 |  | Editorial Desigualdad que espanta
 | Los cambios estructurales que ha sufrido el planeta en la última década, con la consolidación de la hegemonía unipolar estadounidense y el creciente predominio de un Norte próspero sobre un Sur cada vez más pauperizado, se han traducido en crecientes desigualdades sociales, que en muchos casos alcanzan niveles a los cuales no se magnifica si se los adjetiva como espeluznantes. La inauguración de la vigésima novena asamblea general del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) en Paraguay fue la oportunidad elegida por el presidente de ese organismo, Jorge Jiménez Carvajal, para referirse a este preocupante tema en términos categóricos. El prelado hizo referencia al "crecimiento devastador de la exclusión, que ha superado lo que creíamos imposible en la marginación y la delincuencia", a la vez que denunció el auge de prácticas aberrantes como "el comercio de órganos, la paidofilia, la prostitución juvenil y la vinculación de niños y jóvenes al comercio de las drogas". No son novedades, lamentablemente, los fenómenos que enumeró el religioso en un continente -América del Sur- que ha sufrido en demasía el aspecto negativo de la globalización. Así, la miseria puede ser observada como una ominosa mancha que se extiende sobre casi toda su geografía y que ha cubierto aun a naciones en las que su presencia era insospechable, como la Argentina. La aplicación de modelos económicos que favorecieron exclusivamente al poder concentrado, haciendo eje sobre parámetros que excluían el interés de las mayorías, encontró legitimación en el marco de democracias débiles, cuyos efectos concretos sobre la vida de las personas están lejos de aproximarse a sus reales potencialidades. Jiménez Carvajal expresó el drama con contundencia: "El auge de la deuda externa, la cesación de pagos y el empobrecimiento de los sectores medios vuelven a éstos cada día más proclives a la violencia para defender sus seguridades adquiridas. La subversión de la pobreza es tan devastadora para la democracia como la misma subversión política", aseguró. Nada, sin embargo, estará perdido en la medida que los pueblos utilicen las herramientas que les proporciona la democracia para consagrar modelos más justos. Nuevamente el prelado colombiano resultó iluminador al respecto: "La globalización de la solidaridad debe ser el prerrequisito de cualquier otra forma de globalización". Indiscutible.
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