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 domingo, 20 de julio de 2003

Puja de poder entre el Kremlin y los oligarcas
A cinco meses de las legislativas en Rusia, el poder político se enfrenta a poderosos multimillonarios

Stefan Voss

Moscú. - Veinte funcionarios de la Fiscalía General irrumpieron en enmascarados en los archivos en busca de material de prueba. Los empleados debieron tirarse al suelo como delincuentes, cara abajo. No se trató de un error judicial. El allanamiento de las oficinas del consorcio Yukos, tal como ocurrió el pasado fin de semana en Moscú, cinco meses antes de las elecciones parlamentarias, es síntoma de una lucha por el poder entre el Kremlin y los poderosos hombres de negocios del país.

Si en Rusia la Fiscalía las emprende con artillería pesada contra empresas del multimillonario y accionista principal de Yukos, Mijail Jodorkovski, ello es porque, según se afirma, la política está en juego. Jodorkovski comenzó a financiar partidos opositores, poniéndose en confrontación directa con el Kremlin.

Con los procedimientos de la Fiscalía contra Yukos y las amenazas contra otros grandes consorcios parece desvanecerse un silencioso acuerdo entre el presidente Vladimir Putin y los oligarcas rusos. Hasta ahora, los ejecutivos podían mantener en sus manos el poder alcanzado mediante contatos personales en empresas petroleras y de materias primas. Esto, según la prensa rusa, duró mientras los oligarcas se mantuvieron al margen de la política. Nadie duda en Rusia que en estos casos la Justicia no ataca sin el consentimiento del Kremlin.

En los años 90, un estrecho socio de negocios de Jodorkovski había malversado millones en la privatización de una empresa estatal. Esto que para el sentido occidental de justicia y política suena sensacional, es conocido en Rusia desde hace tiempo y no es de modo alguno un caso aislado. "Mucho de lo que ocurrió en los últimos años en nuestro país fue de todo menos conforme a la ley", confirma Andrei Illarionov, consejero económico presidencial. En los negocios con aluminio, níquel y metales preciosos, en las reservas petroleras y en la industria pesada, las acciones del Estado yacían en las calles. Bastaba ser suficientemente rico e inescrupuloso para intervenir y hacer negocios multimillonarios.

La política rusa, sin excluir al Kremlin, estaba ya desde mediados de los años 90 íntimamente ligada a los potentados económicos, los llamados oligarcas. Para ser reelegido, el antecesor de Putin, Boris Yeltsin, necesitó en 1996 del apoyo de los empresarios. A cambio de una participación en las empresas estatales, hombres de negocios como Boris Berezovski -caído más tarde en desgracia con Putin- y como Jodorkovski, financiaron el triunfo electoral de Yeltsin frente a los comunistas.

También la elección de Putin como presidente, cuatro años más tarde, sólo fue posible gracias al respaldo de la "familia Yeltsin". Hasta el día de hoy, el Estado percibe de los oligarcas "donaciones voluntarias" para grandes proyectos como las celebraciones del tricentenario de la ciudad de San Petersburgo.

Ahora, periodistas rusos presumen que el actual conflicto es también síntoma de una lucha por el poder en el Kremlin entre los representantes de la "familia Yeltsin" y los seguidores de Putin, de sus tiempos como jefe de la KGB y como político de San Petersburgo. Alentados por la intervención de la Justicia, muy en especial los comunistas podrían convertir ahora las controvertidas privatizaciones en tema de lucha electoral.


Privatización y guerra civil
Los economistas, por su parte, advierten de las consecuencias que ello acarrearía. Rusia, se dice, pierde la confianza de los inversores extranjeros, penosamente recuperada tras la crisis financiera de 1998. "No se puede excluir que una revisión de las privatizaciones conduzca a una nueva guerra civil", decía el consejero presidencial Illarionov, en una entrevista radial.

Para muchos rusos, por el contrario, oligarcas como Jodorkovski (con una fortuna estimada en más de 7.000 millones de dólares), Mijail Fridman u Oleg Deripaska, son simplemente criminales. Han logrado su gigantesca riqueza no mediante su propio trabajo sino a través de hábiles adquisiciones de empresas, mediante sobornos y amenazas, se afirma reiteradamente.

Cuando el magnate petrolero Roman Abramovich compró a comienzos de julio por más de 40 millones de dólares el tradicional club de fútbol inglés Chelsea London, hubo una lluvia de protestas en Rusia. "Este es dinero que nos robaron a nosotros", exclamaban indignados ciudadanos al teléfono de la emisora Echo Moskvy. (DPA)

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