Mauricio Maronna / La Capital
"No aceptaría ningún cargo. Es la hora de los dirigentes que no estuvieron en la primera línea durante la década del 90", responde Carlos Chacho Alvarez, mientras los neones comienzan a aparecer en el atardecer del centro porteño. El ex vicepresidente de la Nación aprovecha la entrevista con La Capital para interiorizarse sobre la realidad santafesina, pregunta por Carlos Reutemann y coincide con un diagnóstico: "Tenía todo para ser presidente". Se aparta de las críticas que le formuló hace poco tiempo Hermes Binner y admite que tanto el intendente rosarino como el diputado Rubén Giustiniani fueron compañeros de ruta muy "leales". "Sé que defraudé a mucha gente con mi renuncia, pero nunca vendí mi conciencia", resume Chacho, quien considera que con Néstor Kirchner se "abre un espacio interesante". -¿Qué expectativas le despierta el gobierno que viene? -Se abre un momento interesante. Hay coincidencia entre un presidente electo que ha dado señales fuertes de su vocación por construir una gobernabilidad que implique un cambio y, al mismo tiempo, las ganas que tiene la mayoría de la sociedad de creer en esta nueva etapa. -¿Se abre una nueva época? -No sería tan amigo de la grandilocuencia discursiva, de esa tentación refundacional que ha tenido la mayoría de los gobiernos. Es muy fácil caer en el discurso de la "nueva era", "el nuevo capítulo" o "la nueva historia". A eso no hay que decirlo, hay que construirlo. Estamos conviviendo con la tensión de lo nuevo y lo viejo, no hay algo nuevo totalmente puro, hay una señal que está marcando el fin del protagonismo político del menemismo. Es un dato no menor, pero no pavimenta el camino de lo que significa un nuevo modelo de desarrollo productivo para la Argentina, renovación institucional, reforma política, mejor distribución del ingreso y generación de puestos de trabajo. Es importante la voluntad, exhibir autoridad, pero luego tiene que venir la eficacia a la hora de gobernar. -Hay quienes critican la falta de transversalidad a la hora de componer el gabinete. No hay demasiados extrapartidarios. -El fracaso de la Alianza invalida temporariamente la formación de una coalición. Ahora, entre ser oposición y participar de un gobierno de coalición, hay un camino intermedio: la entente temática. Acá existieron gobiernos mesiánicos a los que les fue mal y una alianza a la que también le fue mal. Lo que nunca se hizo es la construcción de áreas de consenso. Sería muy bueno que la Argentina tuviese una masa crítica homogénea para renegociar la deuda, que va a implicar un condicionamiento fuerte para los próximos 20 años. Esa negociación marcará la Argentina del futuro. -¿Aceptaría ser funcionario del futuro gobierno? -No. Cuando hice una profunda autocrítica de mis errores señalé que iba a participar de la política en el plano del debate de las ideas. Y soy coherente con eso. Faltan lugares para debatir los temas de mediano plazo, las cuestiones estratégicas. Faltan elementos para precisar el nuevo modelo que aparece en América latina, que se puede definir como neodesarrollista, donde lo productivo es más importante que lo financiero. Creo que en la Argentina es mejor ir hacia un sistema semipresidencialista, pero son temas que se deben discutir más allá de la coyuntura. -Muchos creen que su ostracismo, más allá de los errores que cometió, se da de bruces con un país en el que "no se fue nadie". -Es positivo que el gabinete tenga dirigentes que no estuvieron en la primera línea de la política durante los 90. Es el turno de gente nueva, de gente distinta, de aire nuevo, lo asumo así. No tengo compulsión por un cargo, estoy ejerciendo la docencia, estudiando. -¿No se siente un chivo expiatorio de muchos sectores que descargan en usted el fracaso propio? -Siento que tuve responsabilidad en los males que le tocó vivir a la Argentina en los últimos años. Escribí un libro para autocriticarme, un ejercicio inédito en la Argentina, ¿no? Eso no compensará la desilusión de mucha gente, pero ahora la sociedad está orientada hacia lo que se abre, que debería ser algo nuevo. -¿Se ubica dentro de lo viejo? -No necesito reubicarme porque no hago política partidaria. No pretendo autodefinirme como "nuevo" para reciclarme en un cargo. -¿No tiene ganas de revalidar títulos presentándose a una elección? -No. Ni se me pasa por la cabeza. -¿Cómo es ahora su relación con el ciudadano común? -Yo soy un ciudadano común. En los momentos de mayor crispación social, por necesidad económica tuve que tener una vida normal. Renuncié a la vicepresidencia y me tuve que buscar un trabajo, mi único ingreso era el de vicepresidente, más el sueldo de Liliana (por su esposa). Le estoy muy agradecido al rector de la Universidad de Quilmes, que me ofreció una cátedra. Tomo un taxi, voy a dictar clases en un campus muy extenso y, la verdad, más allá de los enojos conversables (sic) con los ciudadanos, no tuve problemas. La sociedad sabe diferenciar a quien se equivocó en algunas cosas de quien no contribuyó con el saqueo de este país. "Nosotros confiábamos mucho en vos", me reprochan. Y hay cierta tendencia a no reconocer que se votó a un presidente, porque así es la Argentina, es una cultura que juega a ganador. Entonces, parece que nadie votó a De la Rúa; todos los que me encuentro me habían votado a mí. -Pero mucha gente votó a la Alianza por usted. -Renuncié porque no tenía espacio... No podía ganarle al gobierno, al sistema de partidos, a los sobornos, sin senadores propios, con el propio Ejecutivo haciéndome una campaña para desacreditarme. Por eso no quiero un cargo, sería una cosa ombliguista, oportunista. Llegué a la política desde otro lado, no tengo una compulsión enfermiza por el poder. Muchos se sorprenden y me dicen: "¿Cómo hacés para vivir así?". Jamás usé la política para resolver mis problemas económicos, ni viví de la política. No tengo necesidad de hacer política como si fuera el oxígeno para respirar. Con esto logro cierta tranquilidad espiritual, de lo contrario estaría muy enfermo y frustrado. -Cuándo apoya la cabeza en la almohada... -(Interrumpe). Siempre dormí con la conciencia tranquila. Me duele lo que pasó, la frustración que generé, pero en las cuestiones neurálgicas y decisivas hice lo que sentí que debía hacer. Le busqué todos los costados al tema de mi renuncia, pero nunca encontré otra salida. No me arrepiento de haber renunciado, pese a que busqué elementos para evaluar si había un camino alternativo a esa encrucijada. -Cuesta entender que no haya sabido quién era De la Rúa. -Nunca imaginé que él no supiera que en la Argentina para hacer una tortilla hacen falta romper varios huevos. Muchas de las cosas que dice el presidente electo estaban en la agenda de la Alianza, pero De la Rúa se comportó como un conservador sometido a los poderes. El pensaba que ser presidente era administrar los intereses de los poderosos. A la Alianza la votaron para que haga lo que hoy kirchner dice que va a hacer. La Alianza terminó negociando el statu quo y convalidando la herencia. Ese fue el eje del fracaso. -¿Usted está en condiciones de resistir un archivo? -Siempre viví de mi sueldo, nunca vendí mi voto ni mi conciencia. Jamás hice negocios con un empresario ni trafiqué influencias. Pero eso no debería ser un mérito, tendría que ser lo habitual en un país normal.
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