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 miércoles, 16 de julio de 2003

Tres encapuchados aterrorizaron a cinco personas en una huerta en Soldini
Maniataron a una familia, saquearon su quinta y se escaparon en su auto
Irrumpieron de noche, hicieron destrozos, sustrajeron armas y dinero. Y antes de irse comieron un puchero

Una familia de quinteros de la zona rural de Soldini estuvo dos horas a merced de una banda de encapuchados que puso "patas para arriba" la vivienda en busca de dinero. Los delincuentes aprovecharon la desolación del lugar en medio de una noche helada para moverse a sus anchas y hasta se dieron el gusto de picar una improvisada cena de puchero con papas y mayonesa con sus víctimas maniatadas en el piso. Luego se llevaron 900 pesos, una escopeta calibre 12.70, un revólver 22 largo, un televisor, un radiograbador, herramientas y hasta el auto de la familia, que hasta ayer no pudo ser recuperado.

El episodio que enfrentaron los Ballester, una familia de horticultores que vive a unos 200 metros de la ruta 14, al sur de Soldini, guarda muchas similitudes a otros episodios en los cuales también actuaron grupos de encapuchados que eligen fincas rurales para dar sus golpes. La zona donde se registró la mayor cantidad de casos es justamente el oeste y sudoeste del departamento Rosario, donde predominan los cultivos de verduras y hortalizas.

El lunes alrededor de las 20.30, Martín Ballester, de 15 años, llegaba con Fernando, su hermano de 17 años, a su casa en moto. La guardaron en el galpón y cuando se dirigían hacia donde estaba su madre se encontraron con cuatro hombres armados y con sus rostros cubiertos con gorras y pasamontañas. Nadie los vio llegar porque la casa de los Ballester se encuentra en medio del campo y no hay vecinos cerca. Por eso ayer se suponía que la banda hubiera llegado a pie hasta la vivienda.

Liliana, la mamá de los chicos, estaba junto al más chico de la familia, Pablo, de 12 años. Los cuatro fueron llevados encañonados hacia el interior de la vivienda. Juan Carlos, el padre de la familia, se estaba bañando y desde la ducha oyó los gritos de su mujer. Apenas pudo secarse un poco y se encontró con la desagradable sorpresa: una banda de encapuchados apuntaba con armas de fuego a sus seres queridos.

A todos les ataron los pies y las manos. "No nos hicieron daño. Pero amenazaron con matar a mi hermano mayor si no les dábamos el dinero", rememoró Martín, a quien le sacaron la campera y el pulover, dejándolo en mangas cortas, temblando de frío. "Estaban convencidos de que había plata, buscaban dólares. Dijeron que esto era una batida y que sabían que teníamos dinero. Por eso revolvieron toda la casa. Dejaron hecho tal desastre que no se podía caminar", comentó el muchacho.

En su afán por encontrar algo más de valor, los delincuentes rompieron muebles, los tantearon para ver si tenían dobles fondos, pusieron patas para arriba la cama matrimonial, cortajearon las fundas de los colchones, tiraron todo por el piso. Juan Carlos les tuvo que entregar el dinero recaudado de la venta de mercadería del fin de semana, unos 900 pesos en total. Interrumpieron ese trabajo para darse el gusto de cenar. "Se comieron una carne de puchero con unas papas a las que le pusieron mayonesa. No dejaron nada", relató el pibe.

Los hampones cargaron después electrodomésticos y herramientas en el Renault 18 color gris y se fueron. Pero al parecer, además de creer que en la casa había más dinero, sospechaban que había un auto más valioso. "Este es tu coche", preguntaron, desconcertados cuando Juan Carlos les entregaba las llaves del R18. La sospecha es que la banda había pensado en encontrarse con un BMW. Esa marca de auto es la que posee el dueño de las tierras en la que trabaja la familia Ballester. Por eso no es descabellado pensar que la gavilla haya vigilado la zona y detectado el arribo al lugar del coche importado.

"A lo mejor creyeron que era nuestro, pero era del dueño del campo", concluyó Martín, quien recordó también un episodio que a su padre le llamó la atención. Ocurrió el mismo día en que irrumpieron los delincuentes. Una cupé Chevy color rojo o anaranjado lo siguió a Juan Carlos prácticamente hasta el camino de entrada a la quinta. El coche sospechoso se detuvo sobre la ruta como si se quedara observando hacia la casa de los Ballester y unos segundos después se marchó. "Para mí nos estuvieron vigilando", admitió el muchacho.

Los Ballester llegaron a Soldini hace poco más de un año. A muy pocos kilómetros del pueblo arrendaron un terreno donde cultivan acelga, lechuga, repollo, coliflor y rúcula, que suelen vender en el Mercado de Fisherton. Antes, la familia vivió la zona de Las Palmeras y Uriburu, otro sector de quintas. Pero no pudieron soportar el pillaje. "Todas las noches mi papá se la pasaba en el techo con un reflector y la escopeta porque había robos por todos lados", recordó.

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Los tres hijos de los Ballester y un amigo.

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