidad italiana, procedente de Génova, llegó a Buenos Aires el 5 de Diciembre de 1920 en el buque Formosa". Tenía casi 4 años. Con ella regresaron su madre y sus dos hermanos.
Contaba Sara que al llegar al puerto ni ella ni Enrique reconocieron al padre. Una nueva vida esperaba a la familia. Independizado de los tíos, Evaristo Peirano probó fortuna en distintas actividades. Tuvo almacén, criadero de pollos, bar y restaurante en San Lorenzo y Santiago, además de la sodería y algunos inventos que no le produjeron ganancias. Finalmente, dejando atrás un nomadismo, que les hizo mudarse con frecuencia, compra una casa en el barrio Echesortu donde se afincan definitivamente.
La propiedad de la familia Peirano estaba situada en San Luis 3854, sobre una cortada. En aquellos tiempos, desde la calle San Juan llegaba el ruido pesado de los tranvías. "No era un barrio opaco. La gente salía, había movimiento. Muchos estudiantes -contaba Sara-. Vivíamos en un mundo ordenado por mi madre, pero de un modo natural. Mi hermana y yo éramos introvertidas, pero ella era más pájaro. A los tres hermanos nos gustaba leer. Nos tirábamos en el suelo sobre una frazada y leíamos «El Tesoro de la Juventud». Ibamos mucho a la matiné de los cines. Al Modelo, el Alvear, el Real, la Estrella".
Las notas del anno scolastico de 1929 de la Societá Dante Alighieri, evidencian la inclinación de Irma por la gramática, lectura, dictado y composición, tanto en el programa italiano como en el nacional, donde obtiene las mejores notas. En lo demás era una alumna regular.
Hacia 1930 comienza a enviar colaboraciones a la página infantil del diario Tribuna. El 1º de agosto de 1931 aparece publicada una de sus cartas: "Mi buen nono: al leer los dos últimos números de Tribuna Infantil, no pudo sino sorprenderme y halagarme el pomposo título que dabas a mi última carta (...) Piensa tan sólo un minuto y reflexiona. Si las frases que dije en mi última merecen a tu criterio llamarse «Palabras de Oro» ¿de qué modo podríamos tus nietos en general calificar las tuyas?"
Solía firmar con el apodo de Gringa. "De lo que menos adolezco es de entusiasmo, de optimismo hacia la mejora de mi escasa inteligencia", le aseguraba en otro momento la niña escritora al abuelo imaginario, dispensador de estímulos y consejos. Atesoraba sus trabajos en lo que ella denominaba "mi pequeño y pobre álbum". "Me he propuesto mejorar desde el más pequeño de mis actos", escribía por entonces.
"El carácter de Irma cambió al llegar a los 15, 16 años. Se hizo muy independiente. Yo era maestra agraria y cuando estaba afuera me escribía. «Llorosa hermana», encabezaba las cartas. No fue muy compañera conmigo desde entonces. El deseo de la escritura se hizo muy evidente en la secundaria. Todos teníamos la impresión de estar ante un ser importante", explicaba Sara. Irma continúa sus estudios en la filial
del Consejo Nacional de Mujeres, hoy Biblioteca y Escuela de la Asociación de Mujeres, institución de carácter laico que desde sus orígenes bregaba por el desarrollo intelectual del género femenino. Es en esos años de formación cuando opta por la ciudadanía argentina. Sara confesó lo siguiente: "Mi hermana arregló sus papeles, puso unos testigos falsos para aparecer como argentina en los documentos, provocando el disgusto de mi padre". Coincidentemente, Susana Peirano afirma que Irma "eligió la ciudadanía cuando estudiaba en la Asociación de Mujeres, para disgusto del padre".
Escribir, publicar En 1941 Irma Peirano firma un libro mecanografiado que titula "Tiempo de Soledad", y que estaba en poder de Francisco Gandolfo, poeta y editor que en mayo de 1979 le dedica la Plaqueta 4 de la Colección de poesía El Búho Encantado. "Tiempo de Soledad" no fue publicado. Pero en el verano de 1941, la revista Paraná publica en su tercer número la segunda sección completa, titulada "Suspendido Momento", y parte de la tercera, "Mar Dolido". Encabezando los poemas Irma resuelve el pedido de una autobiografía por parte de la revista con un texto breve titulado Mi Parábola: "Nunca será esto una autobiografía, pero valga para la circunstancia. Para extraer mi biografía sería preciso el invento sobre mis acontecimientos iniciales. Y no sería honrado. Sé que quiero ir, como la parábola, de lo exterior a lo interior, aun contra mí, si fuera necesario, porque el sueño del hombre descansa bajo la tierra en tanto que arriba, nos deslumbran los aires".
Podría suponerse que fue su decisión que buena parte de "Tiempo de Soledad" permaneciera inédita. Al menos, cuando tuvo la oportunidad de editar un libro propio no la incluyó. En esos poemas ya se observan las relaciones opositivas, los elementos polares que seguirá desarrollando más tarde. La interioridad y el mundo exterior resultan ser dos encierros que se interpenetran y permutan y entre ellos vaga el sujeto. Por ejemplo: "Pero el alba penetra por la sangre/ la sangre como el alba palidece". La ventana permite o resiste el ingreso del mundo físico: "Mi ventana es mi ventana/ y yo la quiero por ciega". O, refiriéndose a la luna: "Quita a mi negra ventana/ tu gran pupila siniestra".
En 1948 Amigos del Arte le otorga a Irma el primer premio por un ensayo sobre Alfonsina Storni. El Acta número 54 del día 8 de septiembre de 1948 informa que los trabajos fueron leídos en presencia del poeta español Juan Ramón Jiménez, que estaba de visita en Rosario.
"Siempre su corazón hipertrofiado, casi monstruoso", escribe en ese ensayo. Hermanada con Alfonsina, le reconoce una heroicidad consistente en "labrar letra por letra la propia vida". La propia Irma, poeta a su vez de la sangre bermeja, escribe en su poema "Nocturno Despiadado": "Hincha mi corazón todo su trapo/-banderín aplacado- como un monstruo". También se hermana en el panteísmo y la cosmicidad de Alfonsina, y en el repliegue elegíaco que "la conduce a su centro recóndito", como expresa en el ensayo. Puede apreciarse un paralelismo en la concepción amorosa, comparando el verso de Alfonsina: "En darme pura no hallaré desdoro, que darse es una forma de la altura", con estos versos de Irma: "Porque lo verdaderamente virginal tiene un principio:/ su destino de entrega,/ y un fin:/ su entrega de virginidad".
Versos semejantes encuentran algunos reparos en su tiempo. Rubén de la Colina relata una anécdota que presenció en una reunión del grupo de la revista Espiga, durante la cual se produjo una discusión entre Beatriz Guido e Irma Peirano a propósito de los poemas de esta última: "Ella era ardiente", dice Rubén de la Colina, refiriéndose a Irma. "Bety, monísima, con esa elegancia que tenía, una mujer preciosa, tendría unos 18 o 20 años en ese momento. Irma, un poco más de 30. Irma tenía autoridad para manejarse en relación a la revista. Estaban reunidos y Beatriz Guido se refirió a la morbosidad, que era como la caricatura de la morbosidad, lo cual es muy agresivo. Entonces Irma le dio esas cosas que no te olvidás, claro, porque en vez de agredirla la ubicó en su falta de experiencia, ¿cómo podía opinar, con su escasa edad? «Te falta toda una vida. Empezá a abrirte y por los poros te va a entrar la vida. Pero te va a entrar a raudales ¡No pongás trabas! ¡Dejá que entre la vida!»", fue su respuesta. Irma pasó inadvertida en Rosario. Nosotros la queríamos mucho. La reverencia hacia Buenos Aires evita que se vea lo que tenemos allí, inmediato".
Desde muy joven tuvo una relación con un hombre casado muy vinculado al periodismo de la ciudad, que duró hasta su muerte. Allí los testimonios difieren, pero la familia y quienes la conocieron íntimamente le atribuyen ese vínculo. En el tiempo que le tocó vivir, relaciones semejantes cerraban algunas puertas. No fue el caso de Hilarión Hernández Larguía y su esposa, Lucía Correa Morales. En su casa de la calle San Luis 448, las puertas estaban abiertas a los poetas, los pintores, los músicos, los jóvenes arquitectos profesionalmente relacionados con Hilarión, o don Hila, como le llamaban.
Iván Hernández Larguía recuerda que "había un grupo entre los que estaban Irma, Rodolfo Vinacua, Jorge Riestra, Felipe Aldana, Pedro Nalda Querol, muy jovencito, León Pérez. Concurrían los domingos a casa de mis padres, eran reuniones muy pintorescas porque la idea era tomar el té. Pero eran tantos que el té se servía por tandas. Entre los pintores iban Rubén de la Colina, Carlos Uriarte, Iris de Paoli, Gianzone, Grela. Nos reuníamos mucho para leer nuestras cosas, para leernos. En casa lo hacíamos. Con Jorge Riestra, por ejemplo, con Irma, con Vinacua, con Aldana, pero mucho, mucho"
Periodismo y bohemia En 1949 ingresa a La Tribuna, que fuera el órgano del Partido Demócrata Progresista. El año anterior, el diario había sido adquirido por Virgilio Albanese y Antonio Robertaccio. De ese modo se incorpora a un ámbito predominantemente masculino, en el que pondrá en juego su subjetividad. En poco tiempo logrará hacer productiva su participación, colaborando en distintas secciones y ganándose el respeto de quienes compartieron tareas con ella, como es el caso de Isaac Efron, quien fuera secretario general y uno de los principales redactores del diario, al que había llegado en 1929.
"Ella era editorialista. Le puedo decir que trabajó en todas las secciones. Menos policía, ¿eh? Eso no. Era muy capaz. Hacía notas sobre literatura, y sobre algunos acontecimientos que se daban en la ciudad, como por ejemplo una visita de Borges. Todo lo que se refería a cultura. Y además nosotros en Tribuna sacamos con ella una página literaria, hacia 1955, más o menos, aunque no va a encontrar la firma de Irma Peirano porque en aquel entonces no se firmaba. Irma fue muy amiga de Dolores Dabat y de Olga Cosettini. Estaba relacionada a un grupo de mujeres que se dedicaban a la literatura, pero no recuerdo los nombres. Era muy romántica y apasionada. Además colaboró con Aricana, con algunas charlas. Era una época de mucha actividad, de gran iniciativa", afirma Isaac Efron.
"Irma había entrado al diario en 1949. Ella era liberal. Era muy, ¿cómo podría decir?, muy solidaria. Y bastante atractiva. No se puede imaginar lo que era Tribuna desde que se hicieron cargo Albanese y Robertaccio. Había una bohemia, ahí se reunían todos los artistas. Le digo más, cuando venía una compañía de teatro a Rosario, Tribuna tenía en el patio una gran parrilla para agasajar. Muchos artistas eran íntimos amigos nuestros, escritores como Defilippis Novoa, por ejemplo, además el diario tenía otra virtud: todos los teatros independientes encontraban un espacio allí. Robertaccio se hizo cargo con Luis Arata de la administración del Teatro La Comedia, pero eran tan buenos administradores que a los siete, ocho meses se fundieron porque todos los amigos entraban gratis .
En 1953 se constituye una página literaria en La Tribuna. Aparece los días jueves y posteriormente los domingos. Es ambiciosa y cuenta con excelentes ilustraciones. Allí Irma realiza una gran tarea en apoyo a la poesía, principalmente. Es su etapa de mayor productividad en el diario en el que había logrado ganarse un lugar. Se componía de información científica, mucha poesía y algo de ficción.
"Si yo me fuera ahora" A comienzos de los años 60 se aleja de la ciudad. "Prácticamente Irma se fuga de Rosario, por la cosa inhóspita de Rosario. Ella se sentía segregada. Había desconsideración. No era leída. Ahora tampoco es leída. Si había algo que no la ataba a Irma era la formalidad. Ella era muy personal. Arraiga en lo humano y esa es su versatilidad" , dice Rubén de la Colina.
"Albanese, Irma y yo, nosotros tres, fundamos en Buenos Aires la revista Selecciones Económicas, porque ella se fue a vivir a Buenos Aires -explica Isaac Efron-. Irma era la encargada de supervisar, hacía las veces de secretaria general. Nosotros preparábamos el material".
"La última vez que la vi -rememora Iván Hernández Larguía- le pregunté ¿qué está escribiendo? «Yo ya no escribo», me contestó con una sonrisa. «Fíjese que yo sigo escribiendo», le dije. Y ella, seria, contestó: «Lo envidio»".
"Yo la encontré una tarde en un bar -cuenta Jorge Riestra-. Ella ya vivía en Buenos Aires, pero venía de vez en cuando. Estaba sola. Me acuerdo que tenía la cara gris".
En 1963 se le declara una pancreatitis fulminante que acaba con su vida en el término de dos días. Muere en Buenos Aires el 19 de febrero de 1963.
Irma Peirano vivió en Rosario sin aferrarse a la ciudad, porque habitaba más bien la intimidad del poeta, el lado ciego de la ventana. Pero su nombre arde aún en las páginas de los ejemplares delgados, amarillentos y sahumados de sus libros. Como el de otros creadores rosarinos, el suyo se desliza silencioso por las aguas calmas de ignotas antologías, en las páginas borrosas de algunos diarios de su tiempo, o en desaparecidas revistas de arte y literatura. Retirar los velos que cubren su vida ofrece la oportunidad de revelar los enigmas de una obra poética imprescindible de la literatura de Rosario.
(*) Delia Crochet es escritora. Publicó Bajo la quieta luz de un farol
enviar nota por e-mail | | |