Año CXXXVI
 Nº 49.858
Rosario,
sábado  31 de
mayo de 2003
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Por la ciudad
Lo de la xenofobia no es un cuento chino

Adrián Gerber / La Capital

Inundaciones en Santa Fe, muertes en el Hospital Centenario, inauguración del puente, asunción del nuevo presidente de la Nación. Entre tantos temas clave que dominaron la agenda informativa de las últimas semanas hay uno que pasó desapercibido, casi con naturalidad, pero que habría que procesarlo porque da cuenta de un incipiente brote de xenofobia.
Así, se sucedieron en el último mes diversas denuncias de los centros que nuclean a los almaceneros de Rosario, Pérez y Villa Constitución contra "supermercadistas chinos" por supuesta competencia desleal. Hasta hubo funcionarios y concejales que se hicieron eco de ese discurso e incluso participaron de movilizaciones alertando sobre la "invasión" de este tipo de locales y sobre la necesidad de frenar la apertura de negocios en manos de inmigrantes asiáticos.
Abonado así el terreno, el pasado 22 de mayo se produjo un atentado con dos bombas molotov contra el autoservicio de Superí al 1700, de Rosario, cuyo dueño es de origen asiático.
"No podemos competir con los supermercados chinos. Ofrecen precios tan bajos porque tienen empleados en forma irregular y mercadería cuya procedencia no sería muy segura (sic)", argumentan los almaceneros autóctonos en sus denuncias.
Remarcar la condición de extranjero de estos comerciantes y no identificarlos exclusivamente con nombre y apellido lo único que aporta a estas acusaciones, hasta ahora no comprobadas, es una carga discriminatoria. Porque los supermercadistas evasores son ni más ni menos eso, supermercadistas evasores. No importa, no agrega nada que sean chinos, franceses, paraguayos, chilenos o argentinos de pura cepa. Y si hay alguno que cometió un delito, que vende mercadería robada, no hay por qué extender la responsabilidad a todo el colectivo de inmigrantes.
Es justo que los almaceneros reclamen a la Afip severos controles a los "supermercados chinos", pero por una cuestión de equidad también sería razonable que esas inspecciones lleguen a los propios denunciantes y al resto de los locales del rubro. Ya que uno legítimamente podría preguntarse: ¿todos los almaceneros siempre emiten facturas o tickets al cliente cuando realizan una venta?, ¿tienen al personal en regla?, ¿no compran en negro a sus proveedores?, ¿ninguno evade al fisco?
Las crisis provocan incertidumbre, inseguridad y miedo, pero hacer responsable al inmigrante de los males que uno padece es un recurso tan viejo y recurrente como la historia de la humanidad. Lejos está de ser un invento argentino. No es la primera vez que se asocia el concepto de extranjero al de enemigo. No es la primera vez que se demoniza a aquellos colectivos de inmigrantes que suelen ascender socialmente mucho más rápido.
Y es curioso que este discurso discriminatorio lo asuma incluso gente que protagonizó en carne propia la migración, o la vivieron sus padres, sus abuelos o hasta la están viviendo sus propios hijos, que en los últimos años debieron irse del país. Es como si se olvidaran de su pequeño árbol genealógico.
Y también, por qué no hacer una autocrítica, los medios de comunicación deberíamos tener una actitud más cuidadosa a la hora de informar sobre hechos en los que participan inmigrantes. Habría que utilizar un lenguaje sumamente respetuoso y preciso, que no identifique comportamientos aislados con toda una colectividad. Y no se debería reproducir discursos discriminatorios sin ponerlos en su lugar, en su contexto. Porque es usual que se generalice con ciudadanos de ciertas nacionalidades actividades delictivas: colombianos con tráfico de cocaína, peruanos con robos y ahora los chinos....
"No soy racista, pero...". El discurso basado en el miedo al "otro" es más difícil de erradicar que el abiertamente racista, ya que éste por su virulencia es fácilmente distinguible. Por eso, una sociedad democrática siempre debe estar atenta a que no se produzca ningún tipo de discriminación, sea ésta por raza, color, religión, lengua, sexo, nacionalidad u opinión. Es, básicamente, una batalla cultural.
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