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 miércoles, 09 de julio de 2003

Editorial
El sentido de un desafío

La Argentina padece desde un largo tiempo a esta parte de una notoria devaluación del sentimiento popular en torno a las fechas patrias. Pese a la positiva excepción que en tal sentido constituyó el festejo del último Día de la Bandera en Rosario, resulta en extremo probable -tristemente- que un elevado porcentaje de la población nacional no registre del modo en que lo merece el significado profundo que tiene para el país la Declaración de la Independencia, de la que hoy se celebra el 187º aniversario.

Y lo paradójico de tal situación es que el actual momento histórico se presenta como sumamente oportuno para la renovada puesta en escena de ese espíritu. Es que los hombres que un día como hoy del lejano año 1816 decidieron romper definitivamente los lazos con España fueron valientes, aunque no audaces. Eran conscientes -algunos, como Laprida, mucho más que otros- de las inmensas posibilidades que se le abrían a la flamante Nación, situada en el extremo sur de un mundo que aún lo ignoraba casi todo sobre estas tierras. Y cortaron las cadenas con orgullo, embebidos, pero sin pecar de vanidad, de la certeza del éxito.

Después de la brutal caída de un modelo económico cuyos éxitos iniciales se dilapidaron en pro de su errónea continuidad, la Argentina intenta ahora emerger de sus propias cenizas. El camino a recorrer será largo y duro, si bien los primeros pasos parecen haber sido dados. El vínculo roto entre el poder político y la ciudadanía ha comenzado a restablecerse, en función de acciones de gobierno coincidentes con el deseo colectivo.

Sin embargo, en el fragmentado tejido social que dejó el estallido de la crisis persisten numerosos bolsones de egoísmo sectorial e impaciencia. Y cuando se los contempla es que asoma con fuerza la desvalorizada noción de sacrificio que ocupa tantas páginas destacadas de las primeras épocas de la historia de la patria.

Desde arriba hacia abajo, aunque empezando por lo más alto de la pirámide, será necesario recuperar la abnegación perdida. También, e imitando en ello a los hombres de 1816, habrá que templar el espíritu en la noción de que la hazaña de la resurrección sólo será posible en tanto y en cuanto se recupere la confianza en las propias fuerzas.

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