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 sábado, 28 de junio de 2003

Editorial
Ciencia y país

En reiteradas ocasiones se ha sostenido desde esta columna que el impulso al pensamiento científico debería ser uno de los pilares sobre los que se asiente la tan deseada recuperación nacional. Es que el futuro de una nación no se define a través de parámetros exclusivamente materiales: por el contrario, la tendencia instalada en el mundo es valorar el conocimiento como el más preciado de los bienes de cambio.

La Argentina, sin embargo, está recorriendo ese camino de contramano. La alarmante caída en sus niveles educativos, sumada al exilio de numerosos cuadros científicos, constituye una pauta que debe ser revertida de manera urgente.

Un informe publicado días atrás agregó otro elemento a una cadena que preocupa. En él se revelaba que el ochenta y ocho por ciento de los jóvenes que están realizando el doctorado en una universidad bonaerense tiene pensado continuar su carrera en el exterior. De ese total el veintitrés por ciento está convencido de que no regresará al país, mientras que el otro cincuenta y siete por ciento lo decidirá de acuerdo a cómo evolucione la situación en la Argentina.

Los porcentajes son dramáticos y revelan tanto el profundo descreimiento sobre el porvenir nacional como la aparente falta de interés en participar del proceso de cambio que, trabajosamente, parece haber comenzado. Por cierto que el brutal escepticismo es hijo de la crisis que estalló a fines de 2001, aunque no conviene olvidar que sus raíces se hunden en un modelo económico-social basado en el individualismo, que generó ilusiones de Primer Mundo en un país cuyo paisaje real se asemejaba mucho más al Tercero.

Resulta grave que la Nación invierta tanto capital y esfuerzo en quienes en muchos casos ni siquiera consideran la posibilidad de trabajar en ella, y urge revertir el fenómeno. Es que los jóvenes científicos poseen sólidas razones para pensar y sentir de ese modo, encabezadas por los magros salarios que en general perciben y las precarias condiciones de trabajo que imperan en el rubro.

La tarea a realizar es ciclópea, ya que implica la reversión de un proceso de decadencia iniciado hace treinta años. Argentina debe dejar de exportar cerebros, y para lograrlo debe invertir. Esa inversión traerá rápidos y notorios réditos.

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