Año CXXXVI
 Nº 49.849
Rosario,
jueves  22 de
mayo de 2003
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cartas
Crónica anunciada de un abandono

Cuando en diciembre de 2001, muchos exégetas de la pequeña burguesía de la clase media argentina pregonaban que el país estaba en un estado prerrevolucionario, debido a los cacerolazos y al derrumbe del inepto gobierno de la Alianza delarruista, ni siquiera imaginaron que tan sólo un ratito después, medido en términos históricos, la misma sociedad "pre-revolú" estaría colocando con la gracia de los votos en los lugares más expectantes de las elecciones pasadas a Carlos Menem, Néstor Kirchner y Ricardo López Murphy; es decir, más de lo que se había intentado eliminar de la vida política del país. Así, los políticos que debieron irse todos, todos se quedaron. Los bancos que nos robaron recuperaron nuestros depósitos. La Suprema Corte que parecía definitivamente a punto de fenecer goza de excelente salud. La educación en crisis terminal avanza por buen camino rumbo al cementerio. Luis Barrionuevo no sólo sigue siendo senador de la Nación, sino que anticipa que será gobernador de la provincia donde ya no vive hace décadas. Y Carlos Menem... el inefable Carlos Menem, tuvo una vez más el gustazo enorme de lograr que todo el país y buena parte de América latina no desprendieran sus ojos de su grotesca figura. Casi tan grotesca como el país mismo. Porque de eso se trata, de lo grotescos que somos los argentinos para tejer nuestro destino. Porque somos capaces de reprocharle a Menem que se haya bajado del ballottage, pero no se nos mueve un pelo por haberlo llevado hasta allí. Como dice Lanata: "¿No tendremos algo que ver los argentinos con Menem?". ¿Qué es lo que nos sorprende de su retiro? ¿Podemos acaso asombrarnos con su renuncia para no perder las elecciones? ¿Es la renuncia la que nos indigna o el morbo de no poder verlo derrotado? Porque tratándose de Menem, era mucho más probable que hiciera lo que hizo, a que se hubiera presentado, perdido y adoptado, en consecuencia, una actitud noble y frontal. ¿No será que todos, aunque sea un poquito cada uno de nosotros, nos hemos acostumbrado a no querer perder ni a las bolitas, como Menem? ¿No será que cada vez más venimos tratando de zafar, sin perder nada, sin que nada nos duela? Lamentable error: la dignidad siempre cuesta.
Lalo Puccio


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