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 miércoles, 09 de julio de 2003

Reflexiones
Peligro: políticos en mal estado

Víctor Cagnin / La Capital

La fuerte puja que se ha desatado entre lo viejo y lo nuevo, entre lo que lucha por imponerse y lo que se niega a morir, entre una fuerza transformadora y una fuerza conservadora, se nos revela día a día con mayor nitidez en el escenario político y social; a veces de una forma racional y conducente, por momentos dramática y en otras de un modo tragicómico o bien directamente propio del género grotesco.

Esto no es nuevo, por cierto, cada época tiene sus propias antinomias; algunas de ellas logran resolverse acabadamente y otras quedan pendientes y van acumulándose para ser disueltas en un mejor momento. Es el caso de los enfrentamientos entre civiles y militares. Pasaron cuatro presidencias sin que se logre hacer justicia con las violaciones de los derechos humanos durante la última dictadura. Ahora "debemos contribuir a la verdad", les reclamó el presidente de la Nación a los altos mandos castrenses en la comida anual de las Fuerzas Armadas; "el mundo es espectador de lo que en este tema podamos hacer". Y uno no puede esperar más que colaboren para que esto llegue pronto a un puerto reparador.

Pero no obstante el carácter vertebral que tiene este tema para nuestra historia y nuestro futuro, existe además el interrogante sobre las viejas formas de prácticas políticas que mantienen su real vigencia. Esto también es una cuestión pendiente donde los políticos deben contribuir para que se sepa toda la verdad, porque el país en su conjunto lo requiere, y en parte del mundo se sigue de cerca cada paso que se da.

Algunos candidatos parecen sacados de contexto y allí están: imperturbables, sonrientes, como si el paso del tiempo no hubiera producido mácula alguna sobre su trayectoria; o peor aún, como si no fuesen responsables del país que se pretende dejar atrás definitivamente. Es el caso de Carlos Manfredotti, en Tierra del Fuego; el de Antonio Domingo Bussi, en Tucumán o el de Horacio Usandizaga, en nuestra provincia.

En el caso Manfredotti sólo basta con escucharlo silabear para registrar las serias dificultades para expresarse. No puede abrir y cerrar subordinadas. Más grave todavía si se considera que presidió cuatro años el Ejecutivo fueguino. Se dirá, indulgentemente, que existen distintas formas de comunicarse con la gente, pero si Manfredotti tuvo un lenguaje diferente para expresarse no fue el artístico, el corporal o el informático, sino el de la impunidad y el de la falta de pudor político, económico y social, si es que el pudor tiene un orden. Naturalmente, su desplazamiento es una señal de avance, aunque allí aún no se visualiza con claridad la fuerza de lo nuevo.

En el caso Bussi, existe una señal de alerta, un virus que puede minar el esfuerzo realizado en esa provincia. Evidentemente, parte de la sociedad civil allí no puede distinguir por qué ese general pudo implementar planes asistenciales durante la dictadura. Sobre su demagogia crónica. Sobre sus diversas formas de perversión comandando él mismo la represión. Ahora, acaba de ganar la intendencia de Tucumán por 17 votos, aunque para ser consagrado deberán resolverse antes algunas urnas impugnadas y los reparos legales sobre su candidatura. No obstante, queda en esa figura funesta el respaldo de una porción de la ciudadanía tucumana que no se puede soslayar, sino más bien sobre la cual urge implementar una profunda tarea de información y formación, en la que los referentes políticos y sociales deben comprometerse a fondo a fin de desarticular los fundamentos del bussismo. Así como el neonazi y xenófobo Jorg Haider creó en Austria una profunda preocupación en la comunidad europea formando gobierno con los conservadores, del mismo modo genera estupor en la sociedad argentina el caso Bussi. Porque la fuerza del pasado se resiste a morir y antes de hacerlo puede intentar el mayor daño posible hacia el resto de la sociedad democrática.

El caso Horacio Usandizaga nos concierne y no se puede hacer silencio o decir livianamente dale que va. No. Es un senador de la provincia, sí; tiene sus fueros, correcto; pero también tuvo y tiene sus deberes y sus obligaciones como representante de esta querida y bendita provincia. Y la prueba más cabal de que el senador no cumplió es la falta de balance absoluto para rendirle a la ciudadanía santafesina sobre lo que hizo por ella en la Cámara alta de la Nación. Por su desprecio hacia los medios de comunicación, que lo buscaban afanosamente sin suerte por su palabra, en momentos en que la patria se dirimía entre el caos y la anarquía. No se le conoce gesto alguno de autocrítica sobre los errores cometidos en el pasado. Es una figura autoritaria enfundada en argumentos de temperamento, que suele escaparse ante la situación adversa.

No se lo ha visto junto a los inundados, tal como lo requería la hora, mucho menos peleando a brazo partido por ayuda solidaria. Hasta que apareció este lunes anunciando su candidatura a la intendencia, cuando se lo hacía celebrando San Fermín en el País Vasco. Es sin duda parte de lo viejo que busca perpetuarse. Es una dirigencia que se resiste a dar un paso al costado. Ha sido actor protagónico por acción u omisión en el escenario político de los últimos 20 años y sobrevive por la inercia participativa de su partido, la nostalgia de algunos amigos, la funcionalidad a lo establecido y la generosidad de la democracia.

En la provincia, en tanto, con gran inquietud, equívocos, errores, aciertos, dudas y convicciones, lo nuevo se acomoda para que la ciudadanía obligue a parir otro tiempo.

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