| | Reflexiones Irak y el ser o no ser de Europa
| Carlos Nadal
Las guerras de Afganistán e Irak han sido dos grandes zancadas del salto político y militar de Estados Unidos hacia el interior de Asia. Un cambio cualitativo y cuantitativo en la hegemonía de la región medioriental y el área del Golfo con alcances tentaculares hacia el Cáucaso y Pakistán. Esta realidad ha tenido una repercusión nociva en los principios y fundamentos de la Otan, entendida hasta ahora como plataforma para el mantenimiento de un orden mundial. Estados Unidos ha roto la beata ilusión de que la Alianza Atlántica se compartía entre Washington y sus aliados europeos en igualdad de responsabilidades. El tirón asiático de Estados Unidos ha acabado con la ficción de los dos pilares equivalentes de la Alianza Atlántica. Se ha puesto al descubierto que, de hecho, lo que se había mantenido desde los años de la guerra fría era un pilar esencial, el norteamericano y otro subsidiario, el de Europa. La estructura orgánica de la Otan encubría, en su esquema unitario, un desequilibrio notorio que ha acabado por alterarlo todo. Existe un sistema orgánico de mandos y de fuerzas de la Otan que en la realidad encierra un evidente desfase, porque la defensa europea depende esencialmente de la Alianza mientras que la norteamericana es, con mucho, autosuficiente. La ficción ha saltado hecha añicos al comenzar Estados Unidos a disponer de su enorme potencia militar para ponerla al servicio de una política propia de ámbito mundial, prescindiendo de qué aliados le sigan o cuáles no. Este desgarramiento atlantista ha hecho mella en los aliados europeos, en su entendimiento mutuo y por consiguiente en la cimentación de la Unión Europea. Ocho estados comunitarios han seguido en su aventura medioriental al gran aliado de ultramar y diez de los ex satélites de la URSS, hoy ya firmantes de la adhesión a la UE, se han alineado también con Estados Unidos, mientras el eje París-Berlín, secundado por otros estados menores, rechazaba el unilateralismo norteamericano. Por ello, la firma en Atenas del documento por el que los quince miembros de la UE pasaban a ser veinticinco tuvo un sabor agridulce, de práctica culminación de su plenitud geográfica pero con hirientes interrogantes en el ambiente. Cuando la UE está a punto de alcanzar sus límites naturales aparece envuelta en claroscuros. Precisamente, también en vísperas de que la Convención, creada para ello, le ofrezca un ambicioso marco institucional. Demasiado tiempo la Unión Europea ha mantenido su condición de gigante económico y enano político y militar. La desigualdad en este aspecto con el aliado norteamericano ha acabado por descoyuntar la supuesta simetría atlantista, cuando Estados Unidos ha emprendido vigorosas iniciativas propias de más que dudosa legalidad contra el parecer de algunos de sus aliados de mayor peso. Que el secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, llegue a amenazar a Francia con que pagará las consecuencias de haber intentado obstaculizar la empresa iraquí de EEUU y que en Washington se hable de excluir a Francia de la facultad de tomar decisiones militares en la Alianza, colocan a ésta ante la posibilidad de su fin, por lo menos tal como fue concebida. Con una Francia inaceptablemente marginada, la Otan no sería la misma Alianza. Y esto afectaría también a la cohesión de la UE, precisamente cuando está llegando al momento de su ampliación continental. La guerra contra Irak ha colocado en una situación crítica las relaciones intereuropeas y de Europa respecto a Estados Unidos. Ahora, la Administración Bush se expresa respecto a Francia con el inaceptable lenguaje de pocos miramientos diplomáticos a que nos tiene acostumbrados desde hace un tiempo, mientras que París da indicios de buscar la reconciliación. Sería apropiado que la hubiera, porque es necesaria para la buena andadura de la misma integración europea. ¿Es esto lo que la Casa Blanca pretende impedir? Establecer el sólido soporte de una identidad común europea es imprescindible para su proyección exterior, el "espíritu de identidad" que Romano Prodi creyó adivinar en el acto de ampliación de la UE, pese a las horas turbias de la guerra de Irak. Una identidad que debería incidir cada vez con mayor solvencia en la UE, precisamente, cuando por su ampliación toca a sus extremos límites geográficos y, precisamente, cuando eso la sitúa en la vecindad de áreas ajenas con las que deberá tener fronteras necesariamente permeables. La UE de veinticinco miembros limitará con Rusia por el este y Chipre y Malta la acabarán de acercar al Mediterráneo meridional. La UE tendrá, pues, un perímetro externo próximo del que ya ahora no puede desentenderse: los países árabes del norte de frica y de la costa occidental mediterránea, justamente puntos calientes de la conflictividad que tensa la expansiva acción política, diplomática y militar de Estados Unidos. Es decir, que la UE avanza sus peones en el tablero en que está moviendo sus piezas maestras Estados Unidos. Las áreas donde se va a decidir el más cercano futuro geoestratégico mundial. Piénsese en Israel, en Palestina, en Siria. Y el caso aparte de Turquía, miembro de la Otan, ligada con vínculos especiales a la UE y aspirante a la plena integración comunitaria. ¿Puede la UE inhibirse ante el salto global norteamericano? ¿Ha de fortalecer una política de valores propios al entrar en esta dimensión foránea pero cada vez más cercana o ha de limitar su presencia en ese mundo, donde también se juega su propio futuro, y dejar que Estados Unidos utilice allí todos los recursos de su poder? Una UE ampliada no podrá mantenerse al margen o sin una política exterior verdaderamente común. Y si lo hace, o no se dota de los instrumentos necesarios para tener una voz propia en las áreas donde Estados Unidos se comporta con tanta desenvoltura, acabará siendo amenazada en su propia identidad, en su auténtica integración. Así pues, se le plantea a la UE el dilema de aceptar sumisamente la primacía norteamericana, de buscar algún tipo de complementariedad negociada con Estados Unidos o aportar un código propio de propuestas y de maneras de hacer, lo cual exige no solamente la creación de la fuerza militar adecuada, sino la concertación de criterios de la que por ahora está muy alejada. Lo ocurrido respecto a Irak es una advertencia. Désele la forma que se quiera a la UE, pero habrá de atenerse a las consecuencias si no entiende la profundidad del aviso.
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