Año CXXXVI
 Nº 49.841
Rosario,
miércoles  14 de
mayo de 2003
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Acerca de la Facultad de Ciencias Hídricas

Qué sentido tiene una universidad pública si lo que produce para el bienestar de la sociedad no se tiene en cuenta. La Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), única en su tipo en Latinoamérica, surgió para atender a los requerimientos de la región. Sin embargo, ubicada geográficamente en el epicentro del mayor desastre en materia de inundaciones que haya sufrido el país, se constituye ahora en la mayor paradoja educativa: el desconocimiento de su existencia y de su capacidad de producción intelectual.
El actual decano de esta facultad de la UNL, Cristóbal Lozeco, decía en una entrevista publicada por La Capital el 30 de octubre del año pasado: "Para crecer, el país tiene que apostar a la educación, la ciencia y la tecnología, y -pensando en las profesiones- a la ingeniería". Es que las palabras de este educador hacían referencia al origen mismo de esta facultad, que se remonta a 1970 cuando se crea en la Universidad Nacional del Litoral el Departamento de Hidrología General y Aplicada. Recién en 1985 la formación alcanza el nivel de grado y se convierte en una facultad.
Según recordaba Lozeco en esa misma entrevista, el surgimiento de la carrera de ciencias hídricas en los 70 coincide con el auge mundial de la hidrología como ciencia y con un importante desarrollo de los recursos hidráulicos que se daban por entonces en la Argentina. Tampoco fue casual, tal como agregaba el decano de la UNL, que se decidiera la creación de estos estudios "si se tiene en cuenta que esta universidad está ubicada en una zona poseedora de una riqueza hídrica que representa el 90% de los recursos totales del país".
Desde sus inicios la facultad se ha sumando directa o indirectamente a la participación de proyectos y obras que tienen a los recursos hídricos de la región como su meta de trabajo e investigación: el puente Rosario-Victoria, la hidrovía Paraná-Paraguay, la Picassa, el diseño de la Red Hidrometeorológica Nacional, el acueducto río Colastiné-Santa Fe, entre otros. No es difícil entender, entonces, que los estudios correspondientes que pudieran haber evitado la tragedia que hoy sufre Santa Fe se realizaron.
La Facultad de Ciencias Hídricas de la UNL con el correr de los años se ha ido transformando y sumando carreras de grado y posgrados orientados a este mismo objetivo. Tan así es que, a diferencia de otras carreras universitarias y estudios superiores, difícilmente se le pueda discutir que su oferta académica cumple claramente con hacer de la universidad un lugar que tenga en cuenta los requerimientos regionales.
El mismo decano Cristóbal Lozeco, en el mensaje de bienvenida que dio a los ingresantes 2003, que aspiran a formarse como ingenieros hídricos, decía: "Es necesario que sepan que la vida universitaria tiene alegrías y pequeñas frustraciones. En este sentido, es importante la perseverancia que pongan en pos de obtener un objetivo final, que les permitirá alcanzar un título profesional. Junto con este logro, será fundamental la conciencia que alcancen para defender el patrimonio cultural y tecnológico de nuestra región Litoral y del país, así como el compromiso de servir a la sociedad argentina, contribuyendo a elevar la calidad de vida de sus miembros".
En medio de tanto sufrimiento, quizás no sea el momento de los reproches. Nadie puede sacar rédito de una tragedia. Sin embargo, parecería oportuno empezar a mirar de otra manera a instituciones como la universidad, que se proyectan a la sociedad, que conviven con ella, trabajan para mejorar su calidad de vida y no siempre son atendidas en su justa medida, para así evitar el quiebre eterno con la vida intelectual y académica.
M.I.


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