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 miércoles, 16 de julio de 2003

Charlas en el Café del Bajo

-Vamos a salir hoy, Inocencio, del ciclo político para considerar aspectos de la vida. Creo que es bueno ello, porque estando en el preciso medio de la semana, en medio del trajinar diario, de las dificultades y problemas cotidianos, podríamos llevar un poco de sosiego a tantos espíritus sensibilizados.

-O sea que en un miércoles retornamos a los temas de los domingos: religión, metafísica, filosofía, mística, magia, vida.

-Un poco de eso, sólo un poco.

-El otro día alguien me dijo que nuestras charlas de los domingos parecen las de un cura que vive con intensidad el púlpito, las de un rabino enamorado de la kehilá, las de un pastor empeñado en su iglesia, las de un..., bueno me dijeron que tratamos de convertir a la gente.

-¿Y eso es malo? Claro, tratamos de convertirlos, pero no a una religión determinada, sino a una vida más sosegada, más digna de ser vivida. Nosotros los domingos hacemos una interpretación de ciertas escrituras religiosas y siempre decimos que si pudiéramos los hombres comprender el mensaje subliminal de algunos textos veríamos que en el fondo nos enseñan a alcanzar el cielo en este aquí y ahora ¿Y qué es el cielo aquí sino una vida templada, tranquila, pacificada más allá de las dificultades que a diario nos toca vivir?

-Bueno, en medio de oficinas, papeles, bancos, ventas, cuentas, etcétera, denos un poco de oxígeno para el alma.

-Bien, hace mucho tiempo leí un libro en el que el autor ponía a Jesús frente a un escriba. El tal escriba había seguido a Jesús, guardando prudente distancia, y en una de sus charlas a la multitud escuchó aquella célebre cita que decía: "No es afanéis, por lo que habéis de comer o lo que habéis de vestir. No os preocupéis por el día de mañana, porque basta a cada día su propio afán". Cuando Jesús terminó su mensaje se acercó el escriba y allí el autor comienza una famosa conversación que por aquellos tiempos sólo podían comprender un ser divino, Jesús, y un hombre sabio, el escriba.

-Transcriba un fragmento de esa conversación.

-Aquí va: "Sé que tus palabras pueden ser interpretadas de diferentes formas. Sé que la palabra que has pronunciado, "preocupación", tiene otro contenido, pero no alcanzo a descubrirlo. Ilumina mi entendimiento", dijo el escriba y Jesús le respondió: "El mal se nos presenta a cada instante de diferentes formas y debemos estar alertas en nuestras vidas para que su trabajo no rinda sus frutos. Con más frecuencia de la que creemos, Ariel, el mal penetra en nuestra mente sin que nos percatemos de ello y como viento punzante erosiona nuestra altura espiritual, lentamente, pero de manera efectiva. El mal tiene muchas caras. El sentimiento de culpa, la angustia y la preocupación son las aristas visibles de todos los días ¿Quién, Ariel, no se preocupa cada día por una determinada situación? Ahora bien, el mensaje tal como lo has escuchado fue interpretado como que uno debe ser digno de Dios, alcanzar la sublimidad espiritual no desvelándose por las cosas materiales del mundo. Ese diría, es el mensaje religioso, pero detrás de él hay otro, como bien has dicho.

-¿Cuál ese mensaje Maestro, porque al hombre lo devasta la preocupación? Dímelo.

-Debes saber que el cuerpo, templo del alma, posee una delicada y exquisita estructura de defensa contra lo que conocemos como enfermedades. Las preocupaciones cotidianas, así como el sentimiento de culpa, la angustia y otros sentimientos, producen un agotamiento no sólo de la mente, sino que debilitan en gran forma la estructura de defensas del cuerpo, éste alcanza una notable disminución de la capacidad de defensa y entonces el hombre está a merced, desamparado, de cuanta enfermedad ronde en el ambiente. Sabio es aquel que no se angustia por dificultades que no son trascendentes. Sabio es aquel hombre que ante las dificultades se ocupa de resolverlas. Sabio es aquel que no está pendiente del mañana angustiándose por algo que aún no ha llegado y no se sabe si en realidad llegará.

-¿Y si el problema existente no puede ser resuelto?

-Sabio es si logra evitar que la pena se apodere de él. Un hombre así se libera del infierno de la melancolía, preserva del mal el templo del alma que es su cuerpo y permite que su espíritu siga su camino hacia Dios".

-Así que Inocencio, brindemos.

-¿Por qué brindamos Candi?

-Porque la vida es bella.

Candi II



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