Orlando Verna / La Capital
Quizás Los Macocos sean poseedores de un secreto muy bien guardado a través del cual generan una extraña complacencia de sus seguidores cuando se arriesgan, como en este caso, a combinar el teatro clásico y el circo criollo. Así, "La fábula de la princesa Turandot" se constituyó, el sábado por la noche en el Parque de España, en una excelente oportunidad no sólo para divertirse con un texto donde el desparpajo se asocia con la creatividad sino además para observar los por qué de una marca registrada dentro de la escena argentina. La obra se basa en un antiquísimo cuento persa sobre una caprichosa princesa de la China Antigua. La joven, dueña de una hermosura sin igual, pone sus propias reglas para entregarse en matrimonio: quien quiera casarse con ella deberá responder a indescifrables enigmas y de errar las respuestas será decapitado. Esta vez, el candidato es Kalaf, un príncipe persa que se expondrá a los designios de su pretendida. Sobre esa trama, Los Macocos ponen sobre el escenario toda la parafernalia teatral con la que se hicieran famosos. Métodos propios que los ubican en el lugar de los creadores y otros ajenos que los habilitan como primeros actores. Entre ellos se destaca Daniel Casablanca en el papel de Kalaf, un viajero persa dispuesto a morir por su amada. Hábil con la palabra y genial en la gesticulación, el intérprete es la piedra angular del show y sobre él se posan la mayoría de las sonrisas que despierta un sólido guión. A su lado, Martín Salazar compone a una esclava con características de dibujo animado. Escondiendo su fealdad detrás de un velo, Adelma se presenta como el prototipo del "macocumor": textos delirantes, latiguillos redundantes y una comicidad que a veces ni siquiera necesita de letra. Por su parte, Gabriel Wolf tropieza con un personaje con pocas aristas brillantes. Su Brighella, un sirviente eunuco, desconcentra al espectador con un parlamento anodino y un lugar exagerado en el mundo mágico del castillo imperial chino. Junto a él está Pantalón, un consejero veneciano que bien podría estar ausente de la trama. Este es uno de las tres composiciones que encara Marcelo Xicarts, quien además hace a Barac, un cómplice de Kalaf, y a Altum, el emperador padre de Turandot, con seguridad el mejor de esos tres personajes. Con un tempo envidiable para la comedia y una cuidada dicción "achinada", Xicarts impone a su Altum un rigor cómico digno de carcajadas. Un aparte para Paula Requeijo en el difícil rol de colaborar en una estructura grupal montada desde hace 18 años. Los Macocos incorporan en esta ocasión a una actriz invitada para dar vida a la princesa en cuestión y Requeijo sale airosa de su misión. Caracterizada con maestría, la actriz le pone la sal de agresividad y humor necesaria para encantar a la platea con una esbelta y caprichosa muchacha que siente por primera vez el llamado del corazón y del sexo. A los actores se suman una buena ilación de números musicales, una cuidada secuencia de cuadros y hasta un par de hilarantes momento de improvisación donde Casablanca y Salazar se sacan chispas y hacen las delicias de un auditorio altamente heterogéneo en su composición etárea. De este modo, "La fábula de la princesa Turandot" deja el lejano mundo de la tradición oral oriental y el siempre acartonado ámbito de la lírica, lugar que llegó a ocupar de la mano de Giacomo Puccini y Arturo Toscanini. Y llega para ubicarse en el podio de la alta comicidad y de la sensación de que no son necesarias lecturas complicadas para entretener con respeto e inspiración.
| La obra combina teatro, circo y hasta pasos de comedia. (Foto: Néstor Juncos) | | Ampliar Foto | | |
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