Cuarenta minutos. Ese es el tiempo que se tarda en llegar por el puente al otro lado del río, Victoria. Para los que cruzan o cruzaron a suelo entrerriano por el Paraná, la experiencia de hacerlo por la conexión vial va a ser rara, distinta. Y claro, ya no podrán -por ejemplo- centrar la atención sólo en el paisaje, sino que deberán leer con detenimiento cada uno de los carteles de señalización instalados en los 59,4 kilómetros de ruta. Por supuesto que tendrán que respetar velocidades máximas (110 km/hora para autos) y mínimas (55 km/hora). Pero, sobre todo, deberán ser cuidadosos para no morder la banquina, que en la mayor parte del trayecto no está asfaltada. La Capital recorrió ayer la conexión vial a 24 horas de su habilitación. Y tal vez la sensación más extraña -por ser nueva- es atravesar el puente principal. Es que son 608 metros donde el vehículo parece estar suspendido en el aire. O mejor dicho, sobre el Paraná. En ese momento, mirar las defensas de hormigón a cada lado de ambas manos sí que da seguridad. Después de atravesar ese tramo de la obra, y a unos 800 metros de las cabinas de peaje, se vuelve a "pisar tierra firme" aunque todavía resten 12 puentes menores para llegar a destino. Una vez que se atraviesa el puente principal y antes de llegar al peaje, los carriles ya no se dividen por una defensa de hormigón sino por una fila de conos. Ahora, quienes pretendan dar un paseo por el puente principal y pegar la vuelta antes de llegar a las cabinas, verán frustrado su plan. Es que de ninguna manera se podrá girar en U para evitar el pago del peaje. Una vez que se ingresa al puente, hay que recorrer sí o sí los casi 60 kilómetros hasta Victoria. En el momento en que el sector de peaje quedó atrás comienza una vía con las características propias de cualquier ruta nacional, salvo por los doce puentes sobre la zona de islas que se extienden durante el resto del recorrido. También después de las cabinas, la ruta se achica a dos carriles, y es justamente donde hay que centrar más la atención en la señalización. No por casualidad están las cinco series de carteles (tanto a la ida como a la vuelta) alertando sobre la precaución en los días de niebla. Es que salvo en los puentes menores, en el sector de terraplenes no hay guardarails. Y la banquina no está pavimentada, es sólo tierra. Y en los días de lluvia se transforma en barro. Claro que en caso de emergencia se puede acudir a los postes de SOS que están instalados (en ambas manos), cada 5 kilómetros. Unos metros más allá de la banquina, el paisaje se transforma en agua. Vale decir, riachos o arroyos. Se puede ver vegetación, vacas, pájaros, caballos y hasta perros durante el recorrido. De hecho, más de un animal logra sortear el tejido de protección y da un paseo por la ruta. En el último tramo del trayecto (más hacia el lado de Victoria) la carpeta asfáltica es más prolija. Y la banquina no es sólo tierra, sino que hay pasto, algo que permite salir del camino sin riesgo a perder el control del volante. En la recorrida que realizó ayer este diario, a un día de habilitarse el puente a Victoria, se pudo observar a grupos de trabajadores poniendo a punto los últimos detalles de la vía, como por ejemplo las señales blancas -pintadas en la ruta- que alertan sobre la niebla o las amarillas que indican "prohibido adelantarse". Lo cierto es que la conexión vial más importante de la región se habilita hoy. El sueño de más de 150 años por fin se concreta y nadie está dispuesto a empeñarlo, ni siquiera la lluvia.
| La ruta está separada por conos para evitar giros en U. (Foto: Angel Amaya) | | Ampliar Foto | | |
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