Jorge Levit / La Capital
Varias semanas atrás, el diario inglés "The Times" dejó casi sin aliento a millones de británicos al advertir que dentro de Inglaterra hay unos 50 potenciales terroristas suicidas islámicos dispuestos a todo. Pero nadie supuso que la información que publicó el matutino londinense sería confirmada muy pronto: el 30 de abril pasado, dos ingleses musulmanes de origen paquistaní llegaron a Israel para inmolarse y matar a la mayor cantidad de gente posible en el interior de un bar de Tel Aviv. Asif Mohammed Hanif logró su objetivo y pudo hacer estallar su cinturón de explosivos plásticos que había ocultado en un Corán. Tenía 21 años, vivía desde los once en Londres y era estudiante en una escuela de negocios. Omar Khan Sharif, de 27 años y padre de dos chicos, también llegó desde Inglaterra con el mismo propósito pero por un desperfecto mecánico en el dispositivo del explosivo no pudo hacerse volar y falló en el intento. Sí pudo escapar del lugar y perderse en medio de la confusión que surgió tras el estallido de la bomba de su amigo Hanif. Doce días después, el cuerpo del fallido terrorista suicida fue hallado muerto y flotando en las costas de Tel Aviv. La policía israelí sostiene que fue muerto por sus propios camaradas para evitar que delatara a otros suicidas en caso de caer prisionero. Fuentes árabes creen, sin embargo, que fue asesinado por el servicio secreto israelí. Sharif provenía de una familia de inmigrantes que vive desde hace 20 años en Derby, una de las ciudades donde nació la revolución industrial. Sus padres, ya fallecidos, emigraron a Inglaterra desde la región pakistaní de Cachemira en busca de un futuro mejor. El padre de Sharif fue comerciante en varios rubros y pudo ofrecerle a su hijo una buena educación, incluso en la Universidad de Londres. Los dos hombres bomba británicos habían estado antes de cumplir 18 años en Siria para perfeccionar el idioma árabe ya que en sus casas hablaban mayormente inglés. Sharif, al volver del Medio Oriente, abandonó la vestimenta occidental por la típicamente oriental y se hizo religioso. Ambos habían vivido la mayor parte de su vida en Inglaterra, fueron a la escuela pública y cursaban estudios universitarios. Sus familias, típicas de clase media, viven pacíficamente desde hace años en el Reino Unido como la inmensa mayoría de la comunidad islámica de 1,6 millón de almas. Horas antes del atentado en el bar de Tel Aviv, Sharif y Hanif ingresaron a Israel, vía Jordania, como turistas. Tenían pasaportes británicos, sin necesidad de visado para entrar en Israel. Fueron directo a su objetivo y se volaron con el explosivo, aunque Sharif no tuvo éxito. En Inglaterra la acción terrorista llevada a cabo por los dos británicos causó estupor no sólo por el origen de los suicidas sino por el riesgo potencial que significa vivir en una sociedad en la que en cualquier momento los hombres bomba decidan hacerse explotar en objetivos locales y ya no sólo en el extranjero. A quienes conocían a Sharif y a Hanif les cuesta creer que hayan tomado la decisión de matarse para matar a otros. Todos los describieron en la prensa inglesa como muchachos muy tranquilos y "occidentalizados". ¿Qué motivaciones tan profundas, que no sean irracionales, pueden llevar a dos jóvenes con buena formación educativa a sacrificar sus vidas de esa manera? ¿Cuánto más importante es la causa por la que se inmolan que sus hijos, sus familias y su cómoda vida en Inglaterra? La historia de estos dos muchachos atrapados por lo peor de la existencia humana, como es la fe ciega en un objetivo asociado con lo irreflexivo y lo divino, es la de cientos y cientos de jóvenes islámicos -cultos o analfabetos, ricos o pobres- en muchas partes del mundo. Es la historia también de los que hace unos días se volaron en Marruecos o en Arabia Saudita. Es la de una generación que ve en los valores occidentales, con razón en muchos casos, la causa de la humillación y el desprecio al que se sienten sometidos. Detener el fenómeno del fundamentalismo resulta hoy imposible sin entender qué es lo que lo origina, por qué se desarrolla y expande. Sin una mirada reflexiva, autocrítica y rápida, el mundo se encamina hacia un abismo de inseguridad crónico, donde nada ni nadie estará a salvo. [email protected]
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