En esa cuadra la actividad es febril, como en todo el barrio Roma y en los otros donde el indeseable vecino en que se convirtió el Salado ya se fue. Montañas de lo que viste un hogar están amontonadas en las veredas. Todo está mojado, inservible, transformado en basura, los moradores se abocan a la dura tarea de limpiar para volver.
Alicia Leonor Tobisz vive en un típico chalet de clase media con aspiraciones que muestra los mismos signos que las demás casas. Ella, resuelta como es, decidió volver a vivir allí junto a su marido Jorge Alberto Bearzot, un remisero de 56 años.
Alicia es asistente social y está acostumbrada a enfrentar los dramas humanos. Pero esta vez es distinto. El suyo es el rostro de una desdicha que el destino la puso del otro lado del mostrador. Apenas se le pregunta qué sintió cuando retornó a su hogar las lágrimas la traicionan y hace un esfuerzo para no quebrarse.
"Cuando vine el patio seguía cubierto, pero nada más. Sentí una mezcla de odio, rencor y amor. En la familia nos unimos más y con los vecinos fue una verdadera comunión. Al volver todos los sentimientos juntos afloraron en ese momento".
Suspira y reflexiona: "¡A los 56 años, con 35 años de casada, luchando, para que de golpe no te quede nada! Lo único que se salvó son vasitos, tacitas, platitos... Toda una vida de esfuerzo junto a mis hijos, todo se perdió. Los títulos de mi carrera, los de mis chicos, los muebles estropeados, papeles de la casa, de los autos".
Un lindo antiguo reloj de pie sobresale entre las cosas amontonadas en el patio. "Era de mis bisabuelos. Que no esté en la vereda con las otras cosas es porque guardo la esperanza de recuperarlo", afirma.
"Todo eso sentí en ese momento. Mi marido lloró mucho, me partía el alma verlo tan angustiado. Yo no pude llorar mucho aunque por ahí me desahogo... Pero, bueno, volveremos a empezar", acota con una sonrisa forzada.
Había diez centímetros de barro cuando se instaló otra vez, con las paredes como están, manchadas de humedad. Pero más esfuerzo requerirá borrar las huellas que quedaron adentro, muy adentro, de quienes hoy se enfrentan a un precario retorno a la vida cotidiana. "Nos levantamos muy temprano para limpiar y limpiar, comemos algo y seguimos, hasta que comienza a oscurecer. Más de una vez nos despertamos a la madrugada y converso con mi marido. A mí me gusta leer pero ahora no puedo por falta de luz", apunta.
Sin luz
"El primer día, tratando de encontrar algo positivo, le dije a mi marido que era una suerte que el freezer se hubiera salvado, por lo menos podíamos guardar carne. El me miró extrañado y me dijo: "Alicia, querida, no hay luz".
En otro momento me propuse encender el lavarropas para ver si funcionaba. Muchas veces me sorprendo buscando algo que recién tiré y tengo el impulso de hacer cosas como si todo estuviera normal, por ejemplo ir a sacar algo que siempre estuvo en un cajón y darme cuenta de que no está ni el cajón. No señor, la vida ya no es la misma. Por las noches duermo bien, pero siempre sueño con el agua".
Mientras seca sus ojos claros con un gesto de la mujer coqueta y meticulosa que se advierte detrás del aspecto que por estos días le impuso la ardua tarea mastica las palabras que apenas exhala. "Ahora... es tan distinto todo, vivimos en la precariedad, todavía entre la mugre".
"Cuando vino una asistente social a verme le comenté las muchas veces que yo había estado en el lugar de ella. Porque, sabe, yo tuve que atender muchas veces a inundados. Fui comisionada a San Cristóbal para esa tarea. Todo lo que uno piensa de los inundados...", se interrumpe tomando conciencia de que tal es su situación actual. Una lágrima supera su esfuerzo y rueda por su mejilla.
¿Qué piensa ahora de los inundados? "Realmente son dignos de lástima y admiración. Eso lo comprendo ahora que nos quedamos con la manos vacías. De nuestro lado tenemos una opinión equivocada del inundado. Uno dice que se la pasan tomando mate. Recién le decía a mi marido que teniendo toda el agua en la casa no podemos hacer nada; entonces nos pusimos a tomar mate como ellos. El que pasó y nos vio así en el jardín habrá dicho: «Mirá, estos inundados tranquilos y tomando mate»".
Se creyó fuerte y desoyó a sus hijos para no volver todavía, pero confiesa que se quebró. El recuerdo ahora también la hace llorar desconsoladamente. "Cuando vi que mis muebles se rompían no lo podía creer. Los encargamos cuando éramos novios, eran buenísimos. Cuando vi que mi marido agarraba las tablas y decía: «Este no sirve más»", eso me quebró.
Mucha bronca
Ya más tranquila agradece a Dios no tener ninguna desgracia familiar, "que es lo más importante", pero afirma estar "con mucha bronca de que no nos hayan avisado. En este barrio todos hubiéramos podido salvar las cosas. La Municipalidad de Arroyo Seco estuvo todo el día con palas mecánicas levantando muebles y cosas que tuvimos que tirar; es tristísimo".
Finalmente reflexiona: "La vida sigue, seguiremos de la misma forma que hasta ahora. Distinto, claro. Mi marido me dice que haga de cuenta que nos casamos de apuro, como se decía antes cuando te casabas y no tenías nada. Empezaremos de nuevo, todavía somos relativamente jóvenes pero pienso en la gente grande, que ya están de vuelta; esto los mata".
"Te cuento algunas cosas extrañas. El agua revolvió todo de tal manera que un colador de la cocina apareció colgado en un dormitorio donde ante había un cuadro; a la foto de mi nieto que estuvo todos estos días bajo el agua no le pasó nada y está como si nunca se hubiera mojado. Los cuadros se perdieron todos menos uno: el de nuestro casamiento".