Año CXXXVI
 Nº 49.852
Rosario,
domingo  25 de
mayo de 2003
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La traumática experiencia de los menores heridos
Historias de inocentes que fueron víctimas de accidentes con armas
Recibieron balas perdidas o disparos errados. A partir de entonces su vida y la de sus familias cambió para siempre

Eduardo Caniglia Paola Irurtia / La Capital

La manipulación de armas de fuego carga con una larga lista de víctimas inocentes. Muchas de ellas fueron menores ajenos a los episodios que generaron el disparo, o víctimas de su propia manipulación de las armas. Balas "perdidas", disparos involuntarios o tiroteos generados en situaciones de robo y otros hechos delictivos cambiaron la vida de chicos y familias completas que enfrentaron la pérdida de la vida de sus hijos o, con un resto de fortuna, procesos de curación que no terminan de cerrar las secuelas de haber recibido el impacto de un arma de fuego.
Una violenta pelea entre jóvenes en el pasillo de un asentamiento ubicado en Gorriti al 6300 dejó internado con una herida de bala en las costillas a Eduardo Arce, de 11 años, el domingo 11. El chico estaba en su casa, junto a su familia cuando recibió el disparo que milagrosamente no afectó un órgano vital, pero lo dejó internado.
Las situaciones en las que los chicos son víctimas inocentes del uso negligente de las armas tienen los escenarios más variados. Noelia, a los 17 años, recibió un disparo en la puerta de su casa de Batalla de Maillén al 100 mientras hablaba con una amiga. Nunca supo de donde partió, no vio a nadie, ni escuchó cuando le dispararon.
Sergio González tenía 8 años cuando recibió un disparo en el abdomen al cruzar el pasillo que separaba su casa de la de su hermana, en Ayacucho y Centeno.
Emiliano tenía 16 años cuando accionó por accidente, en su dormitorio, un revólver calibre 32 que lo hirió mortalmente. Murió dos días más tarde, el 25 de junio de 2002.
En marzo del año pasado, la familia Taiana estaba en su casa, en Villa Diego, cuando un grupo de hombres bajó frente a la vivienda y disparó a mansalva. Uno de los disparos le arrebató la vida a Nahuel, de 3 años.

Con la bala en la cabeza
El 29 de abril del año pasado, Jesús Eduardo Mendoza, de 11 años, quedó atrapado en medio de un tiroteo entre dos hinchas de Newell's y Rosario Central y recibió un balazo en la cabeza. Hoy, a más de un año del violento suceso, está totalmente recuperado, con el proyectil alojado entre el cráneo y el cerebro, y juega por las calles del barrio Alvear por donde tal vez camina con libertad el muchacho que lo hirió cuando se tiroteaba con su contrincante.
Jesús Mendoza parece tímido al recordar el episodio. Eran las 6 y media de la tarde del día mencionado y jugaba a las bolitas con un amigos cuando dos hombres que circulaban en bicicleta por Castellanos comenzaron a tirotearse.
Uno de los desconocidos, que estaba acompañado por una mujer y un bebé, vestía la camiseta de Newell's y el otro la de Central. Cuando se habían disparado unos veinte balazos, en la esquina de Biedma y Castellanos, un proyectil impactó en el parietal izquierdo de Mendoza.
Como pudo, el chico se mantuvo de pie y lúcido después de que su mano tocó la cabeza ensangrentada. Enseguida la hermana lo llevó hasta su casa de Castellanos al 3800. Un rato después, dos agentes del Comando Radioeléctrico lo trasladaron al Hospital de Niños porque la ambulancia demoraba en llegar.
Cuando ya estaba en una camilla alcanzó a contarle a los médicos lo que le había ocurrido, y después se desmayó. Primero estuvo internado en la sala de terapia intensiva y pasó a una sala general. Una semana después, le dieron el alta.
Entonces regresó a las aulas de la escuela Nº660, de Saavedra y Valparaíso, donde cursa sexto año. Hace una vida normal, pero tiene algunas limitaciones. El año pasado, cuando fue a un campamento escolar sufrió convulsiones, aunque hasta hoy no apareció la tan temida infección que la bala que aún lleva en su cuerpo le podría haber provocado. También debe usar anteojos porque su capacidad visual quedó afectada.
Jesús Mendoza no tiene miedo de estar con sus amigos en la calle, pero no puede jugar al fútbol ni treparse a los árboles con la frecuencia de antes. "A los que tiraron no los privaron de su libertad, pero a mi hijo lo privaron de hacer las cosas que le gustaban", dice Eva Haydée Gaitán, que se gana la vida trabajando en casas de familia y cobra el subsidio para desocupados.

El milagro de Leonel
Leonel Nieto tiene 10 años y protagonizó una historia que es considerada un milagro. Recibió un balazo que le atravesó la cabeza cuando fue a ayudar a su vecino a hacer una mudanza y un arma que el hombre llevaba en uno de los muebles se disparó por accidente. La lesión le causó pérdida de masa encefálica y lo dejó en coma varios días, con un pronóstico desolador. El disparo lo lastimó el 7 de enero y en 20 días el chico revirtió el cuadro ante el asombro del cuerpo médico del Hospital Víctor J. Vilela, donde se atiende hasta hoy.
Leonel volvió a quedar expuesto a un riesgo similar un mes después, a causa de una infección cerebral. "Los médicos nos volvieron a advertir el peligro, pero al final salió todo bien, y la infección hizo que expulsara el resto de esquirlas que le habían quedado", explicó su papá, Luis Nieto, con una sonrisa que sólo se nubló durante los momentos de peligro para su hijo.
Hace un mes, Leonel Nieto volvió a la escuela, con su maestra y sus compañeros de siempre. Su incorporación es progresiva. Empezó por reconocer colores y letras y ahora hace tareas de aprestamiento mientras comparte las clases y talleres del 3º año de la escuela 156, Provincia de San Luis. Lo primero que reconoció fue un muñeco que la maestra inventó y los chicos bautizaron el año pasado. "¡Coquena!", gritó cuando la maestra lo dibujó en el pizarrón el mismo día en que se incorporó al grupo.
"Al principio nos costaba entender lo que decía y dos chicos, amigos, hacían de traductores, pero ahora lo entendemos perfectamente", contó la docente, Gloria Barzotti. Leonel recuperó la capacidad de hablar, aunque aún tiene dificultades en la pronunciación de algunas palabras.
La maestra siempre reclamó que Leonel volviera a su grado apenas pudiese, sin importar cuáles fueran sus posibilidades y ahora acompaña su evolución con un programa especial "para que recupere los saberes que tiene olvidados".
Unos 15 días atrás, Leonel terminó de comer más apurado que nunca y le dio a su papá la sorpresa que había empezado a ensayar con Liliana, su mamá. Dejó los cubiertos, se alejó de la mesa unos centímetros en la silla de ruedas, se apoyó en la mesa y se paró ante los desorbitados ojos de Luis, que no pudo contener las lágrimas de alegría. A la tarde entró de la mano de Liliana a su salón, y le provocó la misma emoción a su maestra.
En la escuela consideran que la voluntad de Leonel, junto al apoyo, el afecto y el esfuerzo de su familia están detrás de todos esos logros.
Leonel se mantiene en constante movimiento. Se para, pide que lo ayuden a sujetarse los pies en la bicicleta fija, sale a la vereda, hace mandados, y adora salir en la bicicleta con su papá, especialmente acondicionada para llevarlo a pasear.
Liliana demuestra el mismo tesón que su hijo en el que se filtra una tristeza profunda por cada uno de los momentos que debió pasar por un accidente que pudo haber sido fatal. "No puedo verlo en una silla de ruedas, con ganas de manejar herramientas y hacer cosas que aún no puede", dice. Ella insiste en cada paso para que los logros sigan, y acompaña con su trabajo los progresos de Leonel.
A su lado, Leonel sacude la silla hasta que logra pasar por la abertura de la puerta. Ni las paredes pueden con su empeños.



Leonel Nieto salió con vida de una situación extrema. (Foto: Gustavo de los Ríos)
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