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 miércoles, 16 de julio de 2003

Reflexiones
Buen clima para la acción

Víctor Cagnin / La Capital

La crisis económica, política y social desatada a fines de siglo -de la cual recién ahora observamos síntomas de mejoría-postergó un debate en las instituciones de la Argentina que se suponía debía ocurrir en el gobierno de la Alianza: cómo redemocratizarlas, devolverles legitimidad y transparencia, recuperarlas como un espacio cohabitable, pluralista, contenedor, formador y estimulador de aquellos ciudadanos que busquen convertirse en nuevos referentes de la sociedad. Como era de esperar, aquél mensaje estridente y masivo del verano 2001-2002, reclamando "Que se vayan todos", no podía sobrevivir demasiado tiempo. Y no podía por la simple razón de la ausencia de un cuerpo de dirigentes prestos, preparados y con convicciones para ocupar el vacío que dejasen quienes supuestamente debían partir y no lo hicieron.

El país se hallaba al borde del caos y la anarquía. Se dirá por allí: era la oportunidad de replantear a fondo la vida institucional convocando a una asamblea constituyente. Tal vez. Pero si observamos en retrospectiva cuánto se ha podido avanzar en el recambio dirigencial en un año y medio, se coincidirá en que fue bastante escaso frente a las pretensiones que se tenían (a excepción del presidente Néstor Kirchner, quien sorprendió a más de un vanguardista). De forma que una salida institucional diferente a la tomada bien podría haber conducido al fracaso por falta de concurso o capacidades. Ahora bien, esto no quiere decir que la sociedad haya perdido la memoria o modificado sus aspiraciones. No. Sigue existiendo una imperiosa necesidad de renovación de la dirigencia así como del significado para cada una de las instituciones. La perspectiva de seguir viendo las mismas caras en los mismos lugares no puede revelar más que desaliento, incapacidad y estancamiento. Porque, vale recordarlo, el país no viene de éxitos que los legitime. Sino por el contrario.

Claro que el dilema pasa en torno a los mecanismos o los instrumentos de participación con que cuenta la ciudadanía para procurar los cambios. En algunas instituciones sociales (sindicatos, clubes) la lucha por sobrevivir al torrente neoliberal los llevó a una actitud de retraimiento, cerrar filas y achicamiento de estructuras tal que casi desaparecen del escenario actoral. Esas estructuras deberían pasar de la contracción a la apertura sin temor a las pérdidas, porque la riqueza que puede traer lo nuevo reparará la dignidad de sus afiliados y hasta ser indulgente y magnánimo con los errores de quienes soportaron timoneando el barco en el peor temporal que haya registrado nuestra historia. Mientras tanto, paradójicamente, predomina la sensación de que todas las iniciativas de cambio emanan del gobierno central, cambios que no estuvieron bien precisados en la agenda electoral del presidente pero que eran imprescindibles. De ahí, el enorme respaldo popular que revelan las encuestas.

Frente a esto último -es decir, cambios impulsados desde arriba por una demanda expresa de la ciudadanía y ahora de los organismos de crédito extranjeros, que también exigen instituciones transparentes para firmar acuerdos-, se percibe que los límites para implementarlos con rapidez y eficiencia están dados por la incapacidad de los gobiernos provinciales y locales para interpretar los lineamientos. Y no por los reparos que puedan realizar el Poder Legislativo y Judicial. Tomemos por caso el tema seguridad: el ministro de Gobierno de la Nación acaba de dar un discurso a los altos mandos de la Policía Federal inobjetable, podría avalarlo todo el arco político. Una tabla de mandamientos para las fuerzas de seguridad que con sólo cumplir algunos de ellos ya tendríamos un contexto diferente. La pregunta es cuánto tiempo llevará formar a todos los cuadros en esta nueva cultura de trabajo. Qué se está haciendo desde las instancias intermedias o de otros organismos de seguridad para acompañar este concepto. Por ahora, sólo paliativos. Lo mismo podría señalarse en el plano educacional, laboral o industrial.

Y es que, desde luego, seguimos en un período de transición. Aún no se cumplieron 60 días de la asunción del nuevo gobierno nacional y sólo tres provincias eligieron gobernadores: Córdoba, Tierra del Fuego y Tucumán. Incluso, dos todavía no asumieron. Y ya se sabe cómo se administra cuando a una gestión le queda poco tiempo de mandato. Se cuentan los días, las horas y los minutos. Todo se transforma en una gran carga, se pierde sensibilidad, sentimiento y reflejos. Las acciones pierden objetividad, enfoque y se suelen cometer tremendos errores en los últimos tramos. Por eso el mejor aporte que podrían realizar es sostener la prolijidad hasta la entrega del poder.

Mientras esto sucede, la ciudadanía en general, además de intentar reacomodar su situación en busca del tiempo perdido -un empleo en blanco, reponer un electrodoméstico, reparar una vivienda- se mantiene a la expectativa de los acontecimientos, sin mayor protagonismo. Es una actitud mezcla de perplejidad, comodidad y falta de confianza en sí misma. No avanza sobre las instituciones. Como si el orden allí establecido permaneciera imperturbable, sin necesidad de su presencia ni de transformaciones. Vale reconocer sí que en ocasiones algunos lo intentaron y malograron, pero esto no debe conducir a la deserción definitiva. El país se encuentra en otro momento político y el contexto internacional también ha cambiado de aire. Al menos en Sudamérica. De forma que existen mejores condiciones para volver a reinsertarse, reclamando espacio, actuando, haciendo oír su voz y su voto (un voto que deje atrás los mecanismos arbitrarios y perversos de cierta política).

Devolviéndole transparencia, regenerando sus estructuras, ampliando su significado y abriendo camino hacia una Argentina marcadamente activa, profundamente democrática y en constante debate de ideas.

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