Año CXXXVI
 Nº 49.872
Rosario,
sábado  14 de
junio de 2003
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Malvinas: A 21 años de una honrosa rendición
Hoy se conmemora otro aniversario del fin de la guerra en las islas. Los recuerdos de un combatiente

Héctor Gustavo Pugliese (*)

Para un soldado, tener que rendirse es una de las situaciones más difíciles que le toca vivir. Es el momento donde brotan las lágrimas y una gran angustia, la intranquilidad y el desasosiego lo invaden debido a que su educación e instrucción lo han llevado siempre a aspirar a la victoria. Pareciera que la derrota debe ser siempre para el enemigo. Pero en la humillación del 14 de junio de 1982, en las islas Malvinas había otros ingredientes que la hacían más dura, aunque no por eso menos forzosa, fatal e inevitable.
El fragor del combate, el tronar de la artillería propia y enemiga, la iluminación del campo de batalla durante la noche, el rugir de las explosiones de las bombas de la aviación enemiga, que por la superioridad aérea total inglesa no dejaban de caer en todo el día, ya nos resultaban familiares, así como el persistente, tenaz, sistemático y metódico bombardeo naval o el ataque terrestre de los paracaidistas, guardias e infantes de marina británicos con el apoyo de fuego de morteros de varios calibres y ametralladoras livianas y pesadas. Todo ello hacía de los días previos algo cercano al Apocalipsis según lo imaginamos los cristianos.
Entonces, lo primero que anunció el principio del fin fue el insólito y repentino silencio.
Eran aproximadamente las 9 de la mañana sombría y triste del 14 de junio. Estaba nevando y todo era blanco. El hospital de Puerto Argentino estaba lleno de heridos de todas las clasificaciones, de leves a intensamente graves. Los muertos quedaban en las trincheras y en las posiciones defensivas que protegieran los infantes hasta minutos antes.
Todos los muertos y heridos que yo pude auxiliar, socorrer o tan sólo ver, al visitar el hospital, y dejarles el apoyo de una oración, estaban lastimados en la cara, pecho, abdomen o parte anterior de las piernas o brazos, es decir, condecorados por su valentía contra un enemigo que avanzaba con dolor, sufrimiento, apuro y dificultad.
Los buques y aviones enemigos nos atacaban constante y eficazmente. Como ejemplo, en la zona que ocupaba mi regimiento, en la península del aeropuerto, recibimos aproximadamente 100 toneladas de proyectiles, misiles y bombas en el primer mes de combate. Y si no hubiera sido por la protección de la Señora del Rosario esto habría producido una masacre.
El terreno era un lodazal helado, las trincheras estaban anegadas de nieve y barro, los caminos intransitables y la temperatura era de varios grados bajo cero.
En la noche del 13 al 14 de junio desde el puesto de comando del Regimiento de Infantería 25, en el cual yo servía con el grado de capitán, se veía la proximidad de lo inevitable, se advertía la situación insostenible y se insinuaba la ineludible capitulación.

Se viene lo peor
En ese contexto, con lágrimas en los ojos, le comento a mi jefe de regimiento, el entonces teniente coronel Mohamed Seineldín: "La batalla está perdida, preparémonos para lo peor, el plan de destrucción lo tengo listo para ejecutarlo cuando usted lo ordene". El teniente coronel, también lagrimeando, me contestó: "No todo está perdido, el combate continúa, la desigualdad es evidente. Tenga el plan a mano y no se olvide de los Pucará que están operables todavía, la Virgen nos protegerá".
Luego del particular silencio se recibieron varias comunicaciones radiales, en las cuales los ingleses decían que los argentinos habían combatido con valor, que el coraje de las tropas había quedado demostrado y que era hora de negociar un alto el fuego y terminar con la batalla. No se hablaba de rendición ni de capitulación. El silencio continuaba. Las unidades de primera línea se replegaban ordenadamente hacia Puerto Argentino. Los soldados ingleses habían acatado el tácito y sobrentendido alto el fuego. Los argentinos que mantenían sus posiciones.

Cumbre castrense
Luego, aproximadamente a las tres de la tarde, para conversar y parlamentar con el general de brigada Mario Benjamín Menéndez, gobernador militar y comandante de las tropas, arribaron en helicóptero al puesto de comando, con una sábana blanca como bandera de parlamento, el jefe de las fuerzas especiales inglesas (Special Air Service-SAS) coronel Mike Rose y su intérprete, capitán Rod Bell, quien vivió en Costa Rica, hablaba español y decía conocer las costumbres latinas.
El coronel Rose, cuando caminando cruzaba una cancha de fútbol, vio el hospital de la isla y como había gente preguntó por la médica Allison Bleaney y al encontrarla le agradeció por el buen trabajo que ella había hecho, al recibir en su radio las comunicaciones británicas que trataban de lograr un cese el fuego y transmitirlas a los argentinos.
Las conversaciones entre Menéndez y Rose duraron casi 2 horas, en las cuales uno requirió el proceder a seguir al teniente general Leopoldo Galtieri y el otro solicitó lo mismo al mayor general Jeremy Moore (embarcado en el transporte Fearless) y éste, a su vez, a Margaret Thatcher en Londres.

Con las banderas de guerra
"Lo primero que establecí -recuerda el general Menéndez- fue lo de las banderas. Fue una situación muy tensa. Le dije que antes de empezar a conversar yo planteaba que si, como ellos decían, los argentinos habíamos luchado con coraje y con bravura, teníamos derecho de regresar con nuestras banderas de guerra al continente. Y nos fue concedido".
También solicitó que la rendición no fuera incondicional y el regreso rápido de las tropas al continente. Rose solicitó la rendición de las dos islas.
Cerca de las nueve de la noche, en medio de una gran tormenta de nieve, llegó a Puerto Argentino el general Moore, con el documento de la rendición. Aproximadamente 2 horas después se firmó el documento. El capitán Bell comenta: "La firma del escrito fue una breve y simple ceremonia, y se hizo en una oficina del primer piso de la Gobernación. Ambos firmantes fueron muy cordiales y civilizados. Obviamente, había gran placer y felicidad en uno y sufrimiento y realista apreciación de angustia y dolor en el otro".
Los generales se dieron la mano, tratándose de "sir". El general Menéndez fue llevado como prisionero de guerra al buque Fearless, e instalado provisoriamente en el camarote del capellán.
Ese 14 de junio, en Puerto Argentino se transmitió la orden de rendición y se estableció como lugar de reunión de todo el personal el área del aeropuerto. Allí estaba mi regimiento, que mantuvo a su personal en sus posiciones respectivas.
El 16 de junio la situación estaba bajo control y con mucha tristeza se inicia la evacuación al continente en barcos propios y del enemigo. Muchos oficiales y algunos suboficiales y soldados seleccionados quedamos como prisioneros de guerra en San Carlos y luego en el buque ferry Saint Edmund. Regresamos al continente, a Puerto Madryn, el 14 de julio. De esta manera concluye aquella honrosa rendición y el dolor ocasionado queda en la memoria y evocación de todo argentino de ley.
\(*) Coronel. Veterano de guerra



El general Mario Benjamín Menéndes en las islas.
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