Año CXXXVI
 Nº 49.853
Rosario,
lunes  26 de
mayo de 2003
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La asunción. El presidente fue aclamado por una multitud en Plaza de Mayo
Cuando Kirchner saludó desde el balcón

Rodolfo Montes / La Capital

"Olé, olé, olé, Lupo Lupo", era el cantito futbolero que subía desde Plaza de Mayo hasta los balcones de la Rosada. A las 18.30 la concentración popular, producto, en parte, del trabajo de movilización de punteros políticos del Gran Buenos Aires, pero también por concurrencia espontánea, alcanzó su máxima tensión. Néstor Kirchner entonces se le animó al balcón, y salió a saludar. La plaza estuvo cubierta en un 40%, pero el entusiasmo de la gente elevó la temperatura ambiente bastante más allá de los 15º que marcaban los termómetros.
Fueron ocho minutos de saludos del presidente desde el balcón, junto a su carismática esposa Cristina y al vice Daniel Scioli. Era el principio del fin del día más largo en la vida de Kirchner. El día en que más de un 70% de argentinos (según varias encuestas) obcecados en recomponer el optimismo y urgidos por curarse las heridas de varias décadas de fracasos volvieron a creer en un presidente, en un futuro mejor, en un país progresista.
Kirchner reafirmó con su discurso en el Congreso y con su particular estilo de relación con la gente -rompiendo el protocolo- todas las señales políticas que viene dando desde la misma noche del 27 de abril. Y más aún, desde la tarde del 14 de mayo, cuando Carlos Menem mantuvo en vilo al país con su ya lejano juego del "me bajo, no me bajo": que saldrá decidido a cambiar la política en la Argentina. "Seremos impermeables a las presiones, vengan de donde vengan" dijo. Definió los nuevos paradigmas, logró juntar a Lula, Fidel Castro y Chávez y avisó que va a navegar firme y sin concesiones sobre la ola del reflujo centroizquierdista que se está armando en el sur del continente.
A las 14 y 55 minutos de ayer Kirchner juró por Dios, la patria y los santos Evangelios y fue proclamado presidente. Se colocó la banda, jugó con el bastón de mando, se abrazó con Duhalde y miró a su esposa, que estaba sentada frente a él, en una banca, con un traje de saco y pollera a la rodilla color natural. En ese instante los dos recorrieron 28 años de historia compartida. Y se emocionaron. Entonces atronó una ovación en el recinto, sólo comparable a la que se había producido unos minutos antes, cuando ingresó Lula.
El carisma de Lula, y tanto o más el de Fidel Castro, transformaron por un instante al Congreso en un show de celebridades. Y no por los presidentes extranjeros, en todo momento sobrios y amables, sino por la devoción que les profesaron decenas de diputados y senadores argentinos. Fueron formando una cola frente al balcón donde se ubicaron los barbudos izquierdistas latinoamericanos, y con admiración les tendieron las manos.
Entre los que saludaron al brasileño estuvieron el diputado Rubén Giustiniani, quien recibió la devolución de una caricia en la mejilla. Pero también lo saludó el senador Eduardo Menem. Como se ve, en el desfile de gratitud hacia los líderes cubano y brasileño, hubo legisladores de todo pelaje, algunos consecuentes con sus historia políticas y otros, en cambio, que avalaron durante largos años políticas contrarias a la filosofía de Lula o más aún la de Fidel. Sin embargo, se sabe, para buena parte de dirigencia política argentina caer siempre bien parada puede ser no sólo una virtud de los gatos, sino tranquilamente una habilidad humana.

Momento de aplausos
Después llegó el discurso esperado. Fueron 40 minutos de un texto elaborado con prolija redacción que sin embargo fue leído por Kirchner de un modo opaco y con muchos errores. Faltó entonación correcta y el énfasis no siempre llegó en el momento justo. Todas cuestiones de forma que, sin embargo, no impidieron que en 49 oportunidades brotaran aplausos. En especial en los pasajes ligados a las definiciones políticas, donde se reafirmó la voluntad de cambio respecto de los paradigmas neoliberales de la década de los noventa.
Los momentos más festejados fueron cuando el santacruceño prometió "no volver a pagar la deuda externa a costa del hambre y la exclusión de los argentinos" y cuando habló de su procedencia política y generacional: "Formo parte de una generación diezmada... me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones que no pienso dejar en la puerta de la Casa Rosada".
A las 16.20 el nuevo presidente salió disfrutando del tumulto de abrazos y saludos por la puerta principal del Congreso. Era el presagio del desborde que minutos después, en Plaza de Mayo, le costara un involuntario camarazo de un reportero gráfico en la frente. Pero no le importó, con la marca de la herida a la vista y sin perder el buen humor, siguió adelante con su día de gloria.


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