-Si no te callás te voy a degollar.
-Dale nomás, total no me voy a salvar ahora.
Ramón estaba atado de pies y manos en la cama de su habitación. Ocho cuchilladas se habían hundido en su cuerpo y sabía que la muerte estaba cerca. El matador, obedeciendo al pedido de la víctima y al resentimiento que le guardaba desde la infancia, le asestó las dos últimas puñaladas hasta degollarlo, limpió las manchas de sangre y simuló un robo. Con la casa cerrada por dentro escapó por el mismo hueco del techo por el que había entrado. Cuatro días después terminó preso y confesó en detalle el alevoso crimen por el que ahora fue condenado a prisión perpetua.
El asesinato ocurrió en una modesta casa del barrio Frigorífico de la localidad de Maciel, en Ruta 11 y La Pampa. La víctima fue Ramón Ponce, un profesor de carpintería de 68 años, y el imputado Cristian Reynoso, un joven de entonces 19 años que había sido su alumno desde la escuela primaria. La noche del 16 de julio de 2001 el muchacho se introdujo en la casa del docente y lo esperó en el dormitorio. Tenía una cuchilla de 14 centímetros con la que lo sorprendió una hora más tarde y lo atacó diez veces, según dijo, en venganza porque el hombre había abusado de él cuando era niño.
El caso fue resuelto en Rosario por el juez de sentencia número 6, Julio César García, quien impuso una pena de prisión perpetua a Reynoso como autor de un crimen alevoso. El fallo fue apelado y será revisado por la Cámara Penal.
El cuerpo de Ponce fue hallado dos días más tarde, cubierto con mantas en el dormitorio, por un cuñado que había ido a visitarlo. Faltaban algunas pertenencias -una videocasetera, un estéreo y una bicicleta- que en principio hicieron pensar a la policía en la hipótesis de un robo. Pero a las 48 horas el primer detenido por el caso reveló con lujo de detalles que el crimen había tenido otro móvil. El muchacho, nacido en la ciudad entrerriana de Diamante, visitaba con cierta frecuencia a Ramón y realizaba con él trabajos de carpintería.
La muerte y su móvil
El día del crimen había ido a visitarlo por la tarde. Charlaron media hora y luego el docente lo llevó en moto hasta una parada de colectivos, ya que él debía ir a cenar a la casa de un amigo. El muchacho regresó a la vivienda del carpintero, esperó que no hubiera nadie en los alrededores y se filtró por un hueco del cielo raso. Se escondió en el dormitorio y esperó, a oscuras, el regreso de Ramón.
Pasó más de una hora hasta que escuchó llegar al dueño de casa. Apenas el carpintero encendió la luz del dormitorio recibió una puñalada en el estómago. De un empujón cayó sobre unos sillones e intentó defenderse arrojándole una estufa a su ex alumno. Otros dos puntazos lo tiraron al suelo, donde quiso en vano frenar la ira del muchacho. "Negro, vamos a hablar", propuso, pero el joven sólo quería que se callara.
"Agarré una bufanda y le até las manos -reveló en su declaración Reynoso-. Pero como no se callaba le até los pies con un cinto y lo amordacé con un toallón. Seguía gritando y quejándose. Pasaron unos cinco minutos y le dije: «Si no te callás te voy a degollar», a lo que contestó: «Dale nomás, total no me voy a salvar ahora»". La puñalada siguiente rozó la oreja de Ramón. La última fue certera: "Agarré la cuchilla y se la clavé en la garganta. Ahí se calló".
El muchacho cubrió con frazadas el cuerpo inmóvil de Ramón y comenzó a revolver la habitación con la intención de aparentar un robo. Pero no se fue enseguida del lugar. "Me senté en la cocina, lloré un rato y decidí limpiar la sangre derramada sobre los sillones". Después comió algo y miró televisión hasta que se retiró por el techo, llevándose la video y el estéreo.
El último enigma del caso, el móvil del crimen, Reynoso recién lo develó al declarar en Tribunales. Allí aseguró que cuando tenía 9 o 10 años había sido violado por el carpintero, que desde aquella vez no volvió a abusar de él. "Yo siempre le decía que alguna vez me las pagaría por haberme violado. Quería asustarlo, pero como las cosas salieron mal terminé matándolo", admitió. Una pericia psicológica evaluó que ese antecedente había sido una pesada carga para el joven, que encontró en la muerte el "único medio para despejar la sombra de un objeto que no cesaba de perseguirlo".
Esto llevó a la defensa a pedir que encuadraran el caso como resultado de una emoción violenta, pero el juez lo descartó al entender que aquel abuso "en modo alguno resta responsabilidad a la reacción del imputado. Planeó una emboscada, aseguró una ejecución sin riesgo y ya la primera puñalada tuvo carácter letal".