| | cartas Lancha Rosario-Victoria
| He tenido la alegría de viajar por el río Paraná durante horas viendo el espectáculo argentino, singular y bello, con la lancha que acaba de terminar su historia. Ni la rapidez que requiere el tiempo nuestro, ni cuestiones económicas, ni el sentido de incompetencia con respecto al grandioso y esperado camino hacia el futuro, representado por el puente Rosario-Victoria, ya presto a ser transitado, pueden motivar el desarraigo de un medio que marcó etapas de verdaderas proezas. Porque acercó a miles de personas a sus lugares de trabajo y logró, contra viento y marea, la unión de dos orillas que, ahora, parecen una. Porque mantuvo vigente, aun en las etapas más dificultosas, un servicio importante y un comercio liviano y permanente, con su andar cansino y seguro, orgulloso en su paso por los lugares más dificultosos y bellos del Paraná. Así como el avión no desautorizó al barco, el puente se suma a los caminos abiertos por el hombre para acercarse, conocerse, estimularse y convivir en una marcación globalizada de trabajo y progreso. Pero la lancha -esa maravilla que se sostiene y avanza a pesar de todo- debe permanecer ejerciendo su humilde autoridad de ser primera y el mejor medio del que disponemos para extasiarnos durante muchas horas, del paisaje, las mañanas neblinosas, el rayo del mediodía, las lloviznas inesperadas y la quietud de los que, alguna vez, no queremos tener apuro para disfrutar de las sorpresas que nos rodean. Una ciudad que reabre sus ojos es más rica cuanto más avanza sobre su generosa tradición. Marta Susana Marinelli de Celoria
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