Año CXXXVI
 Nº 49.857
Rosario,
viernes  30 de
mayo de 2003
Min 15º
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cartas
La mayor de las hipocresías

Para qué suspiramos con fervor los argentinos por la libertad de expresión, la democracia y los derechos humanos si luego aclamamos a Fidel Castro, consuetudinario violador de dichos valores, en ámbitos que debieran resultar verdaderos santuarios de los mismos como el Congreso de la Nación o la Facultad de Derecho de la ciudad de Buenos Aires. Ocurre, creo, que no nos subyugan en realidad los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, sino el matonismo, la prepotencia, el delirio y el autoritarismo (y comprobaciones de ello nos sobran a lo largo de la historia de nuestro país). Hoy por hoy Fidel Castro resulta un patético dictador de ultraderecha, sosteniendo como única referencia de su izquierdismo el añejo duelo con los EEUU (lo cual tampoco es patrimonio de esa ideología, y bastaría recordar a Hitler o Mussolini en un pasado no tan lejano). Se trata en definitiva de un pesado fusilador, grotesco y hartante monologuista, que intenta aferrarse con uñas y dientes a lo que el tiempo, irremisible e implacable, le viene ya arrebatando. ¿Y esto es lo que nos admira, nos encandila y nos hace caer de rodillas? Nos veo entonces, como país, abrumados por la mayor de las hipocresías, y debiendo reconocer una vez más que lo único que nos interesa en un estadista es su carisma o su alienante verborragia. Y termino entonces con un lugar común: así estamos.
José M. Sanguinetti


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