El laberinto verde de pantanos y lagunas que forman el parque provincial Esteros del Iberá es uno de los últimos paraísos ecológicos del mundo, que se extiende a través de un millón doscientas mil hectáreas en una depresión geológica de la provincia de Corrientes. A pesar de ser el segundo humedal de las Américas, después del pantanal de Brasil, apenas unos 6.000 turistas llegan por año hasta Colonia Carlos Pellegrini para visitarlos.
A esta Colonia, que tiene 800 habitantes y está a orillas de la laguna Iberá, una de las siete grandes del ecosistema, llegó hace ya un tiempo el ambientalista norteamericano Douglas Tompkins, que fue adquiriendo campos, la mayoría de entre 20 y 30 mil hectáreas en estos humedales.
Los habitantes de Colonia Carlos Pellegrini enfrentan un serio problema: el aumento de 0,80 centímetros en el nivel de la laguna, y que si bien no está científicamente comprobado se le atribuye a Yaciretá, la represa binacional de Argentina y Brasil.
La inundación podría dejar al humedal y a la Colonia bajo el agua, y según manifestó Marcelo Acerbi, de la Fundación Vida Silvestre Argentina, "podríamos tener nuestra propia Atlántida".
La historia de los esteros dice que fue Francisco Javier de Charlevoix quien descubrió que el lago estaba formado por islas flotantes en las que se refugiaban los caracarás, descendientes de los primitivos señores de esta comarca: los guaraníes caingang.
La presencia de estos indios decidió en 1639 a don Mendo de la Cueva y Benavídez, gobernador del Río de la Plata, a enviar una expedición al mando de don Cristóbal Garay y Saavedra. Pero los valientes sólo encontraron ancianas que los atacaron con chuzas y lanzas, porque los caracarás se habían escondido en los esteros.
Si bien este pueblo fue diezmado, a comienzos del siglo pasado aún se creía que algunos vivían en la isla La Misteriosa, en lo más intrincado de los embalsados, donde ni siquiera llegan los mariscadores o cazadores furtivos.
Expedición a la laguna
Hubo muchos intentos por penetrar en los esteros, pero recién en 1996 se concretó la expedición comandada por el explorador y arqueólogo correntino Santiago Tavella Madariaga, que con lanchas especiales, deslizadores y aviones recorrieron el lado oeste de la cuenca iberiana, para estudiar la fauna, la flora, la vida íctica y la profundidad de las lagunas.
También trajeron información sobre cómo actuaban los cazadores furtivos y evaluaron las posibilidades del sistema para la pesca, la náutica y el turismo de aventura, y comprobaron que se podía navegar por varios canales.
De esos tiempos aún se encuentra por allí, semihundida, la balsa que en 1914 se trajo de Holanda para cruzar gente y animales entre la laguna Iberá y la Colonia, trayecto que en ambos extremos tenía carteles con la leyenda "Esta balsa trabaja de sol a sol".
Ahora las canoas a motor de los guardaparques son las que llevan a los turistas a recorrer los esteros, un mundo habitado por lobitos de río, nutrias, carpinchos, boas amarillas y yacarés.
Los baqueanos clavan largas pértigas en el arenoso suelo para abrirse paso por el carrizal y eludir lentamente los pajonales, mientras el pájaro federal, de cabeza roja, cruza el aire tibio.
La sensación es que los verdes húmedos estallan cuando las canoas se deslizan entre los camalotes donde crecen las flores rosadas del irupé. Un mundo silencioso para la contemplación y el regocijo de los sentidos.
Debajo de las clarísimas aguas de los esteros -que muchos imaginan turbias y se equivocan- se ven los cardúmenes de sábalos y surubíes, y los torpes movimientos de las tortugas acuáticas.
Más allá están los totorales, donde los yacarés duermen al sol, inmutables ante los gritos de los chajás. En esta reserva de agua dulce también viven el aguará guazú, el venado de las pampas y el ciervo de los pantanos, además de carpinchos y monos carayá. El ornitólogo inglés David Finch, que se fue subyugado por este humedal, registró más de 230 especies de aves.
Y cuando sobrevienen fuertes vendavales y grandes crecientes, estas marañas de plantas acuáticas simplemente cambian de lugar, se mueven. Pero los navegadores del Iberá creen que son "los fantasmas del estero". Más allá de esas creencias, salir en busca del ciervo de los pantanos y cabalgar en las noches de luna llena por la antigua guarida de los caracarás, son experiencias memorables.