Por primera vez desde el retorno de la democracia, en 1983, las elecciones de hoy se presentan como las más reñidas debido a la paridad que existe entre los candidatos con posibilidades de triunfar. También estos comicios pueden marcar un hecho histórico: la posibilidad de que se aplique el ballottage (segunda vuelta), como marcan casi todos los sondeos de opinión.
Otros de los datos salientes es la fragmentación de las dos fuerzas políticas tradicionales. El PJ, por caso, concurre a las elecciones sin sus símbolos partidarios desde su fundación y estará representado por tres fórmulas: Carlos Menem-Juan Carlos Romero (Frente por la Lealtad), Néstor Kirchner-Daniel Scioli (Frente para la Victoria) y Adolfo Rodríguez Saá-Melchor Posse (Movimiento Nacional y Popular).
La UCR también muestra signos de volatilidad. Todavía golpeados por la renuncia anticipada de Fernando de la Rúa, el sello radical aparecerá en una sola boleta con la fórmula compuesta por Leopoldo Moreau-Mario Losada, pero dos dirigentes salidos de sus filas, aunque con proyectos bien diferenciados, intentarán captar a los votantes históricos del partido fundado por Alem y seducir, a la vez, a los sectores independientes antiperonistas.
Elisa Carrió, ex radical, formó su propio partido (el ARI), con el que se propone captar el espacio de centroizquierda. Lilita eligió como compañero de fórmula al mendocino Gustavo Gutiérrez, un dirigente de extracción conservadora.
Otro ex radical, Ricardo López Murphy, tejió una alianza de centroderecha con partidos provinciales denominada Movimiento Federal Recrear. El ex ministro de la Alianza muestra un perfil alejado de la política tradicional y es uno de los que pugnan por ingresar al ballottage.
Luego de su unificación, el Partido Socialista (PS) lleva como candidatos a Alfredo Bravo y Rubén Giustiniani, y aspira a disputarle a Carrió la misma franja del electorado luego de que ambas fuerzas intentaran sellar un acuerdo que quedó en la nada a fines del año pasado.
La izquierda, como siempre, se muestra atomizada, aunque sus máximos referentes para estas elecciones son Patricia Walsh (Izquierda Unida) y Jorge Altamira (Partido Obrero).
En estas dos fuerzas se da un hecho curioso: ambos tienen una fuerte presencia en el movimiento piquetero, que irrumpió masivamente luego del estallido social que eyectó del Sillón de Rivadavia a De la Rúa cuando apenas transitaba por la mitad de su mandato.
Sin embargo, los piqueteros han salido a impugnar las elecciones y promueven el "voto bronca", restándoles caudal de voluntades a las vertientes de izquierda que han decidido participar de la contienda electoral.
La nueva ola participativa que surgió, en diciembre de 2001, al ritmo de los cacerolazos y bajo la consigna "que se vayan todos", además de ser el fermento de las asambleas populares, se disipó a los pocos meses de su eclosión. No sólo no se fue nadie, sino que en la grilla electoral aparecen rostros muy conocidos por todos.
Apatía y ausencia de debate
Los 25.478.389 ciudadanos en condiciones de votar asisten a estos comicios con un dato alarmante, dominante de las últimas contiendas presidenciales: ausencia total de debate entre los candidatos, quienes han elegido la pirotecnia verbal y los agravios personales como el factor gravitante de sus respectivas campañas.
Esto explica, en parte, la enorme apatía y desdén que domina a los electores en todo el país. La provincia de Santa Fe no escapa a esa regla. Las 2.235.568 personas habilitadas para votar (685.098 corresponden a Rosario) vieron el peregrinar de los candidatos buscando fotos, titulares catástrofe y repartiendo propuestas grandilocuentes; muchas de ellas sin el más común de los sentidos.
La peatonal Córdoba, un sitio tradicional para hacer campaña, se vio despoblada de la otrora mística electoral. El temor a ser escrachados es un reflejo del abismo que separa a representantes y representados, además de reflejar un síntoma claro de que la política, esta vez, está en otra parte.
Para agregar mayor incertidumbre, las denuncias sobre posibles fraudes electorales fue el prólogo de una campaña llena de obstáculos. Una prueba más de la insensatez y la falta de prudencia que amenaza con profundizar el derrumbe democrático.
El presidente que resulte electo, sea en primera o segunda vuelta, deberá recomponer ese vínculo indispensable para el funcionamiento institucional luego de casi 20 años en que la democracia no pudo resolver los problemas más elementales de un país atormentado por la pobreza, la marginalidad, la falta de una Justicia independiente y el desapego, casi patológico, a las mínimas reglas de convivencia. Y en esto la culpa no es toda de los políticos. La jornada de hoy podría ser propicia para empezar a cambiar la historia.