Rosario es una crisálida que no dejar de mutar mostrando las imágenes sorprendentes de esos múltiples nacimientos, y como las mareas, a cada vuelta de su historia, aparece siempre diferente. Una urbe que nunca dejó de experimentar impactos sociales profundos. De la ilustre villa al fenómeno sin par que impuso la inmigración que desembocó en una industrialización sólida, parece haber declinado en la actualidad, pero sólo es un impasse, un reacomodamiento para lo que vendrá. El puente Rosario-Victoria, la maravillosa apertura de la ciudad al río en la última década (que terminó con el estigma de ser una urbe portuaria expandida a espaldas de su razón de ser), y el florecimiento de enclaves inmobiliarios en distintas partes dejan muy lejanas las imágenes de lo que fue. Precisamente gracias a los lectores que se han hecho eco de la convocatoria de la Fundación La Capital y el Museo de la Ciudad, es posible revivir el paisaje citadino y a la vez campechano que Rosario tuvo. Epocas que la ciudad se mostró generadora de proyectos, integradora, cosmopolita, un lugar propicio para nuevas expresiones artísticas, del estudio y del pensamiento. Muy pocas generaciones hicieron falta para que a principios del siglo pasado Rosario comenzara a sacar patente de gran ciudad. Las obras en el puerto, la construcción de teatros, hoteles de categoría, colegios y las colocaciones de piedras fundamentales en varios barrios, las industrias y los primeros servicios públicos, como el tendido eléctrico y el transporte de pasajeros, la pusieron en el candelero. Algunas de esas imágenes de un pasado quizás más esperanzador que el actual panorama son atesoradas con cariño y nostalgia por tantos rosarinos. Y en éstas páginas, entonces, comenzamos a mostrarlas.
| La fábrica de hojalata de Bunge y Born, en 1934. | | Ampliar Foto | | |
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