Carlos Colombo / La Capital
Tal como marcaban las encuestas preelectorales, el radicalismo realizó la peor elección de sus más de cien años de historia. El fracaso del gobierno de Fernando de la Rúa fue un baldón imposible de levantar para el candidato presidencial Leopoldo Moreau. Aunque jamás tuvo una performance tan pobre como la de ayer, el radicalismo sufrió varios reveses electorales, donde quedó relegado a posiciones que hacían predecir el desastre, pero siempre tuvo la templanza para volver a levantarse. Seguramente hoy Moreau añorará el 16% de votos que obtuvo Horacio Massaccesi en las presidenciales de 1995, cuando el radicalismo quedó tercero detrás de Carlos Menem y de José Octavio Bordón. Ya en esa oportunidad se hablaba de la casi desaparición de la UCR, pero apenas cuatro años después, con la Alianza, le ganaba en primera vuelta a Eduardo Duhalde. Claro que la imagen de De la Rúa saliendo en helicóptero desde la terraza de la Casa Rosada, sumada al baño de sangre en que sumió al país, fue demasiado fuerte para el radicalismo, que para colmo de males se desangró en una estéril interna entre Moreau y Terragno. Pero no se puede dejar pasar que en la pelea por la Presidencia estuvieron dos candidatos surgidos de sus filas: Elisa Carrió y Ricardo Hipólito López Murphy. Con estilos e ideologías contrapuestas, ambos pulsearon hasta último momento por ingresar al ballottage. A Carrió sólo puede achacársele que fue quien más impulsó a De la Rúa durante la campaña electoral del 99, pero rápidamente se despegó de las políticas de su gobierno. En cambio, López Murphy acompañó durante 18 meses en dos ministerios (Defensa y Economía) a De la Rúa, y sus principales aliados son otros dos ex ministros delarruistas: Patricia Bullrich (candidata a jefa de Gobierno porteño) y Hernán Lombardi (del grupo sushi y candidato a gobernador bonaerense). Sin embargo es un hecho que la ciudadanía no lo consideró responsable del fracaso de ese gobierno. Claro que tanto Carrió como López Murphy rompieron con el partido y armaron sus propias estructuras políticas. Moreau, en cambió, salió con el nombre y el escudo de la pluma y el martillo, y sobre él cayó la maldición del votante. A diferencia de las viejas internas radicales, esta vez los versos de la marcha partidaria se hicieron realidad: "Que se quiebre pero no se doble", y el radicalismo se quebró. Incluso en Rosario, no sólo Carrió y López Murphy se llevaron apoyos históricamente radicales, algunos también fluyeron hacia la fórmula socialista de Alfredo Bravo y Rubén Giustiniani. La duda ahora es si el radicalismo podrá levantarse de este desastre o si este es el principio del fin. La sombra del suicidio de Leandro N. Alem comienza a sobrevolar sobre el centenario partido.
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