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 domingo, 20 de julio de 2003

Editorial
Un desafío para la ciudad

Rosario, según acertadamente se la define, es hija de su propio esfuerzo. Y si bien esa característica forma parte de sus más legítimos y acentuados orgullos, la juventud cronológica conspira contra la formación de una tradición propia, cantera sobre la que se apoyan y desde la cual se proyectan todas las renovaciones inherentes a un presente de trabajo y pujanza. Anteayer el canciller Rafael Bielsa confirmó la realización en la ciudad de uno de los eventos más trascendentes, indudablemente, de su historia: el III Congreso Internacional de la Lengua Española, cuyas dos ediciones anteriores se efectuaron en las ciudades de Zacatecas (México), en 1997, y Valladolid (España), en 2001. La importancia del acontecimiento -anunciado para octubre del año entrante- no sólo debe afianzar el ego de los rosarinos: además, se presenta para ellos como una valiosa oportunidad y un riesgoso desafío.

Si bien no resulta nuevo, el dilema continúa presentándose como acuciante para quienes viven aquí: a pesar de que en los últimos tiempos los progresos en tal sentido han sido notorios, la identidad cultural de la urbe no se encuentra a la altura de su fortaleza en el terreno material.

Y no es que no surjan talentos: por el contrario, literatura, música, plástica y cine, por citar sólo algunos de los múltiples terrenos del arte, dan constantes pruebas de la riqueza plural de la cuna rosarina. Pero la ciudad no retiene, por lo general, a quienes engendra. Y en muchos casos, tampoco los valora ni reconoce.

El III Congreso de la Lengua permitirá que este paisaje físico, cultural y humano sea puesto, literalmente, en una prestigiosa vidriera sobre la cual se fijarán atentos los ojos de muchos. La Madre Patria -que tanto invirtió aquí, con el bello Parque de España- les ha legado a los americanos su prenda de unidad más profunda, el idioma. Ese mismo idioma que en esta región y en esta ciudad ha adquirido, aunque muchos no lo perciban, fisonomía propia.

Falta mucho todavía para octubre de 2004. El tiempo suficiente, sin dudas, para que los rosarinos adquieran conciencia de la magnitud tanto de la responsabilidad como de las posibilidades que el Congreso trae aparejadas. Ojalá la ciudad aproveche esta oportunidad para consolidar su aún brumosa identidad cultural y reconocer en sus raíces la razón que la erige en parte intransferible de un orbe cultural sin parangón en el globo, el de la maravillosa lengua española.

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