| domingo, 20 de julio de 2003 | Cazador oculto: los nuevos aires del rock argento Ricardo Luque / La Capital Hubo un tiempo en que fue hermoso y fue libre de verdad. Pero pasaron siglos, y ya nadie se acuerda, o lo que es peor, ya nadie quiere acordarse. Una pena. Porque los tiempos en que el rock era arte, y no un negocio vil, se extrañan. Y, hay que admitirlo, águilas hubo siempre, el problema es que últimamente la escena rockera parece la jaula de las locas. No se entiende bien por qué. Pensar en salvarse con un hit es una tontería que sólo sirve para alimentar la fábrica de éxitos instantáneos de la música latina. Y nada está más lejos hoy de la realidad del rock argento. Uno puede pegar un tema en la radio, pero de ahí a convertirse en una estrella de rock hay un abismo. Lo curioso es que hay rockeros que se comportan como vedetes del Maipo, y su gran mérito, la única medalla que lucen sobre sus pechos hinchados, es haber cambiado el ritmo furioso del punk por la cadencia pegadiza de la cumbia y así ganaron un puñado de fans. Que se la crean no está mal, el problema es que predican y, en su afán por convencer al mundo de que las cosas son tal y como ellos las ven, resultan patéticos. No hay nadie más latoso que un predicador en el desierto. Más si pasó la infancia jugando rugby en las Cuatro Hectáreas. Antes el rock no era así. No vale la pena ponerse nostalgioso, pero la verdad es que a nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido preguntar por la taquilla en un recital de Pescado Rabioso o consultar el top forty en una noche salvaje de Sumo o quejarse porque se le corrió el rímel en medio del pogo en Cemento. Para coqueterías estaban los almuerzos de Mirtha Legrand o el living de Susana Giménez. Pero los tiempos cambian, y bajo el bombardeo embriagador de la MTV Britney Spears se confundió con Janis Joplin y los Backstreet Boys con Metallica. Bajo el fuego cruzado de las FMs, los caprichitos de los chicos bien del Jockey Club se confundieron con la rebeldía indomable del rock. Pero no hay por qué inquietarse. Ahí están Popono y sus vándalos, los burritos asesinos de Coqui y las huestes canallas de Cielo Razzo para mostrar que el espíritu del rock sigue vivo. No hay por qué temer. El bulldog es un perro que ladra, pero no muerde. enviar nota por e-mail | | |