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 domingo, 29 de junio de 2003

El mundo paranoico del dictador Charles Taylor

Monrovia. - En el mundo paranoico de Charles Taylor, cada habitante es una amenaza potencial. Taylor es un dictador africano de la vieja escuela. Este señor de la guerra de 54 años, quien hundió a Liberia en una guerra civil que rivaliza con la de Ruanda por su locura y violencia, y cuyas fuerzas plantaron numerosas cabezas en estacas para marcar los límites de su territorio, prometió luego de las elecciones de 1997 que no se convertiría en otro presidente africano violento y corrupto.

Taylor se ha apropiado de los recursos naturales de su país como bienes personales. La ley de productos estratégicos -aprobada secretamente en el 2000- da al presidente "el poder único para ejecutar, negociar y concluir todo contrato o acuerdo con cualquier inversionista extranjero o local", para estos materiales, incluyendo oro, maderas nobles, petróleo y diamantes.

Como el Zaire del difunto Mobutu Sese Seko, Liberia se ha convertido en un "Estado vampiro", dedicado a satisfacer la avaricia de un solo hombre. Pero a diferencia de Mobutu, Taylor se volvió la bestia negra de Africa para Gran Bretaña, rivalizando con Robert Mugabe como paria-en-jefe, en medio de denuncias de que amenaza desestabilizar toda Africa occidental, desde Costa de Marfil a Gambia.

El ministerio de Defensa británico ha gastado millones de libras para desplegar centenares de soldados en la vecina Sierra Leona, entrenar y armar al ejército de este país para que enfrente la amenaza de los rebeldes del Frente Revolucionario Unido, saqueadores de diamantes aliados con Taylor. Y el dinero británico también sirve para reparar el daño hecho por Taylor y sus amigos: en Sierra Leona y en Guinea, donde los ingleses lo culparon por la crisis más grande de refugiados de Africa de los años recientes, cuando Taylor y el FRU pasaron su atención, en 2000, de minar Sierra Leona a desestabilizar Guinea.


Supermercado de armas
También lo acusan de presidir un régimen que se ha convertido en un supermercado para los movimientos rebeldes del continente que desean comprar armas. A cambio de diamantes, Taylor ubica en el continente armas de Ucrania (algo que explicaría la presencia de aviones de transporte militar ucranianos, como el que perdió en el aire a un centenar y medio de pasajeros hace un par de meses).

La capital de Charles Taylor, Monrovia, es una del más desagradables del planeta. Hay algo del Puerto Príncipe de la era Duvalier. Apesta a paranoia, a violencia al azar y a superstición. Sus edificios destripados -marcados por las balas, una cicatriz de los años de la guerra civil- parecen casi desmenuzarse ante los ojos, tambaleándose en las aguas fangosas del pantano alrededor del cual se construye Monrovia. Los abusos contra los derechos humanos acompañan a este paisaje. La presión de la censura en Liberia es rigurosa. Los periodistas locales son regularmente acallados; los documentos de la oposición prohibidos y las estaciones de radio cerradas. El disenso es brutalmente tratado. Los campos de trabajo forzado no son infrecuentes, mientras muchos jóvenes son reclutados por las calles para luchar contra los enemigos de Taylor en el norte. La gente tiene el hábito de morir en "accidentes", o de desaparecer.

Para todos excepto la "gente de Toyota", -la pequeña élite de la familia de Taylor y su entorno que se mueve en brillantes vehículos 4x4- es una existencia desgraciada. Los departamentos, las casas y las casillas miserables están desprovistos de todo. Sin agua corriente, las mujeres lavan su vajilla y cacerolas en la calle. Hay calles iluminadas solamente en la vecindad del búnker palaciego de Taylor.

El omnipresente sentido del peligro no viene de la gente ordinaria, que es casi universalmente cortés. Viene de la policía de Taylor y de los soldados: la fuerza especial presidencial ATU, con sus escorpiones rojo-amarillos bordados; la policía uniformada de negro de la Task Force; y los hombres y mujeres del servicio de la seguridad del Estado (SSS) que se encuentran en cada calle y en cada punto de control rural.

Algo que genera desconcierto es que los caminos están bien mantenidos para un país que se derrumba. Carreteras con su pavimento liso -casi vacías de tráfico- entrecruzan el país, uniéndose con una red de caminos inmaculados que desaparecen en los bosques.

La respuesta a este misterio puede ser buscado en el embarcadero principal de Monrovia, donde el mineral de hierro salía antes de la guerra y antes de que demolieran las fundiciones. El misterio también debe buscarse en otros puertos y playas de Liberia, donde se comprueba un movimiento constante de camiones pesados: pilas de madera dura tropical, de hasta 2,60 metros de diámetro. Se exporta ilegalmente al Primer Mundo, mientras el corte indiscriminado devasta las selvas.

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