| | Reflexiones El dolor charrúa
| Laura Hojman
La experiencia en un país que tuvo todo y lo perdió por la corrupción, la indolencia, la insensibilidad y falta de valores y principios de la dirigencia, y de una sociedad que a veces imitaba o permitía esas supuestas habilidades, es una lección de dolor de la que habrá que extraer sus enseñanzas. Los manejos irregulares, los desvíos del dinero para un área hacia otros fines, la postergación de las cuestiones básicas y la condena al sacrificio siempre a los más débiles dejaron un escenario de pobreza, marginación y una brecha tan grave entre unos y otros que ya no se soporta. En el 2002 en Entre Ríos, San Juan y Río Negro no había ningún bienestar en lo educativo. Por el contrario, se sucedían feroces y prolongadas huelgas, que hicieron que los funcionarios provinciales en muchos casos dieran por terminado el año escolar (con un lamentable promedio de entre 60 y 70 días lectivos), a través de imprevistos actos y decretos. Si vamos más atrás tendremos a Jujuy, allá por los años •98, •99 y 2000, casi sin clases, por los atrasos en el pago a sus maestros. Y siempre los chicos, atrapados en esta batalla que no eligieron, perdiendo días y contenidos, pasando a ser futuros adultos de segunda. Es decir además de ser humildes no tienen derecho a la educación. La educación entrerriana venía soportando estos vaivenes, pero para el resto eran casi imperceptibles. A pesar de que se escribían largas líneas periodísticas, el asunto no existió hasta que lo tomaron las primeras planas de los diarios y estallara en las pantallas de los televisores. Esa provincia, pionera en lo cultural y lo educativo, no sólo estaba postergando a sus trabajadores estatales, sino a sus docentes y a sus chicos. Los magros federales eran el salario del miedo -unos 250 pesos- que cambiaban los maestros en ciertos lugares, a un valor depreciado en un 60 por ciento. Ese abuso se veía en la mayoría de los comercios, donde no podían adquirir ni un medicamento con ese bono. Y los micros escolares no podían pagar la nafta en las estaciones de servicio de la provincia, porque no se los recibían, lo que afectaba el traslado de los alumnos. Casi el 50 por ciento de los maestros entrerrianos es sostén de familia. Hay que tener en cuenta que tras el feroz flagelo del desempleo, con el cierre de una fuente importante como el Frigorífico Santa Elena y la caída de la economía de Concordia, muchos docentes se convirtieron en el único sustento del hogar. Este quiebre en la cadena social, educativa y económica no tuvo una respuesta apropiada. Muchos fallos enviaron a los maestros a trabajar; pero aquellas sentencias que pidieron a los empresarios transportistas que ante la falta de pago de sus salarios llevaran a los maestros sin cargo a las escuelas no fue acatada. "La mayoría de los padres, esos que son casi todos los de la provincia, que no tienen nada, ni zapatillas para mandar a sus chicos a la escuela, nos decían: "Aguante maestro", recordó la entrerriana Clelia Lavini, secretaria gremial de Ctera. En cambio, dijo, "aquellos de clase media alta o más arriba estaban muy preocupados por sacar a sus hijos de la escuela pública y conseguirles un lugar en la privada". "Estábamos en una situación humillante, pero la sangre charrúa de los maestros nos mantuvo firme", destacó la dirigente. Resquemores e interpretaciones aparte, de uno y otro lado, habrá que legislar -ya lo anunció Filmus- una norma que atienda a esta conflictiva cadena de responsabilidades. Hay que asegurar el derecho a estudiar, es decir preservarlo de estos tironeos; un piso mínimo de clases, unos 180 días en principio, que parecen pocos pero no se cumplen y a la vez que se asegure que todo aquel que trabaje va a tener su recompensa, aunque a veces ésta sea injusta.
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