Año CXXXVI
 Nº 49.858
Rosario,
sábado  31 de
mayo de 2003
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Editorial
Reconocimiento tardío

Un reciente informe del Fondo Monetario Internacional provocó estupor entre muchos de quienes tuvieron acceso a su lectura. Es que el organismo financiero con sede en Washington afirmó que "no existen pruebas" de que la globalización promueva el crecimiento económico en los países en vías de desarrollo. Inclusive, el proceso de integración -según lo admite el FMI- puede provocar volatilidad en estas naciones, dado que la inestabilidad económica se filtra a través del flujo de capitales de los países ricos a los pobres.
Claro que la admisión de lo evidente por parte del Fondo resulta tardía, sobre todo para los argentinos. El país, debe recordarse, fue durante la pasada década el discípulo más aventajado en la puesta en práctica de las recetas libremercadistas que del organismo periódicamente emanaban. Y muy fresco está en la memoria de la sociedad nacional el desastre a que condujo tanta aplicación en la materia.
Ocurre que el proceso de globalización, y esto no es ningún misterio, se realiza bajo la excluyente égida de las potencias dominantes, con sede en el norte del planeta. Y si bien los beneficios que puede traer aparejados a los Estados más débiles son teóricamente importantes, en la práctica, y en la medida que las economías nacionales de éstos carezcan del necesario nivel de fortaleza, la autopista que se habilitará tendrá un carril único.
Distintos y prestigiosos intelectuales latinoamericanos, como Carlos Fuentes, han advertido en reiteradas ocasiones sobre el riesgo latente, que es enorme: la política de fronteras abiertas e intercambio sin restricciones sólo traerá réditos a los más fuertes. Y no es que desde esta columna se intente defender el aislamiento insular como receta: en verdad, sólo la apertura inteligente y controlada de la economía permitirá un progreso real a la Argentina.
Pero el camino dista de resultar sencillo: con una industria nacional en situación débil, la competencia con polos desarrollados sólo puede redundar en más problemas. La experiencia histórica de los noventa dejó claramente establecido que, como paso previo al consumo, resulta imprescindible vigorizar el eje de la producción y del trabajo. Acaso la receta que sostiene "vivir con lo nuestro", adecuadamente matizada, señale la verdadera ruta de la recuperación nacional.


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