| | Análisis: La pelea de fondo será entre dos peronistas
| Omar Bravo / La Capital
Gana Menem y Kirchner es segundo. A pesar de que ya no es ni la sombra de aquel enorme movimiento de masas que mereciera definiciones épicas como "el hecho maldito del país burgués", de John William Cooke, o "el subsuelo de la patria sublevada", de Raúl Scalabrini Ortiz, el PJ inició anoche su viaje hacia el ballottage tras ratificar en las urnas su condición de partido de poder, sobreviviente increíble del derrumbe de finales del 2001. Menem y Kirchner, dos personalidades en las antípodas, definirán el destino de un país pobre en todos los órdenes y el de un partido que se empeña en gobernarlo, aun con su crisis irresuelta. Sólo el futuro dirá si la fuerza política creada por Juan Perón hace casi 60 años supera su presente carente de propuestas movilizadoras, sin identidad, desideologizado y extrañado de sus orígenes históricos, o si irá hacia su desintegración, igual que el partido que lo precedió en la lucha por las causas populares, la UCR. Confirmado el escenario de ballottage más pronosticado por los encuestadores, Menem y Kirchner tienen cada uno sus créditos bien ganados y también por delante varios desafíos que enfrentar. Indudablemente la vigencia competitiva del ex presidente es notable, proverbial, así como su capacidad para generar y mantener electorados fieles a su figura. Su gran tarea será dar vuelta el rubro "nunca votaría por", donde el riojano trepa por encima del 50 por ciento. Kirchner tiene su rédito en dos rubros: el primero, obvio, no haber sido eliminado en primera vuelta, y segundo, que por su entrada en sectores independientes y progresistas se le abre un amplio espacio político para negociar con corrientes afines (adolfistas, sectores progres de Carrió) un gobierno de convergencia que le garantice un triunfo en segunda vuelta. Ese proceso pronostica un prolongado matrimonio con el aparato duhaldista, y en especial con su poderío en la Cámara de Diputados. Puertas adentro del PJ, Kirchner volverá a levantar la bandera de la nueva renovación peronista, proceso superador de Menem (y también de Duhalde, aunque la alianza se extienda más allá del 18 de mayo). El ex presidente lo enfrentará con su prédica de siempre, ligado a un carisma alimentado sólo con victorias en más de 30 años de vida política. Ese proceso interno se desarrollará dentro de un clima de cierta devaluación del aparatismo clientelista, la pérdida de influencia de los punteros y un renacimiento de los grupos independientes y del centro del espectro político, refractarios al menemismo y que a último momento cambiaron a Elisa Carrió por Kirchner. Cualquiera que llegue a la primera magistratura buscará cumplir con una tradición: quien gobierna la Nación preside también el PJ. Si el ganador es Menem, no parece realista pensar que alguien pueda animarse a disputarle la jefatura. Si gana Kirchner, es más probable que deba enfrentarse con el menemismo y el adolfismo sobrevivientes. Si Kirchner y los hombres del gobierno creyeran que la segunda vuelta está ganada, cometerían un serio error. Los escenarios imaginados por los encuestadores, todos desfavorables para Menem, fueron pronósticos realizados sobre situaciones ideales, ficticias. El ex presidente no tardará en realzar su victoria de ayer, en reiterar su supremacía sobre el resto de la dirigencia, en reinventar su relato de ganador mítico, en desplegar toda su astucia política para pelear el ballottage hasta el final. Con este escenario, es previsible que Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota se mantengan prescindentes, mientras que Felipe Solá, enrolado con Kirchner, seguirá siendo blanco de rumores malignos originados en el duhaldismo por su presunto juego a dos puntas.
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