| sábado, 28 de junio de 2003 | Por la ciudad El Museo de la Memoria busca su lugar Adrián Gerber / La Capital En las últimas semanas se ha desatado una interesante polémica sobre si es conveniente expropiar la emblemática casona de Córdoba y Dorrego, donde funcionó el Comando del II Cuerpo de Ejército, para instalar allí el Museo de la Memoria (se estima que se deberán gastar más de tres millones de pesos). Un debate que no sólo atraviesa cuestiones económicas, sino culturales y sociales.
Y al calor de esta discusión han aparecido algunos discursos en boca de políticos y periodistas que esconden bajo el argumento económico (es decir, que el Estado no puede "dilapidar" recursos) un fuerte cuestionamiento al contenido que debería tener el museo.
Este es el caso del concejal Federico Steiger -uno de los ediles más formados y de mejor desempeño que tiene hoy el Palacio Vasallo-, quien viene sosteniendo que el Museo de la Memoria no es "objetivo" porque sólo recuerda las víctimas de la dictadura y no las que provocaron "la guerrilla y la subversión". Así, resucita la teoría de los dos demonios y de la guerra sucia.
Mostrar una historia reciente siempre genera pasiones encontradas, pero lo que Steiger debe entender es que no es lo mismo el terrorismo de Estado que el terrorismo de un grupo armado. Porque quién si no el Estado es el garante de la ley, el que debe respetar y hacer respetar los derechos humanos de sus ciudadanos.
Así y todo, hay otro sector de la sociedad que acuerda con el contenido de este museo, pero duda legítimamente sobre si se deben gastar dineros públicos para expropiar la casona de Córdoba y Dorrego cuando hay otras necesidades que aparecen como más urgentes. "No ignoro la difícil coyuntura económica, pero todas las sociedades tienen deberes éticos. Recuperar este edificio es uno de ellos porque es emblemático y condensa la barbarie que ocurrió durante la dictadura militar", sostiene Rubén Chababo, director del museo, que temporariamente funciona en la ex Estación Rosario Norte. Chababo destaca que en Polonia nadie duda en mantener Auschwitz (que ocupa 172 hectáreas) como un lugar de la memoria, para recordar el Holocausto.
Por eso, el ex edificio del Comando debe quedar en pie para prestar testimonio de lo que ocurrió durante la siniestra dictadura militar. No se puede olvidar que desde ese lugar se planificó y se ejecutó la sangrienta represión que se llevó adelante en toda la región del Litoral.
Y cuando uno profundiza el argumento económico parece endeble. Es que el Estado destina tantísimos dineros a otros objetivos que no son precisamente de bien público, que invertir recursos en un nuevo museo, es decir en educación, lejos está de ser un despilfarro. Despilfarro es pagar jubilaciones de privilegio, como lo hace esta provincia; despilfarro es pagar sobreprecios en las licitaciones; despilfarro es seguir sosteniendo a tantísimos ñoquis; despilfarro es usar recursos públicos para el bolsillo propio o el clientelismo, y despilfarro son los hechos de corrupción que sistemáticamente padece el Estado. Es en estos temas donde habría que poner el énfasis si uno está verdaderamente preocupado por el correcto destino de los fondos públicos.
Y si de conseguir recursos se trata, seguramente la clase política tiene esta vez una brillante oportunidad para realizar un gesto: así, y sólo a modo de ejemplo, nadie se ofendería si la Legislatura santafesina decide aportar para la expropiación del ex Comando una mínima parte de su presupuesto anual, que ronda los 60 millones de pesos.
Pero hay un dato en esta polémica que es realmente curiosa y da cuenta de cómo la memoria colectiva es un proceso de reconstrucción: desde los primeros años de la democracia y hasta octubre del 97 la Municipalidad alquiló la casona de Córdoba y Dorrego, y allí funcionó la Secretaría de Obras Públicas. Nadie por entonces se escandalizó o se le ocurrió que ese lugar había que preservarlo como un espacio para recordar los crímenes de la dictadura militar. Recién en el 99 cuando el bar temático Rock & Feller's se instaló allí el reclamo comenzó a despertar. Es que poner en la ex sede del Comando algo de sentido contrario a lo que verdaderamente representa fue procesado por gran parte de la sociedad como una provocación. Es como hacer una discoteca en el campo de exterminio nazi de Treblinka. No es sólo políticamente incorrecto, sino algo básicamente de mal gusto.
Por eso, y es realmente paradójico, el bar Rock & Feller's, lejos de ser el responsable de que en esa casona no funcione el Museo de la Memoria, es el que más ha contribuido para que finalmente ese proyecto se concrete.
Incluso el intendente Hermes Binner hoy defiende la expropiación de este inmueble pese a que en un primer momento, allá por el 99, había sido uno de sus más duros opositores (tildó al proyecto de poco serio y lo descalificó diciendo que "la preocupación fundamental de Rosario no es el Museo de la Memoria, sino tener trabajo").
Esta semana comenzó a escribirse el último capítulo de esta historia al iniciar la Municipalidad el trámite de expropiación con el respaldo de una ordenanza del Concejo y una ley de la Legislatura santafesina. La polémica, sin embargo, seguramente continuará, y es saludable que así sea porque ahora estamos en democracia. Palabra que no figuraba en el diccionario de quienes durante los años de plomo ocuparon la imponente casona del Paseo del Siglo.
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