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 domingo, 29 de junio de 2003

Luna Rojiza y cóndores planeadores
Córdoba: Excursión de trekking por el macizo Los Gigantes
A 45 kilómetros de Villa Carlos Paz, un lugar para descansar

Diego Veiga / La Capital

Una luna rojiza se asomó en el horizonte y se adueñó de todas las miradas. Fue un instante único, soñado. Allí, lejos de todo lo que comúnmente se conoce como civilización, un grupo de jóvenes rosarinos volvió a recordar lo que significa emocionarse con sólo disfrutar a pleno de la naturaleza. La experiencia ocurrió hace unos pocos días en el macizo Los Gigantes, una impactante formación montañosa ubicada en el corazón de las sierras cordobesas, a tan sólo 48 kilómetros de Villa Carlos Paz.

La voz cascada de Joaquín Sabina emergió por los parlantes de la combi de Richard mientras el vehículo enfiló hacia el albergue La Rotonda, el lugar elegido por el grupo para pasar tres días en uno de los últimos reductos de cóndores y tabaquillos (especie de árbol en extinción) del mundo.

La idea fue por demás de seductora: codearse con la naturaleza, disfrutar del espectáculo que brindan los cóndores en pleno vuelo y dejarse maravillar por la vista imponente que ofrece la cumbre del cerro de la Cruz. Y como si eso fuera poco, quienes coordinaron las actividades (integrantes de la Asociación Argentina de Guías de Montaña) le imprimieron al viaje un plus adicional de aventura: la posibilidad de practicar escalamiento y rappel en plena montaña.

Los 28 integrantes de la excursión llegaron al pie del macizo Los Gigantes poco antes de las nueve de la mañana de un sábado que se presentó algo frío y nublado. Se trató en su mayoría de jóvenes profesionales y estudiantes cuyas edades oscilaron entre los 22 y 28 años y que coincidieron en definirse como grandes amantes de la naturaleza y la vida al aire libre.

Entre ellos también estuvo Daniel, un empresario metalúrgico de 50 años que no dudó en confesarse como un "enamorado" del trekking. "Hace años que empecé a hacer este tipo de excursiones, fui a la Patagonia y a otros lugares, y la verdad es que no puedo dejar de hacerlo. Es hermoso", aseguró.

El albergue que cobijó al grupo durante todo el fin de semana está ubicado al pie del macizo y para llegar es necesario recorrer primero algo más de treinta kilómetros por camino de ripio. No obstante, el trayecto no presenta demasiadas dificultades y es apto para ser recorrido con cualquier tipo de vehículo.

Una hora más tarde, el grupo partió hacia el corazón del macizo. La idea fue hacer trekking por el lugar, conocer algo de su flora y fauna y dejarse maravillar por lo que a esa altura del viaje ya era un constante denominador: la espectacularidad del paisaje.


Un lugar soñado
El macizo Los Gigantes es una formación granítica que afloró en el período precámbrico y está enclavado en el cordón montañoso central de las Sierras Grandes. Se caracteriza por ser un lugar que combina una interesante y rica diversidad de paisajes como verdes laderas, cascadas, valles, quebradas, cuevas y grandes paredones que se utilizan para la práctica de escalamiento. Es más, el sitio fue designado Centro Nacional de Instrucción de Montaña por lo que anualmente es visitado por miles de escaladores de diversas partes del país.

En este lugar de ensueño se internó aquel sábado el grupo integrado por rosarinos y jóvenes de otras ciudades cercanas. El trekking duró unas seis horas y hasta incluyó un almuerzo dentro de un refugio natural "construido" debajo de una gran roca. Allí, mientras los músculos se estiraban y los pies descansaban, no faltó la tradicional rueda de chistes y anécdotas que le imprimen al turismo aventura ese plus de amistad y camaradería que suelen distinguirlo del resto.


Zas, Suéter y Virus
En el camino fue posible observar los avances del plan de reforestación de las Sierras Grandes, que tiene por objetivo recuperar el tabaquillo, un árbol de montaña en vías de extinción.

El cierre de la jornada no pudo haber sido mejor. La caminata de regreso al refugio fue coronada por una seguidilla de canciones entonadas a capella y que incluyó un amplio repertorio de temas nacionales que sonaron allá por los ochenta. Así, a la espectacularidad del paisaje, se le sumaron todas esas imágenes que suelen aparecer cuando alguien recuerda alguna vieja canción de Los Abuelos de la Nada, Zas, Suéter o Virus. Impagable.

El domingo amaneció espectacular. El sol se mostró en todo su esplendor y ya nadie dudó que ese día sería por demás de ideal para escalar el cerro de la Cruz, el pico más alto del macizo, con unos 2.200 metros y que permite observar desde su cumbre toda la magnitud del valle de Punilla, el cerro Pan de Azúcar y el Uritorco.

El día también iba a ser aprovechado para incursionar en el escalamiento y el rappel, dos actividades que se practican con avidez en ese lugar de las sierras.

Tres horas después de comenzada la caminata, el grupo enmudeció. Imponente, un cóndor cruzó delante de ellos y extendió sus alas como para adueñarse de todas las miradas. Un ejemplar adulto suele medir tres metros de ala a ala y según comentó Carlos, uno de los guías, "suelen ser fieles durante toda la vida y hasta llegan a suicidarse si pierden a su pareja".

La travesía continuó por la ladera del cerro de la Cruz y llegar hasta la cumbre demandó casi dos horas. Pero el esfuerzo no fue en vano. "¡Escuchá!", dijo Cori -un joven viajante de 30 años- en un intento por escuchar precisamente lo inaudible: el silencio. Allí, a 2.200 metros sobre el nivel del mar y rodeado de un paisaje único y conmovedor, Cori se sintió emocionado, al igual que sus compañeros de ruta.

Unas horas después, los aventureros se animaron a otro desafío: 20 metros de caída libre deslizándose con rapel y la posibilidad de escalar un paredón de 30 metros de altura.

La Colo no lo dudó. Se calzó el arnés de seguridad bajo la atenta mirada de Claudio (uno de los guías que acompañó al grupo), se colocó el casco y se paró al borde del precipicio. Unos segundos después se deslizó casi como una experta ante la incómoda mirada de algunos de sus compañeros varones, que no pudieron superar el miedo al vacío y optaron por dejar la experiencia "para más adelante".

A lo que nadie se negó fue a degustar una picada espectacular, de esas que tienen de todo: salame, queso, mortadela, pickles, y que en medio de la montaña parecen cobrar más sabor que las tradicionales.

El regreso al refugio fue justo antes de la caída del sol y casi con el tiempo ideal para preparar lo que sería la velada de despedida de las sierras, con guitarreada, chistes y anécdotas incluidas.

Unos minutos antes de la cena, Jorge descubrió algo que lo maravilló. "Chicos, si quieren miren afuera que seguramente lo que descubran les va a gustar", anunció el guía con cierto tono de misterio. Justo encima del horizonte, una luna rojiza comenzaba a ganar espacio en el estrellado cielo cordobés. Y coronada por las luces de Carlos Paz y las más cercanas de Tanti, se adueñó de todas las miradas. "¿Cómo querés que no me guste esto? ¿O acaso alguna vez en la ciudad te pusiste a disfrutar del silencio de la noche y te quedaste mudo al ver la salida de la luna?", preguntó uno de los chicos que integró la expedición.

El macizo se dormía y faltaban pocas horas para que el grupo regresara a Rosario. El objetivo estaba cumplido. La experiencia había sido única. Fue tan sólo hace unas semanas, en el macizo Los Gigantes, a 48 kilómetros de Villa Carlos Paz.

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Es frecuente ver cóndores en los Gigantes.

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