Angel Presello (*)
La falta de seguridad molesta más que grandes dificultades previstas a tiempo. Por ese motivo somos tan proclives a aceptar condicionamientos sociales, a veces enojosos, a cambio de un margen de seguridad. Es preferible soportar inconvenientes antes que enfrentarse a lo imprevisto. Al momento, estamos espantados ante la proliferación de asaltos, secuestros y asesinatos, al parecer incontenibles, para los cuales la sociedad no parece tener explicación. Las autoridades, los damnificados y la población en general, en su mayoría, no atinan más que a fortalecer custodias. Al paso que vamos, con esa solución, se deberá poner un custodio al lado de cada habitante. Misión inútil. por otra parte, si tenemos presente aquella experiencia milenaria que se expresaba en: "¿Quién custodia a los custodios?". La búsqueda de una buena solución impone la necesidad de analizar las causas de este desarreglo. La primera de ellas es la falta de trabajo, mecanismo de integración de un individuo en la sociedad. En el trabajo está la fuente genuina de recursos y la principal fuerza integrativa del individuo en la sociedad. Con el trabajo nos terminamos de civilizar. Es preciso reconocer que se ha vuelto difícil resolver este problema vital. Por lo mismo es difícil resolver el problema de la seguridad. Esto no significa que los desocupados tienen que ser ladrones sino que si el desocupado debe buscar soluciones alternativas y entretanto pierde la afición al trabajo y la habilidad para desempeñarlo mal podrá entusiasmar a sus hijos en un camino sin salida. Un desocupado se convierte en un excluido y por consiguiente en alguien que escapa a las presiones ordinarias de la sociedad. Los piqueteros todavía persisten en integrarse a la sociedad, en tanto que los ladrones ya miran a la sociedad como objeto de rapiña. Los ladrones presionados por la desesperación o empujados por la audacia, o embebidos de una ficción, sobre la posibilidad de hacer plata rápida como han podido ver o imaginar en su cercanía o en otros sectores sociales, o por sentirse víctimas ellos mismos del saqueo institucional, se aventuran en la sociedad en una salida de máximo riesgo. Las costumbres, sobre las cuales se asienta la convivencia, son el resultado de muchos compromisos en donde "yo doy y me dan". Las costumbres son modos de hacer, insustituibles en esa convivencia, que han sido ratificados por las instituciones (gobiernos, religiones, etc.) pero cuya credibilidad tiene un límite cuando se vuelven inoperantes. En tales casos, tenemos los asaltos, secuestros, asesinatos. Este es nuestro caso. Hay que reconstruir los mecanismos que mantienen la trama social. Una segunda fundación de la sociedad. Cuando la gente está encasillada en la trama social aprende por exposición de los objetos que rodean su vida. Hoy se entrevé mayor confort, mejor alimentación, posibilidad de mejorar la salud, derecho al tiempo libre, derecho al estudio, justa distribución de la riqueza, etc. En ese contexto surgirán las normas de respeto mutuo que el desorden económico, social y político impiden. Se debe programar una situación que satisfaga las necesidades básicas de todos, que el aprendizaje del trabajo conduzca realmente a la posibilidad de progresar, relación entre el salario y el costo de la vida, que quienes se han apoderado del excedente ilegítimamente sean castigados, etc. Aquí se debe estimular, inicialmente, la posibilidad de vivir de un trabajo y el gusto por el trabajo. (*) Licenciado en sociología
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