| | cartas Gardel, el bronce que sonríe
| Cuando en el silencio de la noche el mundo está en calma y la ambición descansa, aquellos que admiramos emocionados los destellos acariciantes de la luna y seguimos, a pesar del tiempo, escuchando los viejos discos de Gardel -poniendo en plena vigencia nuestra atesorada juventud- nos damos cuenta con asombro de que cada noche, en la tibieza de la sana bohemia que brinda la sincera amistad, el Zorzal vive y cada día canta mejor. Los años importan poco por cuanto su figura de varón ha de persistir a través del tiempo, como las flores inmarcesibles esculpidas en las piedras del genial escultor. Debemos recordar cuando el gran cantor, que conocía la amargura de la pobreza extrema y luchaba por la vida y con la vida misma, forma con José Razzano un dúo que causa sensación en el famoso Armenonville, de avenida Alvear y Tagle, frecuentado por la mejor sociedad de Buenos Aires. Gardel vivió la infancia triste de los niños que luchan tenazmente para ganarse el sustento y que generalmente se pierden en un mundo confuso de sueños inalcanzables. Siempre quiso ser un gran cantor y murió cantando el absoluto desinterés por el dinero y el servir a sus semejantes desinteresadamente. Carlos Gardel fue uno de los grandes que transitaron este mundo, porque fue bueno con simpleza, porque practicó la sincera amistad con un fin noble y porque amó entrañablemente a su madre. Al rendirle un respetuoso homenaje a su memoria y una grata recordación, sólo nos resta decir: "Silencio en la noche, el zorzal duerme..." Mientras tanto, pensamos que cada día que pasa canta mejor y que su voz está siempre de guardia para que nuestro tango no se muera. Aldo Basaglia
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