| sábado, 28 de junio de 2003 | Pilar de la democracia El 3 de julio de 1933 muere Hipólito Yrigoyen. Amado por unos, negado y discutido por otros. Pero nunca nadie podrá negar que pasó por la función pública con las manos limpias, siempre abiertas a la magnanimidad y siempre cerradas al usufructo indebido del poder. Ni podrá discutir que, acertado o equivocado, un recio nacionalismo idealizó su accionar de conductor de multitudes, procurando cumplir en el gobierno lo que predicó en el llano. Y hay algo en que todos -admiradores y enemigos- están de acuerdo: su llegada a la Presidencia de la Nación en 1916 significó el advenimiento al ejercicio de la vida política de un vasto estrato de la sociedad que hasta entonces jamás había gravitado ni ascendido a la cima del poder: las clases media y populares. Hoy su nombre es un lema para los radicales, aunque algunos se acercan a hombres y a ideas que él reprobaría. Y un símbolo para quienes desean menos diferencias entre las clases y una Argentina libre de intereses foráneos que puedan amenazar su independencia económica y moral. A sesenta años del adiós, este modesto homenaje a un gran líder, estadista genial, ejemplo de austeridad republicana, pilar de la democracia (objetivo y fin de su existencia). Sigamos la trayectoria que nos marcó su profundo amor a la patria y a su pueblo.
Carlos Alberto Parachú
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