Año CXXXVI
 Nº 49.841
Rosario,
miércoles  14 de
mayo de 2003
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Solidaridad, divino tesoro

Había una vieja concepción neurofisiológica, expresada en la Teoría de Lapique, que nos mostraba la respuesta muscular ante los estímulos llegados a través de las vías de transmisión nerviosas. La cada vez más frecuente estimulación (sin un tiempo de rehabilitación) iba produciendo un agotamiento en la respuesta esperada y el estímulo que se necesitaba debía ser cada vez más poderoso. Sería como si la transmisión nerviosa necesitara una permanente alimentación para mantener las mismas características, para que ante un mismo estímulo hubiera una respuesta similar. También es cierto que ante la inercia que produce la inactividad, muchos circuitos de transmisión se van deteriorando y que, por el contrario, el ejercitar funciones, amplía dichas vías de comunicación. ¿Que pasaría si tratamos de interpolar estos conceptos de la fisiología con los sistemas sociales humanos? En la sociedad actual, egoísta por excelencia, mercantilista a plenitud y carente de los valores éticos que reglaban las conductas individuales y sociales en tiempos mejores, la necesidad de los estímulos para desencadenar respuestas solidarias debe ser cada vez más poderosa, por cuanto esas vías de comunicación están esclerosadas. Pero lo importante de todo esto es que esa solidaridad está solo adormilada en el hombre, no muerta, y ello se ha demostrado fehacientemente con la catástrofe ocurrida en la ciudad de Santa Fe, donde decenas de miles de personas de todo el país, de una u otra manera, sacaron desde su interior, haciéndolo reverdecer, ese maravilloso sentimiento llamado solidaridad humana.
Doctor Efraín Hutt


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