| domingo, 27 de julio de 2003 | Charlas en el Café del Bajo -Días pasados Sebastián Riestra, un muchacho brillante desde todo punto de vista, me preguntó que pensaba yo en realidad de Néstor Kirchner y le respondí que mi juicio no sería seguramente imparcial, porque me había convertido yo con los años en un revolucionario. Y usted sabe que todo revolucionario es un idealista, un soñador.
-¿Usted es un revolucionario?
-Sí, pero no un revolucionario en el sentido que vulgarmente se la da al término. Yo discrepo con aquel que dijo que no hay revolución sin armas. Jesús demostró que puede llevarse adelante una transformación universal por el camino de la solidaridad. Note usted que entre sus discípulos había algunos, como Judas, que bregaban por la utilización de las armas para liberar a Israel del yugo romano. Pero Jesús no aceptó esa idea y por el camino del amor terminó asentando su trono en la misma Roma. De modo que no es cierto que las grandes transformaciones se logren apelando a la violencia. Gandhi, Luther King, son más ejemplos de lo que puede el amor. Pero sigo comentándole, Inocencio, lo que le respondí a Sebastián: "Creo -le dije- que hay muchas medidas superficiales que parecen interesantes, pero que no solucionan el problema de fondo de los argentinos. No existe una medida intrépida, pero justa, como la de proclamar a propios y extraños que no habrá concesiones a los grandes poderes mientras el pueblo argentino no recupere la dignidad económica perdida. No habrá pagos ni cesiones de ninguna índole hasta tanto se conceda a cada uno de los argentinos el derecho a la alimentación, la salud, la vivienda, la educación y la cultura. La primer medida revolucionaria hubiera sido la merma sustancial de tributos y tarifas y un régimen de excepciones a los comercios, pequeñas y medianas empresas de modo de resguardar e incrementar las fuentes de trabajo rápidamente".
-Suena hermoso, pero de incumplimiento difícil, porque eso sería a costa de los grandes intereses.
-Lo sé, y se lo dije a Sebastián. "Reconozco -le expresé- que no debe ser nada fácil vérselas con los potentes del mundo". Pero que quiere que le diga, a mí siempre me gustaron aquellas palabras del general San Martín cuando dijo a sus tropas que sino se conseguían todas las vituallas necesarias para la guerra "andaremos en pelotas como nuestros hermanos los indios". Es toda una definición de dignidad. Por eso, una vez más expreso que todas estas medidas depurativas de nuestro presidente son muy hermosas, pero lo sustancial está pendiente. Lo sustancial está siendo negociado con Bush y con el Fondo Monetario Internacional y mucho me temo que a ellos no les importe demasiado las penurias del pueblo argentino. La cosa es que Sebastián dijo una gran verdad: "El problema argentino es cultural y pasarán generaciones hasta que esto se revierta".
-Es muy cierto.
-Confieso que sus palabras me sacudieron ¿Generaciones? Pensé en mis hijos, en los hijos de mi prójimo, en los nietos, en todos los que vienen y se encontrarán con esta cultura, la cultura de la devastación, la cultura de la nada y entonces enseguida en mi mente se reprodujo una imagen.
-¿Cuál, Candi?
-La imagen de un indigente, harapiento, andrajoso, que desde hace dos días está tirado en la vereda de calle 3 de Febrero entre las calles Corrientes y Entre Ríos, en pleno centro de la ciudad. Allí, muerto de frío, hambriento sin que ninguna autoridad haya acudido para trasladarlo a algún lugar donde pueda cobijarse !Claro¡ !Ahora están en otra cosa¡ Como hogar una vereda, como destino..., ¿qué destino? si hasta el destino ya perdió el pobre infeliz. Allí, derrumbado en el piso, loco de tanta angustia, olvidado de todos como si nomás formara parte de los restos de esa basura que conforma el paisaje urbano. Al ver a ese hombre, Inocencio, lo imaginé años atrás, acaso muchos años atrás, en los brazos de su madre, una madre con un sueño para aquella alma que acunaba. Pero esta cultura, cultura del egoísmo, la indiferencia, el individualismo descarnado rompió todos los sueños. En ese hombre (desparramada su humanidad y su alma por el piso) vi a los chicos hambrientos de la patria, a los mendigos, vi a los desocupados, a los profesionales recibidos y deambulando en busca de un trabajo de mozo, a los chicos lejos de nuestra tierra haciéndose de un pedazo de pan. Vi las lágrimas de las madres y la angustia de tantos padres argentinos. Sabe una cosa Inocencio...
-Espere, quiero terminar esta charla diciendo: "Ese hombre podría ser mi hijo dentro de treinta años o su hijo amigo del bar ¿No es hora de comprometerse seriamente para destronar a esta cultura descarnada? Sebastián tiene razón, pasarán generaciones para que todo esto cambie. O quien sabe, tal vez no transcurra tanto tiempo si cada uno de nosotros empieza haciendo su propia revolución. Hasta mañana".
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