| sábado, 19 de julio de 2003 | ¿Existe la amistad? Sabemos que la amistad -y está escrito- es el afecto puro y desinteresado, generalmente recíproco, que nace y se arraiga con el trato. Tomando como referencia a tan filosófico concepto siempre pensé que la actividad creadora del hombre no debía limitarse solamente a satisfacer sus necesidades de carácter físico sino que debía además atender sus sensaciones de espíritu buscando la tibieza emocionada que brinda la amistad. Pensé que la amistad era el alimento espiritual con que se nutren los hombres honrados de sanas y elevadas intenciones. Creí que la amistad era una piedra preciosa, un tesoro escondido. Pensé que la amistad con su intangible belleza producía un inefable estado espiritual que trasciende los límites físicos de un individuo y se llama felicidad y que cuando se diluye sin razón nunca fue verdadera. Pensé también y lo creí firmemente que el éxito y la bonanza debían compartirse, sin cálculos aleatorios, con los verdaderos amigos y no con los genuflexos y obsecuentes. Pensé que cuando preferimos el bien y el desinterés por sobre todas las cosas y estamos al servicio de fraternas realizaciones, destacando las virtudes de nuestros semejantes, apoyamos y estimulamos, olvidando los defectos humanos como ente perfectible, vivimos una conducta auténtica y esencialmente amistosa. Cicerón dijo: "No puede existir amistad sino entre los hombres de bien". Voltaire expresó: "La verdadera amistad es la unión entre hombres virtuosos, únicamente los hombres virtuosos tienen amigos". El poeta dejó escrito "La amistad tiene una voz, la voz del corazón, la voz de los afectos, no se escucha nunca en la casa del egoísta". Concebida
-en forma personal- de tal manera la amistad, en esas noches que son sólo de uno, deberíamos consultar al juez insobornable de nuestros actos, es decir a nuestra propia conciencia preguntando: ¿existe la amistad? Es seguro que para muchos la respuesta ha de ser afirmativa pero para aquellos que hacen un oficio permanente de la crítica destructiva y de la envidia, seguramente no.
Aldo Basaglia
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