Año CXXXVI
 Nº 49.860
Rosario,
lunes  02 de
junio de 2003
Min 14º
Máx 19º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Reflexiones
El último gran maestro

Rubén Giustiniani (*)

El lunes 26 de mayo dejó de existir nuestro querido y entrañable amigo y presidente del Partido Socialista, Alfredo Bravo.
No podrán seguramente estas líneas resumir el dolor y la angustia popular expresada en el desfile incesante de mujeres y de hombres en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de la Nación, que con una flor, un saludo, una lágrima, dejaron su testimonio. Tampoco abarcará la profundidad y la elocuencia de quienes llegaron espontáneamente a darle su adiós, quienes lo sentían como suyo: los jóvenes y la gente del pueblo.
Socialista hasta la médula, su vida fue sinónimo de lucha. Vivió y murió peleando por los derechos humanos, por la justicia, por la igualdad, por la libertad. Fue su socialismo, un socialismo práctico, impregnado de las cosas simples de la vida. Nada lo dobló, ninguna adversidad de su vida, tampoco la tortura de la dictadura. Demostró con una actitud coherente, militante, honesta, alejada del pragmatismo, con su generosidad permanente y su solidaridad hacia los más débiles, la profundidad de su conciencia de clase, de su humanismo socialista.
Dijo muchas veces que la mayor distinción y premio que había recibido en su vida era la candidatura a presidente de la República. La jugó a fondo y se llevó la satisfacción de comprobar que tanta gente en los pueblitos más chiquitos, más alejados, en Misiones o en Neuquén, se acercaba a decirle: "siga adelante con su lucha, profesor, con su honestidad". Comprobó que ese prestigio trascendía el resultado mismo de una elección. Era el reconocimiento a una vida de lucha.
Conjugó muchos verbos, el principal fue el de la unidad, unió a los maestros de la República Argentina, unió al socialismo después de 44 años de estériles divisiones. Enseñó que la unidad no se declama, se practica, se concreta en una visión común.
Su nombre ya está inscripto junto a los nombres de los grandes del socialismo, Juan B. Justo, Alfredo Palacios y Alicia Moreau de Justo.
El país pierde con él a un gran militante de los derechos humanos, de las libertades, de la igualdad; los socialistas, al último gran maestro.
Walt Withman escribió: "Detrás de todo adiós, se oculta en gran parte el saludo de un tiempo nuevo". En estos tiempos de crisis que vive nuestro país, cuando comienza nuestro pueblo a vislumbrar algunas luces de esperanza, es importante rescatar el ejemplo de vida de Alfredo Bravo, para que las miles de semillas que sembró florezcan más temprano que tarde en tiempos de paz y de igualdad para la humanidad.

(*) Diputado de la Nación y secretario general del Partido Socialista


Diario La Capital todos los derechos reservados