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 domingo, 29 de junio de 2003

Vestimenta femenina: llevar los pantalones

Antes de que Coco Chanel popularizara la versión femenina de este atuendo o de que se convirtiera en el uniforme de las mujeres que fabricaban municiones en la Primera Guerra Mundial, hubo un grupo de pioneras que se deshizo de los corsés y decidió, en pleno siglo XIX, ponerse un pantalón. Unas lo hicieron por necesidad, para hacer menos penoso su trabajo en el campo o en las minas; otras, para desafiar las rígidas normas de la época, y algunas, como diversión.

Lo que para la mujer actual es sólo comodidad, en su origen fue un acto de rebeldía y hasta de provocación. Esa prenda que se ciñe al cuerpo desde la cintura (o la cadera, según la moda y los tiempos) hasta la rodilla, la pantorrilla o el tobillo fue en su génesis una vestimenta masculina. Si hasta finales del siglo XIX los pantalones, como hoy se conocen, no fueron considerados un atuendo aceptable ni siquiera para los hombres (se imponían las calzas), nada podía hacer la opinión pública del momento con aquellas mujeres que osaron ponérselos: eran lesbianas o prostitutas.

Aunque durante el mismo período la actriz Sarah Bernhardt los utilizó, esta prenda masculina no se hizo femenina hasta los años 30, cuando Coco Chanel popularizó el pantalón para mujeres.

Pero mucho antes hubo un grupo de pioneras que se atrevió a respirar a pleno pulmón y hacer saltar el corsé de las normas que regían la vestimenta del siglo XIX. Se quitaron literalmente las faldas largas, las enaguas y esas fajas decimonónicas que impedían que la sangre fluyera con normalidad al cerebro.

Una cuestión de necesidad

Aunque la mujer con pantalones más conocida de esa época fue Calamity Jane, hubo otras, algunas famosas en su tiempo y otras completamente anónimas, que hoy permanecen en el olvido. Estas pioneras eran muy distintas entre sí, lo mismo que los motivos que las llevaron a reformar el vestuario. Llevar los pantalones no era sólo retar a los cánones más convencionales; para algunas se trataba de una necesidad, para otras era simplemente un entretenimiento con el que podían divertirse.

A finales del siglo XVII, en Inglaterra, una persona podía ser colgada por llevar ropa del sexo opuesto, aunque en el siglo XIX las leyes se suavizaron un poco; ya no había pena de muerte, pero sí arrestos, salvo durante ciertos festivales y vacaciones. En Europa, algunas mujeres mineras que vestían pantalones fueron duramente criticadas porque estos eran "demasiado reveladores e inapropiados", aunque las autoridades concedieron a algunas de ellas un permiso especial, como a la pintora francesa Rosa Bonheur.

Sin embargo, a mediados de este siglo sólo había un puñado de estadounidenses que se atrevía a poner en riesgo su reputación: granjeras, mineras, escaladoras, viajeras, mujeres que se disfrazaban de hombres para conseguir trabajos mejor pagados o para mantener relaciones con personas de su mismo sexo y esquivar así la rígida moral.

Esta nómina de luchadoras estaba integrada por actrices que interpretaban papeles masculinos en el teatro; féminas que querían alistarse en el Ejército, como la estadounidense Frank O'Brien: una mujer que vestía, vivía y trabajaba como un hombre y que afirmaba haber luchado como soldado en la Primera Guerra Mundial.

Cuando a mediados del siglo XIX, las primeras sufragistas que pedían el voto femenino, reclamaron también una reforma del vestido, entre sus detractores se hizo fuerte la idea de que lo que querían era usurpar el poder masculino y hasta su vestimenta. Lo que hizo que algunos hombres temieran que las mujeres llevaran pantalones, porque empezarían a actuar como ellos y querrían los mismos derechos.

Una fémina con esta prenda era sinónino de mujer peligrosa, porque ese atuendo se asociaba con las prostitutas, con las inmigrantes chinas que se veían obligadas a prostituirse por falta de trabajo, con las actrices y otras mujeres de mal vivir y de clase baja, como aquellas que trabajan en el campo y en fábricas o arrastraban carros de carbón.

Aunque en el siglo XXI también algunos les achacan efectos perniciosos como el rey de Suazilandia: el monarca de este pequeño país africano, a fines del mes pasado, acusó a las mujeres que usan pantalones como la causa de los males del mundo.

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Nuevas tendencias en el vestuario femenino.

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