Año CXXXVI
 Nº 49.825
Rosario,
domingo  27 de
abril de 2003
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Tributo para el dandy Carlos Menditeguy, un gran deportista
A 30 años de su muerte, el deporte argentino recuerda a un gran personaje

Hoy, cuando se cumplen 30 años de su desaparición, el deporte argentino recordará a uno de sus paradigmas, Carlos Charles Menditeguy, personaje singular y pintoresco que brilló en polo, tenis, esgrima, billar, pelota a paleta, golf, boxeo, fútbol, squash y en una de sus últimas pasiones, el automovilismo.
Carlos Menditeguy nació el 10 de agosto de 1914 en Capital Federal y murió el 27 de abril de 1973.
Hijo de estancieros, pronto se dio cuenta que en el campo no podía desarrollar a pleno la pasión por el deporte.
Su contacto con los deportes lo comenzó en el colegio Carmen Arriola de Marín. Allí jugó de delantero y fue campeón intercolegial de fútbol, pero después lo atrapó el tenis. En plena adolescencia alcanzó el séptimo puesto en el ránking nacional de dicho deporte.
Inquieto, con los ímpetus juveniles de sus 20 años, se animó a jugar su primer partido de polo en Mar del Plata y ese deporte lo capturó de tal manera que no paró hasta llegar al 10 de hándicap en 1943.
Atrás habían quedado sus comienzos en el club Los Pingüinos y la frase profética de su descubridor, Braun Menéndez: "Este chico promete". Los históricos enfrentamientos entre su querido El Trébol con Venado Tuerto lo vieron brillar en su monta, con caballos entrenados por él mismo.
"No me gusta estar en la común. El polo hay que reinventarlo todos los días", dijo. Quizá esa frase, como otras muchas altisonantes que pronunció, hizo que lo tildaran de "fanfarrón y arrogante".
Cuentan que cierto día de 1943, enfundado en un ceñido traje y luciendo su estampa de 10 de handicap en polo, murmuró al oído de un amigo a la vera de una cancha de golf: "Esto es fácil".
Su amigo le dijo que no era tan así y le apostó que necesitaría mucho tiempo para jugar a gran nivel.
Esa presunción desembocó en un encuentro en Mar del Plata con el maestro Emilio Sierra, para que le enseñara a jugar al golf en 90 días. Pero no hicieron falta los tres meses, sino dos y medio para que Charles se adjudicara el Campeonato Abierto del Sur y fuera un scratch. Le había ganado la apuesta a su amigo.
Sus actividades en el campo y la atención de su stud, no le impedían tampoco la práctica de esgrima, tenis, fútbol o squash. "El deporte es un pasatiempo, un hobby, una diversión. Nunca lo entendí como un medio de vida", se le oía decir a menudo.
En natación, los torneos del Jockey Club lo tuvieron como dominador. También frecuentó casi imbatible los frontones de pelota a paleta, alternándolos, siempre ganador, con el vibrante ritmo del squash, e hizo además boxeo y remo.
Dicen sus amigos que era un auténtico sibarita, un play boy, un cajetilla, pero en sus largas madrugadas en los boliches de la Costanera, donde se reunían los grandes del automovilismo a hablar de fierros, sólo consumía bebida cola.
Charles fue un personaje como ninguno, alguien que no se rendía ante nada y que repetía: "Hay un solo hombre, uno solo, ante el cual siempre me sentí impotente: se llama Juan Manuel Fangio". Por eso buscó, sin proponérselo, acercarse a su ídolo empuñando un volante de un auto de carrera.
Con la misma sutileza con la que tomaba un taco de billar para hacer un solo de carambolas interminables hasta dormir a sus rivales, los finos dedos de Charles cobijaron el volante de un Alfa Romeo 3.8 de Fuerza Libre para ganar el día de su debut en Mar del Plata, en 1950.
Corrió diez Grandes Premios de Fórmula 1 y su mejor resultado fue un tercer puesto en el de Argentina, en 1957, al volante de un Maserati.
También se comentaba que en aquella época de incursiones internacionales, en un GP de Fórmula 1 en Mónaco tuvieron que esperarlo con los motores en marcha en la línea de largada, porque Menditeguy se había entretenido conversando con la impactante actriz francesa Brigitte Bardot.
En 1957, con un Turismo Carretera, llegó al final de una competencia en el autódromo de Buenos Aires en tres ruedas. Y le ganó en 1959, por 40 segundos, en Olavarría, al imbatible Oscar Gálvez.
Pero la anécdota que dejó grabada en la historia del automovilismo nacional Carlos Menditeguy tuvo lugar en el Gran Premio de Turismo Carretera de Arrecifes, de 1963.
Menditeguy venía en punta con su Ford tras arrebatarle la punta a Carlos Pairetti con Chevrolet y cuando faltaban 16 kilómetros para llegar a la meta se le rompió el motor. Entonces su acompañante, Linares, le preguntó qué hacían con el auto. Y Charles le respondió con su habitual gracejo: "quémelo Linares, quémelo...". (Télam)



Menditeguy recibe una copa de manos de su ídolo Fangio.
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